Las estadísticas de cultura en Chile 2003-2004, preparadas por el Instituto Nacional de Estadísticas, son bien explícitas: el 2003, 1.567.399 tickets se cortaron en películas chilena; el 2004, la cifra bajó a 1.090.063.
O sea, el 2003, el 14% de los tickets vendidos fueron preferencias para películas chilenas. El 2004, ese porcentaje bajó al 8%.
Las cifras del año 2005 no están incluidas, pero desde ya se ven alarmantes: los tickets cortados para películas chilenas llegarían a 600.000. Y eso significa apenas el 5% del total.
Es decir, del 2003 al 2005 pasamos del 14% a 5% del total de tickets. Casi tres veces menos.
¿Qué está pasando? El cine chileno ya no es tan atractivo para los chilenos que van al cine. Las razones pueden ser múltiples. Lo más preocupante es que el cine chileno esté conectando menos con los espectadores. Y eso que hay más películas. Este no es un tema puramente económico. Un cine que no conecta con sus espectadores es un cine en problemas. Es verdad, estamos en rodaje. Pero esta es una industria que ya lleva un lustro de trabajo profesional. Cinco años desde «El chacotero sentimental», nada menos.
¿A alguien se le ocurre por qué pasa esto?
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AGREGADO 20 ENERO 2006, 20:31 HRS…
Bueno, quizás sea al revés: quizás sea el país el que no esté conectando con el cine chileno, y no al revés. Por lo menos, algo así se puede desprender de la actual prohibición que contempla la ley antitabaco para que los personajes de películas del cine chileno no puedan fumar en pantalla… Aparentemente el tema no tiene que ver con lo que hablamos arriba, pero ciertos comentarios de parlamentarios como Guido Guirardi son un buen ejemplo de lo inconcientes que son los representantes (y por extensión, su representados) respecto al cine. Guirardi dice, muy autoritariamente, que ahora que en las películas chilenas no se podrá fumar, los personajes ansiosos tendrán otras opciones, como «que se coman las uñas o se masquen los dedos. Es más sano».
Por supuesto, esto a todas luces una ridícula medida. Basta exigir ley pareja: que no se pueda exhibir en Chile ninguna película, de ningún país, en la que fuman personajes… Eso, mis amigos, es la definición de censura: un juicio a las obras y discursos por ir en contra de algún planteamiento o ley oficial.
Por si fuera poco, todo esto es un volador de luces: la recién aprobada ley antitabaco, a final de cuentas, fue hecha a medida de las tabacaleras instaladas en Chile. Víctor Hugo Durán, un periodista que, según confirmé personalmente, fue despedido de El Mercurio por denunciar presiones de estas empresas cuando cubría el tema de salud en ese diario, lo dice claro en su blog: los diputados andan preocupados de un puñado de películas chilenas, pero no tienen problema con que se puedan vender cigarros cerca de los colegios.
Confirmado: Guirardi es un payaso.
42 respuestas a «INE: Efectivamente, menos chilenos están viendo cine chileno»
Supongo que es porque están saliendo películas chilenas con historias cada vez más personales que conectan con un sector más disminuido de la población…
Y eso tiene su pro (realizadores con mayor «identidad») y su contra (un público menos «identificado» con la «identidad» de ellos)…
Al final se vuelve al mismo problema sudamericano de siempre: la identidad.
Excelente blog!. Saludos!
«No se puede, bajo pretexto de reflejar la realidad, utilizar un elemento dañino para la salud…».
Que gran frase la de Girardi. Ahora él decide por nosotros que es lo que se debe mostrar de la realidad.
¿Que viene después?, ¿un comité que revise los guiones y que encuentre cosas dañinas para salud?, y ya que estamos en esa porque no aprovechar y sacar cualquier actitud inmoral también, y chuchada, y comentario hiriente y palabra empezada con J?… Girardi está meando fuera del tiesto. Insólito, ¿qué hay que hacer para callarlo? Propongo pararse a recolectar firmas al lado de los puestos que el tiene para recolectar firmas en contra de las AFP.
en bikini entreviste a directores de cine sobre la falta de un cine politico que despertara el concepto de civilidad.
(hollywood este año esta lleno de filmes politicos)
los cineastas me respondian que a ellos esos temas no les interesaban y que hacian peliculas personales.
les preguntaba sobre la responsabilidad del cineasta. me respondian que ellos no se hacian responsables de nada.
quizas con esta prohibicion de fumar en pantalla los cineastas se den cuenta de lo que pasa cuando todos nos miramos mucho el ombligo.
chile, creo, es un pais que necesita discursos politicos independientes. y los cineastas son justamente quienes pueden realizar esta labor con mucha efectividad.
hay muchas cosas que tienen que ser dichas en el cine.
el no decirlas trae consecuencias fundamentalistas como esa: no poder fumar en pantalla.
dios castiga.
si hasta machuca se nos vendio como un filme no politico.
y sub terra? le metio el diente hasta ahi no mas.
aunque puede que sea yo el equivocado.
Quizás la falta de audiencia radica en las espectativas, colocamos la vara demasiado alta para nuestro cine, somos capaces de aceptar de buena gana cine liviano y sin mucha calidad cuando es extrangero, pero somos sumamente críticos del nuestro, aun cuando creo que esa exigencia no es mala y debieramos nivelar hacia arriba. Más cine, pero del bueno, siempre hay personas disuestas al buen cine y que bien nos hace, sobre todo a nosotros un país adolecente que busca con ansias una identidad y en donde el cine es un referente gravitante.
No fumar en pantalla…, Girardi…Así no se puede, si no es un real aporte, si no una idea objetiva, lo mínimo que se espera es un bello y decente silencio.
Fin
Tengo algunas preguntas… Es interesante lo que dice Guillermo: el costo de tener cineastas con más identidad, es menos espectadores. Pero, ¿por qué ocurre algo así? ¿Por qué cineastas y espectadores no pueden compatir la misma identidad? Es claro que Quercia y el Rumpy, las caras más visibles de las películas más exitosas de los últimos años, tienen su propia identidad, y es, al mismo tiempo, una identidad compartida con los espectadores. Pero, ¿qué pasa con el resto? ¿Será que el problema es que tenemos cineastas de elite, con preocupaciones que solo les competen a ellos? No quiero ser pesado, pero pienso un minuto en «Fuga», de Pablo Larraín. ¿Cuánta gente irá a ver una película sobre un compositor de música clásica que se ha vuelto loco? Si va mucha gente, esta tesis se va por el baño.
AFA, welcome back! La política está por sobre la realidad. La desprecia. Eso explica mucho.
José Miguel dice que más compromiso político haría la diferencia. Yo no exijo tanto. ya con conciencia política de parte de los cineastas tendríamos un gran cambio. Por lo pronto.
Y Christian Frez tb tiene un punto. Le ponemos expectativas al cine chileno, quizás más que el resto. Las mismas expectativas que le ponemos a nuestros familiares, y Gonzalez cuando juega en Australia, y los amigos que viven fuera. Porque son parte de nosotros. Y queremos sentir que es así.
No comparto la opinión de que al cine chileno se la pida más. Todo lo contrario, se le exige mucho menos y se le sigue tratando como un pobre niñito con problemas al que hay que hablarle con cariño y cuidado (y nuestros cineastas siguen esperando un trato de minusválido). Basta que Ruiz haga Dias de Campo (que ojo, yo creo está lejos de lo mejor de Ruiz) para que nos demos cuenta de los pocos méritos artísticos de casi todas las películas chilena recientes, de lo intrínsecamente comerciales que son todas (¿donde había tetas de estrellas de televisión en Dias de Campo, donde música de moda?).
Ahora sí, hay otro tema, pero que no tiene nada que ver con tratar más duro a las películas chilenas. Lo que pasa es que al ser chilenos tenemos más elementos de juicio para juzgar una película chilena, pues compartimos o vivimos en el mismo mundo que la película quiere retratar. Me explico, si vemos una película gringa que trata de la vida de un white trash en Texas (y que quiere ser realista) no sabemos si el retrato es fiel o si está lleno de clisés, pues nunca hemos visto uno. En cambio, si trata de un par de malandrines que asaltan un taxi sí lo sabemos, y sí reconocemos el acento falso, la impostación ridícula, la ambientación esteriotipada, etc.
Pero insisto, me basta ver el Chacal de Nahueltoro para quedarme tranquilo y saber que no tengo nada en contra de las películas chilenas.
Además creo que se está abusando del discurso de la «película personal» y que se usa como excusa para justificar la ausencia de público tal y como se usaba la excusa de hacer «cine arte» en muchas película espantosas de los años 80 y 90. Seamos honestos, ¿que tiene de «personal» En la Cama? ¿dos galanes de televisión en pelotas?, ¿la música de moda?, ¿el afiche sugerente?… hacer una película personal va mucho más allá de llenar la pantalla con jóvenes ABC1 (es decir, con «gente como el director»). Y después, ¿quien dijo que un cine personal es bueno?, ¿qué me importa si al director o al guionista le pasó algo igualito a lo que sale en pantalla si al final la historia está mal contada, llena de clisés, carece de toda profundidad, humor o sensibilidad? El cine no es una herramienta sociológica y si retrata un momento histórico o generacional es siempre un valor agregado, marginal, que más encima se da casi siempre sólo en películas que son buenas por otros motivos, no poruqe busquen ser «perosnales o generacionales» (La Mamá y la Puta, Funny Ha Ha, La Batalla de Chile, etc.)
Para no perder el hilo…
¿Le pedimos más a las películas cuando son chilenas?
AFA dice que no. Yo creo que sí.
Pero de una manera muy extraña. Como siempre, nos refugiamos en nuestro doble discurso. En público somos condecendientes con el cine chileno, y en privado lo destrozamos.
Pero la verdad sea dicha: le exigimos más al cine chileno que al cine de otros países: le pedimos que nos diga «las cosas como son», o por lo menos, esperamos que no nos pasen gato por liebre. Creo que es por eso que nos provocan ira películas como «Mala leche». Porque es un mal sueño que agarra escenas de otras películas y fantasías derivadas de ver demasiadas noticias en el Mega, todo para satisfacer lo que yo llamo una «tarantontera». La tontera de creerse Tarantino.
Hay poco para uno allí. Pero León Errazuriz (director de «Mala leche») no debe ser crucificado ni castigado en el medio de la plaza. De hecho, películas más falsas y mal filmadas nos llegan de otros países.
Y este es el gran punto de esta discusión: a las de afuera les perdonamos más. Nos dan lo mismo. No sentimos lo que sentimos con las películas chilenas que no nos gustan: que nos están estafando, que quieren dejar una idea falsa de la realidad.
Ante las ideas falsas en el cine chileno, los espectadores chilenos protestamos con energía.
(Mucha gente es más sana que uno: ni siquiera va a verlas).
Ahora, como dice AFA, este fenómeno es común en todas partes: los cines nacionales tienden a ser despreciados en sus países de origen. (Y no me hablen de los franceses. Los franceses apoyan su cine y hacen hartas películas precisamente para encontrar una que les guste).
Eso explica, por ejemplo, cómo muchas películas chilenas que no nos gustan ganan premios afuera. Y cómo acá aplaudimos obras que en otros países desprecian (recuerdo claramente la discusión con amigos argentinos respecto a «Nueve reinas»: no podían entender que me gustara)
Y es aquí cuando entra el gran tema de la identidad: no creo que porque haya directores «buscando su identidad» vayan menos espectadores a las salas. Más bien, es al revés. Un director conectado con su más profunda humanidad, con sus sentimientos más urgentes (y, ojo, sabe expresarlo en sus películas) para mi gusto, siempre lleva espectadores a las salas.
Y eso es porque, como espectadores, vivimos la dicotomía de la esposa cuarentona. Antes de sentarnos a ver una película, rogamos en secreto: «Dime la verdad, siempre. Ahora, si me vas a inventar cuentos, hazlo de tal manera que nunca me de cuenta».
No queremos andar con «pendejos» que no saben quien son, que copian estilos de otros, que no tienen ideas propias. Pendejos que ni siquiera saben mentir. Y que se les notan demasiado sus «influencias». Esos pendejos, ya sabemos, nos aburren. Queremos andar con «hombres» de verdad. Con sus propias opiniones, sus propias ideas, con un pasado. No tienen que ser perfectos. Pero nos gustan que hayan vivido, para que nos hagan sentir que, efectivamente, cuando estamos con «ellos», podemos multiplicarnos y vivir dos vidas.
Por supuesto, vivimos igual de amargados que las cuarentonas: esos hombres, y esos cineastas, y esas películas, son cada vez más escasos.
Totalmente de acuerdo, en el fondo también creo que le pedimos más a las películas chilenas, pero no porque queramos pedirle más, sino por lo que decía, que somos capaces de verlas mejor, de más cerca, porque compartimos más códigos para entenderlas y analizarlas.
Concuerdo contigo, Gonzalo en que mis amigos de otras partes a veces se espantan con mis gustos (los franceses con Haneke o Assayas, por ejemplo) o yo muchas veces con la gente que sigue alucinando con Woody Allen (Melinda y Melinda me molestó mucho, creo, en gran parte, porque me parece que no tiene ni medio nanómetro de conexión con un New York real, algo que difícilmente podría saber sin vivir aquí).
A lo que voy con pedirle menos tiene más que ver con los medios, que siempre le dan tribuna a películas que no deberían tenerla porque no son más que productos desechables, que si las cosas fueran justas deberian pasar por cartelera sin pena ni gloria como el 90 por ciento de lo que llega, con dos párrafos de una crítica a la pasada en un diario cualquiera y ya.
Es buena la metáfora del tenis, pues en Chile se habla, y bastante, de Capdeville… 130 del mundo.
Entonces, que es mejor, darles el mismo trato «respetuoso» que a las malas películas gringas, es decir, no hablar de ellas? No creo que sea posible. Esa es la «cruz» que deben cargar. Nadie es profeta en su tierra, es cierto, pero hay algunos que sí lo son en todas partes.
Una última idea. Si todas las películas chilenas del 2005, o al menos unas cinco, por dar un número al azar, hubiesen sido tan verdaderamente personales, o al menos tan «ideal de la cuarentona» como Dias de Campo, pero la misma cantidad de gente hubiese ido al cine a ver películas chilenas (o incluso menos, porque la taquilla de Dias de Campo fue bastante paupérrimna), se podría hablar de un fracaso?
Artísticamente hablando creo que no. Las cifras de taquilla y la calidad artística de las películas creo que no tienen siempre mucho que ver, puesto que hay muchas películas que me parece que asumen que no son comerciales en serio, tipo Ruiz, no esas falsas «no-comerciales pero con estrellas de telenovelas en pelotas y cameos de famosos y canciones de moda y mucho sexo y balazos».
Si hablamos de cine comercial (el 90 o más por ciento de lo que se hace en Chile es comercial) sí admito que la cosa es preocupante. Un cine comercial debe llevar gente a las salas, y si no lo hace (e insisto que el cine chileno es comercial hasta la médula) es que las cosas van mal.
Yo trataría de dejar fuera «los medios» de esta discusión. ¿Qué importan los centímetros por columna que hayan tenido «Mi mejor enemigo», «En la cama» o «Se arrienda» (centímetros que ofuscaron tanto a Jorge Letelier en el último Mabuse). De verdad, ¿importa algo lo que digan o dejen de decir los medios? O más bien, vivir revisando la cobertura mediática, en general, es para pasar rabias. Los medios son reduccionistas y aficionados al trazo grueso y masticable, todos elementos que uno anda evitando. Además, «Secuestro» no es una mejor pelicula por el hecho de que no la hayan pescado los medios. Así que, ¿para qué amargarse?
Y otra aclaración necesaria: las distinciones entre cine comercial y «no comercial» son las que tienen en el suelo a este último. ¿Qué mierda es «no comercial»? Muestrame cualquiera de Haneke, y de verdad, me parecen bastante «comerciales». No he visto «Cache», pero la premisa podría ser el próximo thriller de Jodie Foster. De nuevo, distinciones entre cine comercial y no comercial me parecen pointless. Las inventaron los distribuidores, las conjugan los productores… son para ellos. Al resto de los mortales, estas categorías nos alejan de, lo que me parece, es aquella discusión que nos hace escribir tanto desde lugares tan alejados.
Yo creo que pensar en los espectadores al momento de concebir, escribir, filmar y editar una película es un camino que los cineastas chilenos no han recorrido de la mejor manera. Optan por hacer esta rara mezcla de cine «comercial» y «autoral», pero «a las finales» resulta una melcocha. Quizás, si por un minuo pensaran en esa persona que está decidiendo qué entrada comprar en Cine Hoyts Estación Central, y se empaparan de sus sueños, sus ansias, sus fantasmas, algo «puro» saldría de todo esto.
Mal que mal, a «Días de campo» no le fue nada mal en Chile. Por lo menos, quienes la trajeron están felices, y yo vi salas llenas en todas las funciones a las que fui.
Puede ser lo de la melcocha, un discurso autoral pero sin el riesgo (y muchas veces sin las herramientas) necesarias.
Solo una ultima precision. Por «no comercial» no me refiero a «no viable» economicamente. Todo lo contrario, me parece que si se entendiera que hay otras formas de vender y obtener beneficios de otro tipo de peliculas (estrenar con menos copias en algunos cines, conseguir distribucion afuera, en video, en la tele, etc.) eso daria mas libertad para poder ser un poco mas arriesgado y no depender tanto de las cifras taquilla de la primera semana.
Por «comercial» me refiero a un cine que no piensa ni en la pelicula o el autor ni en el publico real (el que tiene que comprar la entrada), sino en una abstraccion de este ultimo. Es el cine que parte de la base que a la gente le gusta el sexo, asi que hay que meter algo de tetas, que le gusta ver famosos, asi que hay que meter famosos, que le gusta el rap, asi que hay que meter rap, regaetton, etc. O aunque más que cine comercial, tal vez se trate de un cine simplemente «no jugado», que transa, deshonesto.
Cache es honesta, y aunque la premisa suene a thriller de cuarta, no lo es. Es que haneke siempre hace eso, toma un genero y lo usa para hacer otra cosa. Al final no lleva ni la mitad de lo que lleva el mas fracasado de los thriller semanales gringos, pero no le importa, sabe cual es su público y es economicamente viable.
Ese discursito del «cine personal» es una soberana lata. Nadie puede decir esto para defender su película. Tampoco eso de «películas como más de arte». Qué huevada con más patas.
Las películas son artefactos sociales. Se hacen para ser vistas.
Esto lo digo sin saber cómo le hirá a LA sagrada familia cuando se estrene en Abril. Pero al menos la hicimos deseando hablarle a los chilenos, deseando contactarnos con nuetsro país. Esa fue nuestra intención. Habrá que ver…
Ahora, Si hay desconección es porque los cineastas se están mirando el ombligo. No hay nada de heroico en esto. NADA. Y no creo que el cione político sea el que aborde temas de política contingente. El cine político impacta, hace pensar y entretiene. Un cine tan inofensivo como el que se ha estado haciendo no le importa a nadie al final del día.
Lo he dicho hartas veces. Al cine Chileno le hace falta un poco de «simpatía por el demonio».
En mi blog estaeslasagradafamilia.blogspot.com
hay un análisis sobre lo que yo creo que está pasando con el cine chileno.
Saludos
Antes de leer el blog de Sebastián Campos, me voy a atrever a decir lo siguiente: ojalá supiéramos por qué va menos gente a ver cine chileno. No creo que haya una razón única (películas «personales» vs. películas «sociales»). Tal vez si hiciesen películas «sociales» iría aún menos gente. Las razones no hay que buscarlas solo en el cine chileno, sino también en la oferta mundial, y esa oferta son los blockbuster, los señores de los anillos, los narnias, las guerras de las galaxias, el hollywood más tradicional y efectoespecialista. Por mi limitada experiencia como ex editor de una revista vinculada con el medio, me parece que cada entrada ganada por el señor de los anillos fue una entrada menos para otros tipos de cine, considerando que el cine -digo, el de sala de cine- es una actividad que llega hasta los 25 años: la gran mayoría del público deja de ir al cine a esa edad. Además, el negocio no es aritméticamente perfecto: Un señor de los anillos significa varias salas menos disponibles, durante varias semanas, para cualquier otro tipo de filmes. Los dueños de las salas simplemente no van a sacar una cinta a la que le esté yendo bien para probar otra que no saben cómo le va a ir.
No tiene mucho sentido competir con el cine blockbusteriano porque el cine chileno va a perder igual, y no estoy haciendo un juicio de valor aquí, sino analizando el mercado según lo que sé, de modo que tanto la apuesta «personal» como la «social» de los cineastas chilenos son igualmente arriesgadas. Hollywood además -los estudios, los majors- copan estratégicamente las salas de cine, y uso «estratégico» en el estricto sentido de la palabra: hay gente a la que le pagan por planificar y sacar la mayor rentabilidad a sus productos, en un mercado que dista mucho de ser transparente, y en el que las presiones y patadones por debajo de la mesa están a la orden del día, y en el que los cineastas chilenos tienen un espacio que es considerado casi un favor por las salas, y muchas veces por los distribuidores.
No estoy seguro de que Chile sea el mejor lugar para el cine chileno, creo que «estratégicamente», tiene muchas más opciones de existir, ganar fama, dinero, reconocimiento, en el circuito festivalero mundial, y en ese sentido, insisto, todo tipo de película va a ser arriesgada por igual.
Por lo demás, por más «social» que sea una película, la barrera del valor de la entrada deja fuera a gran parte de la población del país. El caso «Mala leche» me parece que es muy representativo de esto: es una película a la que se le asigna un valor distinto desde la población donde fue filmada que el que le da el público que la vio en el cine. En rigor, «Mala leche» era una película que, en el cine, contaba la historia de un país en el que los espectadores nunca habían estado y muy probablemente nunca van a estar.
Creo que el asunto no tiene una solución única, salvo seguir haciendo películas. De las que sean.
Bien «amarillo» me salió el comentario, pero qué bah.
Buena discusión. Mi imagen del cine chileno es la del pato contreras al final de «La frontera»: perdido, solo, en medio de un diluvio, intentando mandar extrañas señales de vida. Si hay una ley antitabaco, los personajes deberían fumar pitos. O inyectarse. O beber más. Llevar las cosas al límite. Vi «play» y me cargó: demasiada huevadita electrónica, demasiado paisaje exterior, demasiada excentricidad. le mejor era la cara de la actriz, que podía devorar la proyección con su pena, una y otra vez. entre la cara de contreras y la cara de la chica de play está la de la tamara acosta que le dice al pablo macaya que ellos también » son gente» en el chacotero. las tres imágenes son metafóricas, es como si las películas pidieran una y otra vez que las salven, que no van a ninguna parte, que se van a quemar en el intento. por qué nadie ha revisado «imagen latente» de perelman en clave trhriller o «entrega total» en clave trash. no. no se hace. nuestros directores de largos quieren ser artistas y deberían ser artesanos, saber colar contrabandos, leer más novelas en vez de manuales de guiones. deberíamos buscar el futuro del cine chileno fuera de las escuelas de cine: en el documental o en las escuelas de arte, por ejemplo. nuestras ficciones cinematógraficas son como nuestras novelas: planas, chatas, apolíticas y sin riesgo. el mejor cineasta vivo chileno no es ruiz sino carlos pinto, que una y otra vez cuenta relatos que no tendrían otro destino que sus manos. pura explotaition y sexplotaition. eso es lo que tenemos. cero vanguardia, atrevimiento, descriterio. cero incorrección política. nada que se parezca a «lugares comunes», por ejemplo. gente hablando y haciéndose trizas hablando, llorando. quemados como el país. aquí toda la huevada es cool y electrónica y lounge y llena de ruiditos y sugerencias. ¿por qué nadie filma a lemebel?, por ejemplo. no tienen los cojones. los cineastas chilenos están demasiado perdidos buscándose como para encontrar algo. eso. saludos, gonzalo.
un abrazo
Quiero rescatar dos cosas. Una la dice Alfredo, respecto a que el número de salas y espectadores locales no da para industria local, y que quizás los cineastas deberían enfocarse en otro «mercado», el de los festivales y los mercados internacionales. La otra la dice Bisama, respecto a «Play».
Para comentar eso del «cine para no chilenos» que propone Alfredo, la verdad me parece que ese camino SI ha sido recorrido por nuestros directores. Las películas que ganan festivales son una rara raza, para mi gusto, nunca muy interesante como cine. Son, en general, muy parecidas a las de Hollywood, no por los contenidos, sino que porque pueden resumirse en pocos conceptos, aunque se trate de conceptos más sofisticados. He ahí el éxito de Dogma, reduccionismo publicitario para compradores europeos que programan su sala de cine arte más cercana. Basta ir a un festival con mercado para darse cuenta: los tipos que hacen los tratos, los compradores, apenas tienen tiempo de ver películas. Se llevan los DVDs, hacen los contactos, se pasan el dato de una u otra cinta, y en general, hasta tienen la misión de comprar películas que ni siquiera les gustan. Pero la experiencia de sala oscura, de sorprenderse, de entregarse, es algo que hace rato se extirparon. Estos zombies son los que eligen las películas que vemos en todo el mundo.
Ahora, creo que cineastas chilenos como Larraín, Caiozzi, de alguna manera hasta Wood, tienen o tuvieron conciencia del potencial festivalero que podían tener sus películas y las hicieron pensando en eso. Las suyas parecen ser estupendas películas, pero se diluyen en los recuerdos al segundo pensamientos.
No se mal entienda: no hay nada malo con querer ser millonario haciendo películas, o querer ganar festivales. El problema viene cuando ese objetivo se pone por delante de todo. (No culpo a Larraín, Caiozzi o Wood… Por años, hacer películas que pudieran ganar festivales fue la única manera de validarse como cineasta, y por tanto, poder seguir haciendo cine… Fue una estrategia de sobrevivencia). Pero con el tiempo, con estas prácticas, la mirada del cineasta se diluye, se evapora, porque se adecua para encajar en estas necesidades específicas. Con ello, la mirada del cineasta, su verdadera mirada, desaparece, y los espectadores, los que finalmente pagamos la entrada por ver vida, pasiones, otros seres humanos, nos encontramos con alguien que no nos está hablando a nosotros, sino que al editor de un diario (películas polémicas), a un crítico (películas ombliguistas), a distribuidores (películas comerciales) o a seleccionadores (películas festivaleras). Y salimos algo desencajados de la función, como si nos hubieramos colado a una fiesta a la que no estábamos invitados.
Esa sensación es muy desagradable para el espectador, y es la que le hace denostar películas, tal como lo hace en el post de arriba Bisama respecto a «Play». Bisama siente que no lo invitaron a esta fiesta, o peor, siente que lo llevaron engañado a lo que alguien dijo que era una buena fiesta (el afiche, algún crítico, o el amigo que se la recomendó) y cuando llegó, en el fondo, solo encontró invitaciones dirigidas a otras personas (lo que Bisama llama la «huevadita electrónica», el «paisaje exterior», la «excentricidad»).
Bueno, para no salirme del tema, si me preguntan, si los chilenos están dejando de ir a ver películas chilenas, es porque no se sienten invitados a estas «fiestas» que proponen sus cineastas.
Bisama es de nuevo un super ejemplo: en la segunda parte del comentario están enunciadas las fiestas a las que les gustaría ir. Y a las que nadie todavía lo ha invitado.
Lemebel en cine, una buena idea (aunque entiendo que hablamos del espíritu de Lemebel, que si es por hacer una adaptación de sus libros lo más probable es que la haga un italiano millonario que jura entender a los indiecitos y salga una peli insípida y más encima reaccionaria, tipo Sub Terra o Tierra del Fuego).
Tenemos muchos poetas también. Una película Rosamel del Valle, por ejemplo, sería un gran acierto. Pero eso implica primero que nada tener huevos, atreverse a pensar más allá de lo fácil (el truquito de edición fácil con sonido zooooom incluido, la cancioncita cool, el cameo del famosillo), de lo que está de moda y hacerse preguntas en serio, tratar a los personajes y las historias como algo más que cartulinas recortadas e involucrar un poco más de reflexión sobre la vida y el mundo. Dicho así parece serio y denso y apestoso, pero no es ni tanto, basta con pensar que los personajes son al final seres humanos, evitar algunos lugares comunes que más que feos son degradantes para el que los utiliza (cosas como el actor imitando al longi de la pobla «chi, loco, la huea, devuelve la droga poh, chuchetumare») y acordarse que en el cine como en cualquier arte, si no se pone algo de alma y verdad (y por verdad me refiero a algo que le importe al director, a una parte de su vida, a un poco de intestinos), las cosas no van a ninguna parte.
Creo que fue navegando en blogs una vez que lei a alguien que decía que al ver películas chilenas tenía la impresión que así como se contaba una historia se podría haber contado otra cualquiera, que parece que los temas de las películas en realidad no le importan ni a los mismos directores, que las hacen para pasar el rato, porque estudiaron cine y se consiguieron la plata, o de porfiados no más («voy a hacer una película la raja», dice el director. «¿De qué?», le pregunta el amigo. «De cualquier huevá, de un huevón que mata a otro y después roba una droga y después no sé, una huevá por el estilo, o ahí invento algo»).
La verdad es que las películas que recuerdo son siempre las que parecen haberse hecho porque se tenían que hacer, porque había alguien que se pasó años sin dormir, que no aguantaba las ganas de hacer esa peli y ninguna más (o varias más y esa entre ellas) y se jugó todas sus cartas.
Si hasta Peter Jackson da la impresión de jugarse la vida con King Kong! Involucrase más en lo que se hace, ponerle más cojones al cine a lo mejor haga que a la gente también le importe un poco más el cine chileno.
Gonzalo, no sé si se trata de fiestas a las que ir sino de un problema de guión. «play» hace agua porque no se define nunca: no se sabe si se trata de una fábula feminista o de una ejercicio de historias yuxtapuestas. puede que eso sea una virtud -la ambiguedad como una matriz central de la estética de la cinta- pero también un defecto. al final, se trata de un problema político que se resuelve de un modo más o menos etéreo, sin entrar al final. mi problema con lo que yo llamé «los ruiditos» o «la huevadita electrónica» es un problema con la textura del sonido, con la complejidad con que se aborda y se crea. Y no sé si «play» sea una película excéntrica sino que, por el contrario, creo que se trata de un film realista sobre los afectos atrofiados de nuestra generación, una gestualidad autocomplaciente, un sentimiento de destierro citadino que hay que desmontar y analizar. y no sé si el cine chileno lo haga. por otro lado, yo lo veo en términos narrativos y extrapolo hacia la novela chilena: es el problema de volverse puros estilistas, de pensar forma y contenido como elementos separados, de no asumir la precariedad o de creerse fuera de una tradición. De ahí que me interesa más bertoni que zurita, o gladys gonzález que memet. puede que sea una opción personal -como espectador me comporto casi siempre como lector- pero me gusta ver historias en la pantalla a pesar de que sean ejercicios donde esas historias se desmonten o se ironicen o pongan en sospecha. Y no, no se trata de fiestas a las que asistir sino de habitaciones cerradas a las que hay que abrirles las ventanas, cosas que escuchar, basura que sacar. eso. un abrazo, gonz.
a
Me agrada que tengamos todo el espacio del mundo para discutir estas cosas. Yo no he visto PLAY (la veo el jueves en el CINE UC), pero la frase «un film realista sobre los afectos atrofiados de nuestra generación» me parece hasta atractivo. Pero te estoy hueveando. A nuestro amigo AFA tampoco le gustó. Entiendo perfectamente lo que dices, y creo que el problema estético de los autores chilenos se resume muy bien en la frasecita tuya esta:
«Yo lo veo en términos narrativos y extrapolo hacia la novela chilena: es el problema de volverse puros estilistas, de pensar forma y contenido como elementos separados, de no asumir la precariedad o de creerse fuera de una tradición».
Ese efectivamente es el problema esencial de la literatura chilena. Ahora, ¿es tan aplicable al cine chileno? Me da la impresión que es aplicable a ese cine que se hizo en los 80s, y en parte de los noventas («Mi último hombre») cuando no se tenía nada de nada. Quizás también podamos decir algo así de «Horcón». Pero en adelante cosas raras han ido ocurriendo.
Me parece que gente como Lavanderos o Campos, tienen tantos intereses estilísticos y como narrativos. Son tipos inquietos, que han trabajado y trabajan en el mundo documental (la serie «Mi mundo privado» la dirigen ambos). En «Sábado» de Bize había algo así también, pero no lo volví a ver en «En la cama», lo que no quita que en una próxima película suya aparezca.
Estos tres tipos tienen intereses estilísticos y narrativos, saben de donde vienen. Para mi gusto, están al medio.
Me parece que Bowen y Fuguet están en la vereda del frente. Quizás los acompaña Quercia, pero éste es más inclasificable (y a mi me encanta, me parece un tipo muy tosco y sensible, y espero con ansias «El rey de los huevones»). Tienen demasiada conciencia del contenido, están empapandose de cine mientras lo hacen.
Y al otro lado, en el de los formalistas, hay mucho pigmeo ratonil, mucho tipo muy lleno de sí mismo, y un gigante del cual seguiremos hablando por los próximos doscientos años: Raúl Ruiz. Y aca agregaría también al bueno de José Luis Torres Leiva, quien aun no ha hecho un largo de ficción, pero con «Ningún lugar en Ninguna parte» me tinca que es el puente que une a este mundo con el de Lavanderos y Campos.
Lo que sí, estas «familias estéticas» por llamarlas de alguna manera, no concuerdo con que deban ser «familias políticas». Hay buenos momentos cinematograficos en todas las familias. Mucha gente cierra filas, declara guerras culturales muy ridículas, como una manera de reafirmar su identidad. Algo muy adolescente, sigo pensando. No estoy de acuerdo ni con el desprecio de Soto a «Días de Campo» ni con el desprecio de Mabuse a «Se arrienda». Ambos desprecios están llenos de elementos ajenos al cine, y corresponden a una especie de agenda secreta que no comparto ni me interesa. Ambos, además, le hacen muy poca justicia al «cine» que defienden.
Me ha llamado mucho la atención el artículo porque en Cataluña sucede lo mismo: la gente no valora el cine catalán y, en general, tampoco la cultura autóctona. Si el cine español se ve poco, el catalán es ya casi inexistente, tan sólo en algun cine muy especializado de la capital catalana (Barcelona). Pero es que tampoco se proyecta nada de aquí, sólo americanadas, que es lo que vende. Por lo tanto, es un problema común el nuestro, sacad vuestras propias conclusiones.
Por cierto, esa ley antitabaco de las películas me parece ridícula.
Mh. Intensa discusión y no puedo evitar meter la cuchara. Se me pierden los argumentos y los nombres, pero intentaré dar la nota con algunos puntos que me interesaron:
1)La discusión propuesta con estadísiticas en mano es una discusión falsa para mí. Se la dejo a las instituciones y a quienes tengan que sacar cuentas. Se la dejo a sociológos o analistas de la información. Y a quienes les interese validar los estudios cuantitativos para que el modelo siga o no funcionando.
2)Tengo mis peros con la cantidad de cosas que se dicen aquí medio en el aire, otorgándose muchos el derecho de exigirle un no se qué al cine, como por ejemplo, el de satisfacer demandas de «la gente» (no fue «la gente» un concepto que no paró de machacar Lavín en su campaña ¿quienes son esa «gente»? en fin)
3)El problema, como siempre, radica en un problema cultural que lleva por debajo complejidad e incorpora prácticas sociales, ideologías, educación, y, por supuesto!, medios, lenguaje, conceptos, categorías que se validan o invalidan. Esa cosa de «dejemos fuera a los medios» es querer siempre despolitizar cualquier discusión ¿por que tanto miedo?
4)Creo que hay que empezar a discutir, intentando poner en paréntesis los intereses particulares, los gustos, aunque eso sea solo una ficción. No creo que el cine chileno vaya a ser mejor por mostrar a Lemebel, o basarse en poesía chilena. Y tampoco creo que el asunto se trate de «calidad», entendiendo por ello factura, “buenos guiones”, “buenas historias”. Muchas veces detrás de esas ideas se esconde esa ideología de la nitidez comunicacional por la que tanto se aboga en este blog. ¡por favor! Decir que “Viejo zorro” es el mejor documental del año pasado y decir de “Dear nonna” que es un ejercicio de escuela es no entender procesos profundos que vive el lenguaje del cine hoy en día, cruzado por elementos ajenos a él. La discusión es más amplia y creo que incorpora a complotadores y no complotadores, a quienes validan o invalidan ciertos relatos. Los ejemplos en el cine actual chileno, por supuesto, no van de la mano del cine que se hace visible, si no más bien desde otros lugares, algo más silenciosos, que se empeñan en destruir verosímiles, emociones, cánones, clichés. O que hacen de ellos elementos para levantar una puesta en escena autoparódica (que le moleste a Bisama o no, eso ocurre con “Play” bajo absoluta claridad de la directora). Aquí defiendo más cosas aún: hay elementos en discusión específicos del sistema de imagen actual que cuesta entenderlos a primera vista. A veces para ello, hay que haber entendido la jungla actual de visualidad, las relaciones complejas entre Televisión y cine y las cosas que se han dicho, o pensado desde los propios cineastas o desde la teoría del cine.
Sé que esto último va a molestar, pero bueh.
O sea, este cine no es para todos. Interesante la discusión, pero me cuelgo del último post porque creo que al final las películas que sobreviven, duran y dejan huella no requieren ninguna de esas dotes ni entrenamientos ni conexiones con la teoría del cine.
Ojo, no estoy diciendo que todo deba ser simple y sencillo como La Diligencia. Ni que las películas que hablan de películas no sean importantes. Pero, por ejemplo: a ciertas películas de Godard, Resnais, Fassbinder, Tarkovski, el propio Ruiz y un largo etcétera de directores normandiescos las defendieron en su tiempo textos que se caían de las manos. La mierdosa escuela de Metz y las metonimias y los significantes.
Pero la mayoría de esas películas se mantienen vigentes y frescas hoy, y no por obra y gracia de la forma en que fueron leídas en su tiempo sino, simplemente, por su juego con la imagen, por su instinto visual, por su ritmo, por sus ideas, etc.
En el fondo, flaco favor se le hace a un filme -sea Play o un blockbuster- insinuando que su apreciación justa depende del dominio de ciertos contextos y relaciones mediales y que cualquier otra lectura o juicio se invalida.
Es como -guardando las distancias- cuando el culeado del cura Valente dijo que los críticos de La Pasión de Gibson la leían mal porque no conocían la doctrina de la fe: es mandarte a leer un libro para entender un cuadro, lo que sigue siendo elitista y miope aquí y en cualquier parte.
Vamos un tema a la vez, compañeros.
Es todo lo que pido. No se trata de ser reduccionista, solo ordenado. Un tema a la vez. La pregunta que comenzó esta tira de comentarios fue: ¿por qué cree usted que menos chilenos estan yendo a ver películas chilenas?
Muchos amigos, incluso uno de Cataluña (¡Benvingut!), se han sumado con sus experiencias a esta conversa. Esta tira de comentarios es como un cubo rubik que todos tomamos y vamos moviendo piezas hasta encontrar algo. Pero llega Pinto, y es como si tirara el cubo rubik por la cubierta del barco.
Hace rato que Pinto circula por estos lados y sale con cosas que me dejan perplejo. Por ejemplo, ahora, con esa «ideología de la nitidez comunicacional» que se supone defiendo tanto.
«La ideología de la nitidez comunicacional»
¿QUÉ ES ESO?
Nunca en mi vida había escuchado hablar de algo así. Simplemente no lo entiendo, lo siento, es un concepto demasiado espúreo para mí. Es más, descubrí que en Google la frase «nitidez comunicacional» no aparece en ninguna de sus páginas. Pinto es el primero en ocuparlo en el mundo, y lo hace en este comentario. Ya lo sabía yo: en este blog estamos haciendo historia.
¿Y qué es eso de que esta es una «discusión falsa» por mostrar cifras?
Puede ser que mi ideología me tenga poseido y exija claridad a mis interlocutores. Simplemente entiendo muy poco de lo que Pinto habla, y temo que si le pido que me explique termine más confundido.
¿Qué hago?
(Por supuesto ahora seré acusado de clausurar la discusión, de matonaje, de tantas cosas que acusan los acusadores…)
Maza, las estrategias de invalidación del otro por medio de la evasión de la discusión son múltiples. Una de ellas es no querer entender qué estoy diciendo y por que a veces se hace necesarios «jugar» con el lenguaje para nombrarlas. No me asusta que en google no aparezca cualquier idea que yo proponga, solo confirma al medio internet como lo que es :homogeneización del lenguaje, de las ideas, de los conceptos.
A Villalobos le diría que lea bien. No se trata de mandar a leer a nadie ¡pero tampoco de evadir las citas, los problemas y la filosofía cuando se hace necesaria! ¡menos cuando el nivel de la discusión en el medio es tan bajo! Insisto: ¿qué les enseñan en periodismo?
Una lata que ya entremos en la descalificación profesional y que nos alejemos del tema para caer en frases del tipo «los periodistas valen callampa»…
Una lata conversar así, y una lata tener que hacer este paréntesis, pero Pinto pregunta con desdén qué enseñan en periodismo. Al menos en mis tiempos nos enseñaban un par de cosas útiles: a escribir, a redactar, a hacerse entender. En La Fuga traté de leer muchas cosas escritas por Ivan, pero la verdad es que a la larga me aburrí porque sencillamente no entendía. Y ojo, no creo que se trate de un problema de contexto o ganas de menospreciar las ideas de nadie (varias veces incluso me menosprecié a mí mismo por no entender nada), sino que creo que es algo mucho más pedestre. Las ideas de Ivan suelen estar mal redactadas, mal escritas o incorrectamente expresadas. Un ejemplo lo da este mismo posteo: «…las estrategias de invalidación del otro por medio de la evasión de la discusión son múltiples. Una de ellas es no querer entender qué estoy diciendo…» (hasta ahí vamos perfectos, entiendo todo, pero luego viene lo siguiente) «…y por que a veces se hace necesario “jugar” con el lenguaje para nombrarlas»…
La verdad no entiendo qué nos dice esta última frase. ¿Qué es lo nombrado?, ¿las estrategias de invalidación?, ¿quien juega con las palabras, el que busca invalidar o el invalidado?, ¿es jugar con las palabras para nombrar la estrategia de invalidación una estrategia de invalidación en sí misma?…
No cacho, ¿alguien me puede explicar?
Poniéndome onda Quijote leyendo novelas de caballeros andantes, lo más que entiendo de esta última frase lo resumo así: «Otra estrategia de invalidación del otro mediante la evasión de la discusión es la necesidad de jugar con el lenguaje para nombrar estas estrategias»…
bueno, tampoco entiendo.
Quizás escribir así sea la estrategia de invalidación por excelencia. Nos invalida por compresión, nos anula como interlocutores. Como que el internet se pone lento con esas argumentaciones enredosas. Y quizás esa es la idea. Como en el chiste de Hervi donde aparecía un científico frente a una pizarra llena de anotaciones y decía: «Me encantaría inventar una teoría que demoraran décadas en descubrir que estaba equivocada».
Por supuesto, no nos hagamos los listos. También puede ser que no le tenemos la suficiente paciencia a Iván, y seamos nosotros los equivocados. Esa siempre es una posibilidad.
En fin, ya me olvidé de lo que estábamos hablando. ¿De qué estábamos hablando?
Un dato que te puede servir Gonzalo: del total de la música programada en todas las radios, sólo el 8% es música nacional. El resto es música que proviene de todos lados, menos de Chile.
También está más que claro que la música nacional se emite -dos tercios del total- en regiones, y no en Santiago, lo cual me hace pensar que es la estrategia la equivocada: ningún cineasta que piensa en llegar a un país real está preocupado de hacer un potente, pero de verdad potente, circuito de regiones que hagan crecer el número de entradas vendidas. Quiero decir que Santiago, lógico que está bien pero: si Benja Vicuña o Marías José Prieto o Blanca Lewin o Diego Muñoz o Daniel Muñoz van a Antofagasta a promocionar su película en una avant premiere, evidentemente que la gente de regiones se sentirá parte de un movimiento descentralizador. Porque, digamos las cosas como son: ante la abundancia, la oferta extrema de la capital, elegir qué ver es casi lo mismo que pensar en qué galleta llevo en el Jumbo. El mercado es así. Brutal.
Recuerda Valdivia. No es lo mismo en Santiago. Sentido de espectáculo y de juego, pero también de pertenencia. Y el valdiviano va a todas.
Mmm. Quizás el chileno si va al cine. No así el santiaguino que preferirá a Ozon que a Bize o a Zebra. Bueno ojalá fuera así. Por ahora ganan otros menos glamorosos y más efectistas.
Bue.
Y por último: el cineasta local recién está sintonizando con el espectáculo que rodea a la película, las avant premier de verdad, con histeria y focos iluminando el cielo. Y con sus protagonistas jugados de Arica a Punta Arenas. Te juro que se puede hacer con sólo canjes. Barato mijo. Pero el plan va más allá de una puta noche en esta confundida ciudad. Tiene que ver con dar entrevistas a la prensa local, a la Estrella de Calama y bla blá
En fin. Intuyo que esto está más cerca que pedirle al cine que sea algo así o mejor asá. Porque si caemos en reglas de éxito, fórmulas probadas, uf…
Me alargué. Chao.
Volviendo al tema inicial, hay una cosa: cinco años es poco tiempo para evaluar estos asuntos tan globalmente. Los procesos que hacen que las películas conecten, como dice Maza, con la gente y los países son largos y a veces no suceden nunca: está esa historia de terror de Wong Kar Wai, cuyas cintas nunca han sido ni bien criticadas ni bien recibidas por el público en su propio país, y que se ha basado en la distribución internacional para sobrevivir.
Un año malo para películas chilenas es simplemente un año malo. Que los cineastas específicos requieran -incluso desesperadamente- que sus operas primas o segundas obras tengan taquilla es secundario en el gran contexto. Probablemente muchoas cintas de la etapa chilena de Ruiz no ganaron un solo peso y hoy nadie se acuerda y a nadie le importa (salvo al pobre gil que puso plata, supongo).
Siempre caen soldados en las guerras culturales y si para que el público adquiera el hábito de ir a ver cine nacional tienen que patear la perra veinte directores chilenos que quisieron ser Tarantino, pues que así sea. Tortillas y huevos, Maza.
P.D.: lo que dice Javier respecto a atacar el mercado regional es la gran alternativa que nadie pesca, porque entre otras cosas las distribuidoras (todas con base en Santiago) desprecian a la provincia y no le dan ninguna importancia al mercado: yo empecé a ver copias de cine decentes en las salas cuando me mudé a Santiago.
¿Y por qué, entonces, está yendo menos gente a ver películas chilenas?
Tal vez, sencillamente, porque en años anteriores fue más gente.
Una de las definiciones que esta embrionaria industria debe hacer, y aún, por lo visto, no lo logra, es la de «éxito de público». En un país que tiene 16 millones de personas, que el seis por ciento de la población TOTAL del país acuda a ver un filme (como le ocurrió a Galaz y a Quercia), me parece que es bueno para sus financistas, pero desde todo punto de vista una excepción. No se puede pretender que los filmes chilenos tengan siempre un millón de espectadores. Así de simple.
El problema -económico, pero a la larga termina permeando todo el proceso- es establecer cuál es el umbral técnico para que una película «exista», es decir, se filme de tal manera que deje ganancias y haga posible que haya inversionistas interesados en la próxima película de ese director.
Así, el problema deja de ser «la cantidad de gente que fue a verla», sino si el proyecto se sustenta.
Y bueno, finalmente, despues de 27 comentarios, quizás estamos llegando a donde tenemos que llegar. El problema no es tanto el numero de espectadores, sino que el costo de las peliculas. Quizas deberiamos enfocarnos en hacer películas de 100.000 dolares (50 millones de pesos en total), que recuperan su inversion con un cantidad decente de espectadores y permiten hacer más películas. Menos presupuesto, más ideas, ya se sabe.
Yo siempre pensé que Nicolás López iba a ser el Roger Corman chileno, pero se fue para otro lado. Bien por el, pero la vacante sigue. Además, uno les perdona de todo a las películas baratas.
Igual no deja de sonar grotesco, ¿eh? «Sólo 50 millones de pesos». Pensando que autoeditar un libro en Chile cuesta menos de un palo…tal vez ahí hay algo, la enorme brecha conceptual entre lo que cuesta hacer cine como la mayoría del que vemos llegar de afuera y la realidad que vivimos.
Un apunte corto: mucha gente, directores y críticos, ha rayado en distintas épocas con la idea de que las pelis chilenas tengan la APARIENCIA de una superproducción, lo que creo que es un tremendo error. «Lo que estamos haciendo se va a ver como una película de Hollywood», dicen. ¿Y?
Cosas que deberían hacerse, por estatistas que suenen:
-Que el Estado funde minisalas a lo largo del territorio que proyecten cine nacional en forma regular. O que por lo menos estimule su paso por multisalas.
-Que haya espacios obligatorios para la exhibición de documentales y cortos en Tv abierta y que eso se cumpla y no se rellene con material producido por los canales.
-Que se estimule la memoria fílmica. Hoy día, salvo contadas excepciones, es imposible que un simple hijo de vecino (no un estudiante de cine o un crítico) pueda encontrar en video o DVd una cinta chilena previa a 1990. No están en ningún lado. Es ridículo: no le puedes pedir a la gente que asista regularmente a ver cine chileno si apenas lo conoce.
Yo le preguntaría a Javier que es lo que entiende por cineasta cuando dice que estos deberían preocuparse de elaborar un buen circuito de regiones. Creo que le está quitando la pega a los distribuidores, que son los encargados justamente de eso. Puede ser un error inocente y poco significativo, pero creo que, lamentablemente, la diferencia no está, en general, del todo definida. Porque claro, hay cineastas muy preocupados de este aspecto de la producción (aunque ni siquiera es realmente un aspecto de la producción) como López u Olguín, pero son excepciones y no deben tomarse como un ejemplo a seguir. No quiero parecer snob, pero pastelero a sus pasteles. El cine es un arte muy mediático, el más mediático de todos, pero arte al fin. No digo que el cineasta no deba pensar más que en sus propias inquietudes artísticas, pero todo tiene un límite. Si vamos a criticar la distribución, critiquemos a los distribuidores. O critiquemos que no hay en chile redes apropiadas de distribución. Talvez este maestrochasquillismo sea una de las claves para entender muchas de las fallas de la producción cinematográfica en Chile. Que el cineasta deba preocuparse de pensar que “será” de su película luego de filmarla mientras la está filmando. Esto provoca miedo y trasunta en eufemismo.
Pdata: Disculpad la redacción, que no es mi fuerte
Saludos.
Bueno, ya que estamos en esta, les cuento. Este viernes entrevisto a Ignacio Aliaga, director de la flamante Cineteca Nacional, que comienza a funcionar en marzo. Es su primera entrevista sobre las labores de la Cineteca que acaba de ser fundada: la entrevista aparecerá publicada en «Artes y Letras» el primer domingo de febrero. Este hombre sí que tendrá trabajo. De partida, hay que SALVAR TODO el cine chileno que está en posibilidad de ser salvado. Hacer nuevas copias, traspasar a video y editar en DVD para que cualquier hijo de vecino esté en posibilidad de ver peliculas anteriores a 1990. Respecto al material fílmico, las restauraciones tienen para rato: restaurar una película cuesta, más o menos, 15 millones de pesos, y se restauran dos cada tres años. A eso ritmo, en son necesarios unos 30 años para restaurar solo las obras más importantes del cine chileno.
En general, se habla con desprecio del cine chileno, pero muy poca gente ha visto las películas del demente Coke Délano, los documentales de Sergio Bravo y Pedro Chaskel, rarezas francesas como «El ídolo» de Pierre Chenal (filmada en los cincuentas). Qué decir de Pedro Sienna, o los cortos de Raúl Ruiz de comienzos de los setentas. Nos demoramos demasiado poco en denostar un cine que ni siquiera hemos visto. Debido a que he estado investigando este tema, he quedado muy sorprendido de que a pesar de los mínimos recursos para hacer cine que ha existido en nuestra historia, muchas joyitas hay por ahí, perdidas, extraviadas, botadas, pero peor de todo, ninguneadas.
Luego, una vez hecha esa recuperación, ese cine deber ser exhibido. La cineteca debería tener salas en todo Chile, dedicadas a la exhibición constante de cine chileno y documentales. Por lo menos, una sala por región. No es tan caro, y es fundamental.
Pero el viernes vamos a ver si existe voluntad política (o sea, presupuesto) para labores como esa. De momento, si alguien se interesa, puedo llevar sus preguntas al señor Aliaga.
Un par de cosas. Concuerdo con la idea de producir más barato. De hecho, casi todo el cine irani o taiwanés se produce en torno a los 100 o 200 mil dolares. El único problema es que este tipo de producción si bien funciona en la primera película, es más difícil que funcione a la segunda o a la tercera, en especial si a la primera película le fue bien y ganó algo de plata. Muchas cosas se pueden conseguir gratis una vez, mucha gente trabaja por menos o casi nada a la primera, pero a la segunda ya es más difícil. Por ejemplo, eso me contaba Pinky, la productora de la peli peruana Dias de Santiago, que costo 118 mil (en super 16 y ampliada a 35), pero cuya segunda peli ya era más del doble porque un montón de cosas que a la primera salieron gratis ahora había que pagarlas. Asimismo, hay que pensar que aunque filmar en digital es barato, por ejemplo, el ampliado a 35 sigue siendo bastante caro (35.000 dolares para 90 minutos)… pero bueno, sí creo que hay que buscar cambiar el «piso» para las pelis chilenas filmadas en cine (no video), que por ahora es ridículamente alto, de unos 400 mil dólares.
El fondo audiovisual podria hacer algo inteligente tambien, financiar la producción (si la peli queda bien siempre aparece la plata para postproducirla) tres o cuatro películas con lo que ahora financia una (Padre Nuestro, por ejemplo, ya lleva dos ganados por unos 90 millones).
Lo otro es la distribución, que también es un problema. Muchas pelis chilenas salen con 25 o 30 copias pensando que con eso van a poder atraer la misma gente que va a ver las producciones de Hollywood, sin contar con que la contienda en materia de marketing no podría ser más desigual. Las pelis chilenas (el caso de El Baño fue claro) se están comenzando a jugar la vida en el primer fin de semana, como un blockbuster cualquiera y eso me parece absurdo. Las películas chilenas que han funcionado lo han hecho porque han podido seguir en cartelera el tiempo suficiente como para generar el «boca a boca». A lo mejor hay que concentrarse en tener la película en menos salas por más tiempo (o un tiempo mínimo al menos) y si la gente responde sacar más copias, pero no gastarse una fortuna en hacer copias que luego van a volverse peinetas.
Una buena idea es pensar en hacer películas que se financien con 50 mil espectadores, o 35 mil, cifras más realistas, porque sigo pensando que más de 100 mil es una excepción.
El sentido común, la transparencia, el cánon de lo teligible como madres de toda exclusión.
Acabo de formar el partido separatista intransitivo.
Iván es un poeta.
Ya oh. No te enojís. Somos pesados, no tontos.
Y seguimos.
(aún prefiero en el mundo a los poetas que a los periodistas ¡gracias a dios!)
Mh. ¿quienes más quedan fuera
Maza?
Vamos contando: aquellos que te increparon directamente en el encuentro de crítica al preguntarte por medios y poder, Dear Nonna, el «poeta»…
Sobre los puntos aludidos, sin comentarios aún de vuelta. Prefieren fijarse si escribo bien a entender a qué refiero.
Empiezo a tirar la toalla.
AFA tiene un gran punto en el tema de las expectativas: uno entiende las 25 copias en casos como Subterra o MMEnemigo, donde hay grandes inversiones que recuperar. Pero siempre he pensado que En la cama y Se arrienda eran películas de tiro largo y pocas copias.
Pero el tema también es que, no importa que tengas tres tristes copias, si llega un Narnia o un Kong todas las cadenas te chutean igual. Las reglas locales de ese negocio son demasiado desalmadas: falta que los gallos tengan aunque sea un par de estímulos para mantener cintas chilenas en pantalla.
Iván, no lo tomes a la personal. De verdad me interesa tu punto de vista, creo que te interesas por películas que el resto de la gente no pone demasiada atención, y eso me parece importante.
PERO para que podamos conversar, discutir, es fundamental que podamos entender de lo que hablas. Dices: «Prefieren fijarse si escribo bien a entender a qué refiero». Y lo que dices es una perfecta paradoja. Para entender a lo que refieres (que es lo que me interesa) NECESITO que expreses bien tus ideas. No por nada la lógica argumentativa tiene tantos siglos de permanencia. Nos permite comunicarnos, entender nuestros puntos de vista, y por sobre todo, debatirlos y diseccionarlos.
De otra forma, la discusión se clausura. Eso es todo. Insisto, no lo tomes a la personal. Eres bienvenido siempre. Pero, te advierto que la lógica y la ironía son armas que los visitantes a este sitio desenfundan sin misericordia. Es sin llorar.
Es cierto: como alguien dijo por ahí, pastelero a tus pasteles. Por cierto que el negocio de la comunicación no es el troncal de un «creador». Ojalá que nunca lo sea. Porque ahí es donde se entrampa el asunto.
salud
Todas las tesis son posibles, pero hay un punto practico que tal vez ilumine este debate. En Francia, se destina un porcentaje fijo de salas para que se muestre cine nacional. Con esto las peliculas chicas francesas -que lamentablemente llegan poco a Chile-pueden competir con las grandes producciones americanas-que inundan los multiplex chilenos- y acaparar mas publico. Me parece re-socialista como medida.
Todas las tesis son posibles, pero hay un punto practico que tal vez ilumine este debate. En Francia, se destina un porcentaje fijo de salas para mostrar cine nacional. Con esto las peliculas chicas francesas -que lamentablemente llegan poco a Chile-pueden competir con las grandes producciones americanas-que inundan los multiplex chilenos- y acaparar mas publico. Me parece re-socialista como medida.
Estoy indignado, dolido y humillado. Como es posible que un caballero q se define como defensor de los valores de izquierda este promulgando esta ley castrante, censurativa, anticreativa y absurda. Actualmente vivo en Barcelona, estudie cine en Chile y me vine a realizar 2 postgrados en la materia. Actualmente estoy convenciendo a mi pareja que es española para q nos vayamos a vivir a Chile, un pais en vias de desarrollo cultural, amplio, diverso y fraternal, resulta ser q me duele en el alma saber q mis planes estan frustrados por un ringao q decide q no se puede fumar en la pantalla de cine, joder, no tienen idea…. girardi……..dimite