Ayer, antes de subirnos al bus que nos traería de vuelta a Santiago a buena parte de los asistentes de Valdivia, se me acercó Rodrigo González, de La Tercera, y me dijo algo así como: «Mejor ni veai la nota que sale mañana… Es una huevá». La frase viene, en parte, por lo pesado que he sido con la cobertura periodística de los medios escritos en Valdivia en este blog. Yo soy periodista y sé lo que le duele a un periodista cuando lo crítican, aunque sea personalmente. Pero, al mismo tiempo, estoy en contra de los corporativismos. Ya lo médicos, los abogados, los arquitectos se pelan en secreto y se protegen públicamente. Si el periodismo es para expresar miradas de lo que ocurre, me parece importante que las coberturas sean diversas. Y la cobertura periodistica valdiviana fue pobre. Sabemos que hay editores y que trabajamos en medios que están metidos en una locura de crear polémicas ficticias y fijarse en superficialidades. Pero… ¿por eso nos vamos a entregar a eso? ¿Así, tan fácilmente? Se gastaron demasiadaos centimetros por columna en hablar del corte de pelo de Patty López, y casi ninguno en mencionar a Sergio Bravo, o la muestra de cine mexicano. ¿Nos merecemos esta cobertura? ¿Podemos hacernos los huevones, echarle la culpa a los medios en que trabajamos y hacerles el juego? ¿O podemos esforzarnos un poquito más en hacer mejor la pega?
Está bien, no es para ponerse graves. No se trata de ir al otro extremo y sumergirse en disquisiciones pseudo intelectuales sobre las películas taiwanesas. Pero el paño es grande, y se puede, lo sabemos, hacer algo mejor. Curiosamente, la nota de hoy de La Tercera, la que se supone que es una huevada, me parece divertida y consigna varios puntos concentrados de elementos que estuvieron presentes en el festival, como el detallado relato de la ceremonia final (y hasta las pifias que recibió Juan Carlos Altamirano, el ejecutivo de TVN que no quiso apoyar «Mi mejor enemigo» en su producción, y que se subió a entregarle un apurado premio de consuelo a Alex Bowen).
Valdivia es una fiesta, y en toda fiesta buena se comenten excesos. El problema viene cuando son solo los excesos los que nos importan, y dejamos de lado los detalles, las sutilezas que estuvieron, y están vivas en un festival. De todas maneras, me gustaría dejar en claro que lo que me pudo parecer pelotudo siempre fueron las notas, no las personas que las hicieron. Y que este debate, el de la cobertura de los medios periodisticos en actividades culturales, sigue pendiente. Ojalá tuvieramos más tiempo de conversar, y hablar, del trabajo que hacemos.
En fin. Ya estoy en Santiago, y no quería dejar pasar el listado final de todas las películas que vi en Valdivia. A ver si sirve de algo.
“En la cama” de Matías Bize: Es el segundo largo del director de “Sábado”, y por pegarse el salto sobre el charco, mete la pata al agua. Pero no es nada grave. O por lo menos, no tan grave como le pareció a algunos espectadores. Blanca Lewin y Gonzalo Valenzuela conversando desnudos y semidesnudos en una cama tiran tres veces en escena, se bañan en una tina redonda y hablan y hablan, a veces demasiado. Como está ocurriendo ya demasiado a menudo con los guiones de Julio Rojas (solo este año, guionista de “Mi mejor enemigo” y “Secuestro”), hay estructura, pero algunos diálogos guatean (en especial unas reflexiones sobre el cine y los tipos de personas que le gustan películas como “Magnolia” y “Alta fidelidad”, que según la película, son un mismo tipo de persona… para arrancar de la sala). El desarrollo de personajes es plano, algo que se nota con más fuerza cuando tomas riesgos como los que se toman en la película… Mucha gente salió diciendo sobre lo expuesta que está Blanca Lewin, que se le muestra totalmente desnuda y que con Gonzalo Valenzuela no pasa lo mismo. La verdad no es así: Valenzuela tiene un desnudo frontal al comienzo de la película, pero muy sutil. Lo que realmente ocurre es que Blanca Lewin se ve obligada a cargar en sus hombros toda la película, y ante ese trabajo titánico, produce la sensación de que está algo desamparada. En fin, para discutir. Como sea, película y director merecen todo el buzz que ha recibido la película.
“Apaga y vámonos” de Manel Mayol: Este documental español, filmado por un catalán, en 35 mm (con cámara del chileno Sergio Armstrong) no da muchas pistas documentales sobre el conflicto mapuche (lo que “El despojo” sobrexplicaba, acá apenas se menciona), está basado en las entrevistas a ocho personajes (dirigentes mapuches, el diputado Navarro, el abogado Roberto Celedón) y en la búsqueda de un contrapar que de la versión de Endesa España. Vemos al director haciendo llamadas para conseguir esa entrevista, lo que es bastante burdo (por lo menos, Michael Moore en “Roger & yo” dejaba los pies en la calle). Las transiciones no son muy inspiradas, es bastante flojo en su investigación, pero los testimonios son potentes y debería darse en Chile, sí o sí. Somos nosotros hablando de nosotros.
“Se arrienda” de Alberto Fuguet: Película de aprendizaje. Aprende el director, aprende el personaje principal (Luciano Cruz Coke, que aparece en casi todas las escenas de la película y en la mitad de ellas anda mirando al suelo), y por tanto es película de transición. La verdad, cuesta entrar. Uno siente que se demora en partir, pero desde que aparece Francisca Lewin en pantalla, la película levanta vuelo y no decae más. Nicolás Saavedra está hilarante y Benjamín Vicuña, actor de limitado registro, está bien limitado al cortometraje engrupido que vemos paralelamente durante toda la historia. Eso sí, Fuguet es director generoso con sus personajes, y quizás mucha gente debería empezar a ser un poco más generoso con él. Por lo menos, si algo enseña “Se arrienda” es a dejar los prejuicios a un lado para empezar a ser feliz.
“La perla” de Emilio Fernández: Es una delicia ver una cinta mexicana en blanco y negro de los años cuarenta dirigida por el mítico Indio Fernández. La historia, basada en un cuento de Steinbeck, es clásica, socialmente comprometida y tiene secuencias completas como para quedar con la boca abierta por su belleza (todas las escenas de baile con fuegos artificiales de fondo, en especial). Pero ojo, me quedé dormido. Así que puedo decir que fue un sueño.
“La sagrada familia” de Sebastián Campos: Nuestro primer cineasta tan católico como retorcido hace una película precisa que a uno lo deja feliz (por el cine chileno) y con dolor de guata (por el destino de los personajes). Muy bien filmada y montada, y con actuaciones impresionantes. Se acabaron los rezos: claramente, la mejor película chilena de los últimos años. Se estrena en Semana Santa del próximo año. Herejes.
“Como un avión estrellado” de Ezequiel Acuña: Y este otro no lo hace nada mal, tampoco. No es fácil que se te mueran tus padres en un accidente de avión, llevarte mal con tu hermano, que tu mejor amigo tenga vocación de delincuente juvenil y que la mina que te gusta no te pesque. Ignacio Rogers, Manuela Martelli y Santiago Pedrero construyen las mejores actuaciones Sub 23 del cine latinoamericano. Película sureña, bella y tristísima.
“Vámonos con Pancho Villa” de Fernando de Fuentes: Y si de cine latinoamericano se trata… Aca tenemos una fundacional (aparece merecidamente en el libro “Cien claves del cine” de Cavallo y Martínez), que nos cuenta como seis charros se meten a la revolución de Pancho Villa, y van muriendo todos, uno por uno en todo el metraje. Una fiesta del cine, de cualquier parte del mundo.
“Ese desconocido” de Sergio Bravo: Corto documental del verdadero fundador del documental chileno. Acá tenemos, a partir de descartes de “Las banderas del pueblo”, a Neruda recitando a cámara. Más que documental, documento fundacional.
“El húsar de la muerte” de Pedro Sienna (versión restaurada por Sergio Bravo): Hombre curioso, Bravo es el responsable de haber salvado esta joyita del cine mudo chileno. Esta versión, distinta a la restaurada por el Ministerio de educación en 1995, es más corta,
“Mimbre” de Sergio Bravo: Un clásico del documental. Un artesano del mimbre tiene mucho que enseñarnos. ¿Acaso no saben de donde viene todo el trabajo de Francisco Gedda en “Al sur del mundo”? Bravo es y seguirá siendo potente influencia en el documental chileno. Y muchos seguidores lo son sin saberlo.
“La glane” de Sergio Bravo: Más Bravo. Uno de los momentos mayores del festival. Este documental, que hubiera ganado Bafici si el festival argentino hubiera existido en 1985, es una lección de cómo las nubes, los árboles, y los edificios en ruinas son los verdaderos testigos de toda masacre. Para llorar de conmoción. Hecho en Francia y con música de Brian Eno.
“Las banderas del pueblo” de Sergio Bravo: La historia cuenta que cuando Bravo interceptó a un funcionario que iba a vender latas a una fabrica de peinetas, descubrió dos cosas: «El húsar de la muerte» e imágenes en movimiento inéditas de Pedro Aguirre Cerda. En este documental-propaganda, hecho para apoyar la candidatura de Salvador Allende en 1964, aparecen estas imágenes y es insólito ver a hordas de personas colgando desde los balcones de La Moneda celebrando su proclamación. También se puede ver a un joven Allende (muy parecido a Willy Semler), a Neruda leyendo sus poemas, y escuchar la voz del asesinado René Largo Farías leyendo textos de Volodia Teitelboim.
“Familia rodante” de Pablo Trapero: El costumbrismo en el reino del plano medio. en el costumbrismo importa ver cómo somos, cómo nos reimos, cómo hablamos, las cosas que hacemos. Nuestras costumbres. Pero su mayor problema es que no se acerca más a las personas. El paisaje hogareño es el que prevalece. Esta película del director de «Mundo grúa» es un lindo cuento costumbrista, una especie «Una historia sencilla» de David Lynch pero en familia y en vez de tractorcito, sobre una Chevrolet del 58. Sí, claro, es linda. Pero no es mi tipo de película. ¿De que sirve el cine si no podemos descubrir el misterio que mueve a los seres humanos?
“No eran nadie” de Sergio Bravo: Otro hallazgo festivalero, y uno de los momentos altos de la semana: Es Chiloé en 1982 y una mujer llora la desaparición de su marido pescador en altamar. La referencia al momento político que vivíamos en Chile no puede ser más directa. En sus viajes en lancha, la mujer conoce a Malva Hernández (Marés González), quien ha perdido a su hijo en el mar. El testimonio de Malva es sobrecogedor: no solo es el mismo testimonio de la verdadera Malva Hernández, una mujer con un hijo detenido desaparecido (Marés González lleva una libreta con una foto suya pegada); su monólogo en el que habla qué es perder a un hijo es solo comparable al monólogo sobre la tortura que hace Gloria Munchmeyer en «Imagen latente» de Pablo Perelman. Impresionante. Bravo fusiona con belleza e ingenio su experiencia documental con la ficción. Doblada en alemán, aunque se sabe que también hay una versión doblada al francés. Bravo, se dice, trabaja en terminar una versión en español con los actores originales.
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Para terminar, cuando las imágenes de esta semana siguen dando vueltas en la cabeza, es importante destacar las cantidad de personas interesantes que confluyeron en Valdivia. Los espacios de conversación fueron ricos y potentes. Voy a recordar por mucho tiempo las conversaciones distendidas con Sebastian Campos, Ursula Budnik, Ezequiel Acuña, Blanca Lewin (hagan click sobre su nombre y leerán su blog), Poldy Valenzuela, Jorge Ruffinelli, Vivi Erpel, Luis Candia, Sergio Bravo, Matías Bize, Ignacio Agüero, Vivienne Barry, Pamela Pequeño, Ernesto Ayala, Jacqueline Mouesca, y Pascual Condito, que debería (y está) en todos los festivales del mundo. Este recuerdo se extiende muy especialmente hacia una noche de copas con el gran Bernardo Menz (sonidista chileno de Patricio Guzmán en «La batalla de Chile», y más tarde, colaborador directo de Almodóvar, Carlos Saura, Víctor Erice, Jaime Chávarri), y las aventuras de cine y guerrilla del director ejecutivo de la Escuela de Cine de Chile, Carlos Alvarez. Como dicen los créditos finales de las películas, a todos ellos muchas gracias por esta semana.