Hay una vida que es la que te toca vivir. Y las otras vidas, las que no vives, las filmas. Ayer fue el estreno de «Se arrienda» de Fuguet, y el resultado de su primer intento fìlmico es una película generosa sobre las angustias de tener 34 años (lo que podría estar en estrecha relación con «Mala onda», su primera novela, que se trataba sobre las angustias de tener 17). Digámoslo pronto: «Se arrienda» está llena de ripios, acentúa muchos temas, se olvida de otros, es hiperkinética como película, y por lo tanto, irregular. Pero está tan ajena de pretensiones, está tan despojada de soberbia (Fuguet pareciera estar riéndose de esa soberbia que tanto le han pelado en los últimos 15 años), está contada con tanta paciencia, que «Se arrienda» brilla entre los estrenos de este año. Los personajes están filmados con cariño, y vaya que necesitan cariño: el protagonista es un cuico sin pega ni plata, que ha perdido demasiado tiempo preocupado de perfeccionar sus prejuicios; su mejor amigo devino en exitoso idiota, y la mina que le gusta es una mina loca. No estamos hablando acá de seres muy queribles, pero Fuguet los filma como si se tratara de la vida que le hubiera tocado vivir, como si estuviera conversando consigo mismo, como si acaso sacar esta película adelante no fuera, en sí misma, un aprendizaje.
«Se arrienda» no es película estridente en lo absoluto. Sus momentos buenos parecieran estar llenos de silencios: una confesión dentro de un departamento, un beso torpe arriba de un cerro, un paseo coqueto adentro de un museo, una espera dentro de un autolavado mientras miles de gotas comienzan a secarse con el aire caliente. No es tampoco una película fácil; pero es una película con las ventanas abiertas por las que entran aires de intimidad.
La intimidad es el tema de este Valdivia. «En la cama», de la cual escuché comentarios mezclados de su primera función (negativos, muy negativos, neutros, y algunos positivos) es una película con problemas, especialmente de guión, pero de los problemas que vienen por las razones correctas. «En la cama» es película arriesgada, y de esos riesgos, sale adelante después una trabajosa media hora inicial.
O bien, digámoslo así: a los 20 minutos, «En la cama» puede dividir a los espectadores. El personaje de Gonzalo Valenzuela hace un discurso sobre el cine repleto de lugares comunes. A los minutos, Blanca Lewin hace un comentario sobre los monos japoneses y sobre cómo esa conversación es «típica de asados». Esos momentos, más un baile que hace Blanca a su pareja por una canción que escuchó en la radio, a mi parecer, son momentos tan débiles, tan «sacadores de onda», que muchos espectadores pueden no recuperarse más desde ahí en adelante. Pero ante la intimidad debemos ejercitar la paciencia, y con «En la cama» la paciencia trae algunas recompensas. En los tres cuartos de la película está el corazón de la sandía, el esperado momento en que verdaderamente nos olvidamos que estamos viendo a dos actores diciendo su guión, y vemos a sus personajes, vivos y a pecho abierto. Es verdad, los ripios de guión continúan aquí, pero los espectadores son ahora los que empiezan a desnudarse ante las reflexiones sobre el sexo y las parejas que hacen «la Blanca Lewin» y «El Gonzalo Valenzuela» (en la función a la que fui, una mina que estaba sentada en la butaca del lado le recriminaba a su pololo: ¿por qué te reiste con «eso»?).
Hoy, más momentos de intimidad nos llegarán con «La sagrada familia» y «Como un avión estrellado». Ambas funciones, además, deberían estar repletas. Estamos ansiosos de todo eso.