Amigos, he aquí el comentario de la última de Eastwood, publicado hoy en Wikén.
“Million Dollar Baby”
La hija ausente
Tres estrellas y media
Frankie Dunn (Clint Eastwood) ya no está para estos trotes. Luego de décadas de trabajo como entrenador de box, cuyo mayor logro ha sido levantar un gimnasio de mala muerte, Frankie debe hacerse a un lado justo cuando uno de sus pupilos está en posición de pelear el título mundial. Así es Frankie: puede estar años entrenando a un flacucho, pero cuando ya lo han aprendido todo, lo abandonan. Frankie debe nuevamente conformarse con saber acerca de la pelea por televisión, y observar el resultado de un trabajo bien hecho, arrebatado de sus manos, en soledad. Como si su vida ya no fuera suya.
Testigo de este proceso es Scrap (Morgan Freeman), compañero de ruta de Frankie, un ex boxeador y perro viejo que se dedica a limpiar el gimnasio y a rumiarle quejas a su amigo-jefe.
Las vidas de Frankie y Scrap han sido inseparables desde que Scrap perdió un ojo en una pelea en la que era entrenado por Frankie. Con el ojo que le queda, Scrap ha visto ir a venir boxeadores por la tutoría de Frankie. Ha visto cómo su amigo lleva 23 años yendo a misa como una manera de pedir disculpas a sí mismo por una hija que no existe, que no responde las cartas de su padre, que es la espina dorsal de sus penas.
Por eso, cuando Maggie Fitzgerald (Hillary Swank) llega al gimnasio de Frankie para pedirle que sea su entrenador, Frankie se niega y Scrap solo desea que tome el trabajo. “Las mujeres en el boxeo son la nueva rareza del deporte”, le espeta Frankie a Maggie. “Yo no entreno chicas”.
Como testarudo sólo se vence con testarudo y medio, Maggie permanece en el gimnasio hasta que el infierno se congele. Y logra que Frankie tome su carrera.
“Million dollar baby” tiene muchas cosas a favor. El trío protagónico es dorado. Morgan Freeman no es un gran actor, pero cuando está junto a Clint Eastwood (como ocurría en “Los imperdonables”) sus zapatos son más pesados, su labios se secan y se transforma en esos personajes que ya lo han visto todo en la vida. Hillary Swank es de las chicas duras que daba el cine clásico: no son duras, se hacen, porque si no se hicieran, colapsarían. Y Clint Eastwood, curiosamente, es el más débil de los tres, aunque su cara de palo legendaria sigue siendo una sorpresa y sus ojos perdidos bajo su frente siguen siendo un misterio.
También juega a favor de la película sus características eastwoodianas: la búsqueda de la última oportunidad redentora, con mujeres como agentes detonantes de esa búsqueda (las prostitutas de “Los imperdonables”, Meryl Streep en “Los puentes de Madison”, ¡y hasta “Space cowboys”!… Los cinéfilos pueden seguir recordando) y la presencia de un subtema que Eastwood ha insinuado en algunas de sus cintas: la hija ausente, la hija que se fue y la búsqueda de una hija reemplazante, que vuelve a sacar a superficie las torpezas del padre. Esta segunda oportunidad con la hija venía corriendo como tema en las películas más pobres del director (“Poder absoluto”, por ejemplo), pero es aquí cuando encuentra su mayor desarrollo.
Lo terrible es que, a pesar de estos materiales, “Million dollar baby” no es ni por cerca de las mejores cintas de Eastwood. Más allá de la fiesta que es para las críticos la llegada de una nueva película del director de “Bird”, no hay que olvidar que son las sutilezas las que hacen perdurables el trabajo de un cineasta, y en “Million dollar baby” los trazos gruesos predominan en, por ejemplo, la patética familia de Maggie, y el abrupto final de lloriqueos, ambas soluciones radicales para disyuntivas muchos más ricas.
Perdonado eso, “Million dollar baby” es potente, entrañable, pero para ser recordada en su justa medida.
Gonzalo Maza
“Million dollar baby”. Estados Unidos. 2004. 137 minutos. Mayores de 14 años.