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EN CARTELERA

«ALEXANDER» / Wikén

Stone tiene piedras en la cabeza.

Ufff. ¿Tres horas para esto? La crítica de la última de Oliver Stone, en «Wikén» de este viernes. -GM

“ALEXANDER”

¿Qué hay en la cabeza de Oliver Stone?

Después de ser espectador de las casi tres horas de metraje de “Alexander”, es difícil determinar el peso verdadero de la película sin tener en cuenta la agotadora aventura de sobrevivirla. “Alexander” no es larga: es eterna. Y no porque sea de esas películas que tengan mucho que relatar (algo que pasaba, sin ir más lejos, con “JFK”) sino, más bien, por lo contrario. Indecisa y exagerada, sin espacio para las sutilezas, es de esas cintas que se hacen cansadoras por su superficialidad. Pecado sobre pecado, si esa mirada epidérmica se extiende lo mismo que un viaje de Santiago a Curicó, estamos en problemas.

Y es curioso que así sea: la cinta está basada en una completa biografía de Alejandro Magno escrita por Robin Lane Fox, un profesor de la Universidad de Oxford quien, según se dice querida trivia, aparece como extra en esta película comandando la caballería macedonia. El director Oliver Stone, no menos susceptible a conmoverse por la guerra que el señor Fox, es un cineasta que ha hecho una carrera que va como un péndulo entre los temas de reconstrucción histórica (“Pelotón”, “The doors”) y los de crítica social (“Asesinos por naturaleza”, “Entre el cielo y la tierra”). Su película más admirable hasta el minuto, “JFK”, combina con precisión ambas sensibilidades. Otras, como “Un domingo cualquiera” hablan de que Stone se interesa por las películas de acción, con muy magros resultados. No tiene los puños apretados de Michael Mann, ni la espectacularidad pop de Michael Bay, ni la sed de aventura de Stephen Sommers. No, Stone no tiene nada de eso, pero quisiera tenerlo. Y el
resultado grandilocuente de ese deseo es esta “Alexander”.

¿Y qué resulta ser “Alexander”? ¿Un mecano instructivo, como era “JFK”? ¿Una mal llevada tragedia griega, como era “Nixon”? ¿El relato de un fan, como era “The Doors”? Algo de eso se puede atisbar en diversas secuencias de este relato biográfico. Pero lo que verdaderamente quiere ser es una épica de acción. Dos largas secuencias (una de la caballería macedonia, sobrevolada por una mística águila, y otra, con elefantes en la India) dan cuenta de ese deseo. Y no resulta tan mal. Pero la película que está en el medio resulta ser un recocido de lo que, se supone, Stone sabe hacer.

El director es más cercano a los personajes políticos que a la política misma, y eso hace aún más raro que su mirada del líder bélico no haya tomado partido por ninguna de las potencialidades que sugería la figura de Alejandro Magno en el papel. “Alexander” no es el desgarrado Richard Nixon, ni el confundido Jim Morrison. El héroe es presentado como un aproblemado veinteañero que conquista continentes para escapar de Olimpia (Angelina Jolie), su dominante madre, o para llegar más lejos que su desquiciado padre Filipo II de Macedonia (Val Kilmer), quien ya había dominado las distintas ciudades estado de Grecia. Lo paradojal para el espectador que no se ha distraído en el minuto 134 es: ¿cómo es posible que el bello inepto que interpreta Colin Farrell haya sido uno de los hombres más poderosos de la historia de la humanidad, haya conquistado Egipto y el imperio Persia, haya unido Oriente y Occidente bajo un mismo imperio, si hasta cuando se le escucha dar órdenes a sus tropas uno se cuestiona bajo qué criterio esos soldados le obedecen?

Esa pregunta se hace más fuerte con la insistencia de Stone con que Alejandro era bisexual. Y está bien. En la cultura griega era común que lo varones se relacionaran con personas de su mismo sexo. Pero, ¿y qué? Su amistad con Hefestión (Jared Leto) tiene un desarrollo mínimo, y aparece de la misma forma que desaparece en la trama: repentinamente. No completa al personaje, no amerita la polémica, y da pistas de la latente homofobia de Stone ya común en sus cintas.

Y en eso se van 175 minutos. “Alexander” es un ejercicio de grandilocuencia sorda solo para esos cinéfilos valientes que no se convencen de lo que diga un crítico, y que desean cerciorarse por sí mismos si las películas son buenas o bodrios. Para todos ellos, mucho ojo con Christopher Plummer como Aristóteles. Los demás, ¿no querrán disfrutar de las maravillas del verano?

Gonzalo Maza

“Alexander”. 2004. EE.UU. 175 minutos.

Por Gonzalo MAZA

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