He aquí dos peliculas que retoman los primeros pasos dados por Gustavo Graef Marino en 1993, con «Johnny Cien Pesos»: hacer que esta industria camine a punta de balazos. A mi parecer, ambas son fallidas y ambas exitosas. No dan ni para el entusiasmo ni para la depresión. No vuelan alto, planean. Son películas con conciencia de industria, y curiosamente, las dos fallan en construir sus personajes: los de «Mi mejor enemigo» son empáticos pero vacíos de historia; los de «Secuestro» son más complejos, pero todos carecen de empatía. Mayor curiosidad me da cómo han sido catalogadas por los medios. Esta es la nota que salió hoy en EL MERCURIO:
Buen debut. «Mi mejor enemigo», el segundo largometraje de Álex Bowen, fue visto por 14.947 espectadores en su fin de semana de estreno: desde el jueves 5 y con 28 copias. Es un buen número, pero no es para entusiasmarse. Bowen dice: «Honestamente, soy tan ignorante en la materia, que me han guiado mis distribuidores para saber si es un buen o mal número. Yo estoy feliz de hacer esa cantidad con el día de la madre entremedio».
En rigor, «Mi mejor enemigo», protagonizada por Felipe Braun (en la foto), es el mejor estreno local de 2005. En su primer fin de semana, «Secuestro» llevó 11.727 con 40 copias, y «La última luna», 3.103 en 9 salas. Igual está lejos de otros filmes como «Mujeres infieles», que en 2004 en igual período vendió 17.476 boletos.
La de Bowen tuvo «buen debut», mientras que la de Lira fue considerada hace una semana como «un fracaso», sin contar que ambas tuvieron una diferencia de apenas 3 mil espectadores. Con eso en mente, ¿hacia dónde va el cine industrial en Chile?
«Secuestro» de Gonzalo Lira: Conocí personalmente a Gonzalo Lira hace un par de semanas. Quizás decir esto a priori no tenga mucha relevancia para enteder su película, pero luego de verla me doy cuenta que sí. «Secuestro» es una película mucho más personal de lo que me esperaba. Para poder explicar este punto quizás deba explicar un par de cosas sobre Gonzalo Lira. Primero, debido a su fama de escritor con vocación de best seller en EE.UU., Lira es el tipo más odiado entre sus pares en el mundo audiovisual chileno. Es el aparecido, el cuico, el que habla con acento raro y usa gorrita de beisbol. Lira no encaja. Y está conciente de ello. Es incluso más odiado que Fuguet, lo que ya es mucho decir. No sé ni me interesan qué razones puede haber para esa animadversión, pero tal como magistralmente lo retrata Francisco Aravena en su artículo en la revista El Sábado, quizás como consecuencia de ello, o debido a ello, Lira es un solitario. Estuve en su departamento (conversé con él para una nota sobre las películas de este año que hice para Revista Paula, que luego tijeretearon con torpeza… y en la que dejaron fuera precisamente a Gonzalo Lira). El tipo vive en un magnífico departamento en el último piso de un edificio que mira hacía la avenida Kennedy. El departamento aparece varias veces en la película: Paola Falcone se asoma por el balcón, y los intrigantes tres cuadros con códigos de barra que cierran la película están en el depto de Lira, y corresponden precisamnete a los códigos de barras de sus tres libros publicados. Ahora, cuando hablo de que «Secuestro» es una película personal no me refiero a balcones ni códigos de barras. Me refiero más bien a que Lira de verdad me parece estar hablando de cosas que conoce. De hecho, para mí la película funciona, está a años luz de otros estrenos nacionales como «Gente decente» y «Mujeres infieles», tiene un ritmo incesante, y está hecha con precisión. Los problemas parten cuando uno comienza a preguntarse por qué si el tema es interesante y no está mal actuada (hasta Zabaleta salva la plata), por qué no levanta vuelo… por qué no es la «9 Reinas» chilena. Y la razón principal es que es una película fría. Es el aluminio en el ala de un avión. Sofisticada y brillante, pero algo vacía de vida. Y esto se debe no a que Lira sea un tipo vacío de vida (más bien me pareció lo contrario), sino porque con esta, su primera película, comete el error más viejo entre los directores debutantes, un error casi de estudiante de cine: su personaje principal es un tipo que él odia. Un asqueroso tiburón del mundo de los negocios (interpretado por Fernando Kliche), un cuico sin sentimientos, que denigra a su hija, a su esposa y su ex esposa. De hecho, de acuerdo a la nota de Aravena, este personaje representa para Lira todo lo que no quiere ser, es el «Lira malo». Por supuesto, es muy dificil poner de pie una película con un personaje tan desagradable como motor de la aventura. Quizás por ello, luego la trama se enfoca en la pareja del secuestrador y la secuestrada. Pero él es un papanatas (nos dicen luego que fue el único de la banda que violaron en la cárcel), y ella una interesante y bellisima chica mala, dominante y malcriada, que gusta por su lado negro, pero que tampoco sirve para empatizar. De hecho, el único personaje empático de la película es el de Paola Falcone (que para sorpresa de todo Chile prejuicioso, hace un personaje medido, y a mi parecer, notable), pero la cámara toma su punto de vista en los últimos minutos de la película, cuando ya es demasiado tarde, cuando ya nos perdimos. «Secuestro» es de esas películas que dan ganas de agarrarse, pero no hay de donde, ante la cual lo único que queda es disfrutar de lo que sí sabe filmar Lira, y que es tan importante para el cine de género: el procedimiento. La entrega de la plata, la espera de los secuestradores, la pasada del supermercado están tensa y ajustadas, gracias a la excelente música de un grupo tan ecuanime como los Tobar-Vigliensoni-Bitman, y muy a pesar de lo peor de la película: unos extras que no saben ser extras y parecieran caminar con la cámara quemándoles la cabeza. Curiosamente, y esto ya puede ser leido con distancia, me pareció que el personaje de la secuestradora mayor, el de Valentina Pollarolo, es un poco cómo Lira ve a los cineastas chilenos: unos detestables parásitos que viven de la universidad, que tratan de hacer pasar a sus alumnos (espectadores) su pensamiento seudo marxista, pero que en el fondo lo único que quieren es plata. Esa oscuridad presente, pero mal direccionada, es parte de las gracias y desgracias de «Secuestro».
«Mi mejor enemigo» de Alex Bowen: Si uno decide hacer una película de personajes, y luego no desarrolla esos personajes, es muy difícil salir bien parado. Alex Bowen curiosamente salva el escollo, pero de la misma forma que los soldados de su película: no da la pelea, no entra a la guerra. «Mi mejor enemigo» ni emociona demasiado, ni logra embarcarnos demasiado en la aventura. Es una película Cheyre: correcta, profundamente institucional, y hasta tiene una posición política neutra, no deliberante, como corresponde a unas Fuerzas Armadas profesionales. Aún así, y esta es la gracia de Bowen, logra tener una película después de todo esto. Pero cojea. Las razones para que cojee están en que Bowen anuncia desde el comienzo una película de honduras humanas, pero nunca llegan. No sabemos nunca qué clase de personas son estos pelaos, ni ellos se diferencian demasiado de sus superiores. De hecho, ningún personaje se diferencia demasiado uno del otro. Al parecer, son todos leves variaciones del mismo personaje: uno un poco más facho, uno un poco más ingenuo, uno un poco más romántico, aunque, eso sí, NINGUNO COBARDE (como le gustaría a Cheyre). Estos seres sin pasado, como caídos de una nave espacial en medio de la pampa, pueden caernos simpáticos, pero son tan unidimensionales que exigen cierta cuota de patriotismo al espectador poder ingresar a la película. Esta sensación queda reforzada con la aparición del pelotón argentino en la historia; son tan unidimensionales como los chilenos, y nos bastan un par de planos y frases al aire para conocerlos. Es en ese momento en que la película se pone plana como la pampa, con una decena de personajes esperando que transcurran los días, como pasajeros de una micro que todavía no pasa. Es curioso que la película sobreviva hasta el final, y quizás eso se deba por la cuidada elección del anecdotario (Bowen entrevistó a veteranos de 1978 para construir el guión), por el siempre preciso ritmo de montaje de Danielle Fillios, por la fotografía a lo «Band of brothers» en unos parajes privilegiados. Pero a no engañarse: todas estan son muletas para llegar a la meta, cuando la meta no está lejos. Ahora depende de Bowen ponerse mayores desafíos para que sus películas envejezcan con elegancia.