Babel no es mexicana, es una película Paramount. Suponer que Babel es mexicana, porque la dirigió Iñárritu es como suponer que El bebé de Rosemary es polaca porque la dirigió Polanski. Harry Potter no es mexicana, a pesar de que la haya dirigido Alfonso Cuarón. El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, no es una película mexicana, sino española. Entonces, esto de lo que se habla, del éxito del cine mexicano, que son básicamente Cuarón e Iñárritu… Bueno, ellos no están haciendo películas mexicanas hace un buen rato. Es una falacia de la estadística. Y es un argumento que toman los funcionarios para decirnos “esto está yendo muy bien”, pero no es verdad.
La situación del cine en México es muy complicada y muy grave. Se están haciendo muchísimas películas, pero a lo que tienden es a “volverse Iñárritu”, irse a triunfar a Hollywood. Se hacen películas que parecen una tarjeta de presentación ante la Columbia Pictures, para que después les produzcan su próxima película con Keanu Reeves. Y ahora tienen ustedes también a su Iñárritu en Hollywood: se llama Agresti.
Arturo Ripstein y su mujer y coguionista Paz Alicia Garciadiego, en Buenos Aires, entrevistados por Página 12. Fueron a dar una clase magistral. ¿No deberían ser ellos los próximos invitados del Diplomado UAH?
7 respuestas a «Ripstein sobre Iñárritu»
Qué gran cosa es que los mexicanos tengan a gente como Ripstein, eligiendo a dedo qué películas merecen ser llamadas mexicanas y cuáles no, paqueando las fronteras para que no se les cuele algún tránsfuga estilo Joshua Marston.
Hablando en serio, entiendo que le moleste el uso de nombres como Cuarón o Iñárritu por parte de los burócratas para decir que el cine nacional está en buen pie. Obvio que eso una farsa.
Pero de ahí a decir que 21 gramos o Los niños de los hombres no tienen nada de mexicanas y que la cacha e la espá…musho.
Kurosawa hizo Dersu Uzala en Rusia y es claramente japonesa. Tarkovski hizo esta mugre de Nostalgia en Italia y es tarkovskiana por donde la mires. Lang no dejó de ser Lang cuando se fue a trabajar a Hollywood.
Por otro lado, Ripstein hace ver a los directores que filman pensando en irse a Hollywood como si fueran unos apátridas. Y es nada más que una opción, una de las tantas que un director tiene. ¿De dónde viene esta mierda de que los artistas tienen que cagarse de hambre en sus patrias para ser «de verdad»?
Miren el caso de los escritores: José Donoso soñó toda su vida con mandarse a cambiar y al final lo hizo. Escribió el 80% de sus libros fuera de Chile y cada vez que volvía, pelaba todo. ¿Y sus libros no son chilenos? Me desayuno.
Bueno, de acuerdo. Aunque también convengamos que eso de buscarle nacionalidad a las películas igual a estas alturas es medio anticuado, ¿no? Alguna vez escribí eso para Mabuse. ¿De qué nacionalidad son las películas? ¿De la nacionalidad del director? ¿De los productores? ¿De la historia y los personajes? A mi me tinca que cada vez se hace más difícil de hablar de cines nacionales, pero al mismo tiempo, uno no puede evitar hablar del Cine Chileno, por ejemplo, cuando inequívocamente sabe que los actores, productores, director, historia, personajes, son chilenos. ¿Pero todas las películas de Ruiz son chilenas? Y… ¿de verdad podemos decir que «21 gramos» es mexicana?
Sobre la identidad de una pelicula en base a su nacionalidad es algo que importa demasiado poco, creo que sería mas criticable iñárritu u otros si cambiara su identidad artística y sus tópicos que lo hacen identificable, a mas que eso no creo que le deba nada a su nacionalidad mexicana.
Además, es críticable un director proviniente de naciones de escuálida producción cinematográfica emigrara a producir a EEUU? yo lo haría…encantado…
Maza, yo creo que hay que ir un poco más lejos y de hecho creo que cine chileno como lo entenderían nuestros padres y abuelos ya no existe. Lo que hay es un cine santiaguino. La mayoría de las películas que han salido de nuestro suelo en los últimos tres años son estrictamente capitalinas y urbanas: Play, Fuga, Machuca, Promedio Rojo, Y las vacas vuelan, El baño, Paréntesis, Mala leche, Se arrienda, etc, etc.
Un amigo del norte que vio hace poco La sagrada familia, me dijo «Nunca entendí en qué playa estaban o en qué región». Y era un buen apunte, porque a la historia no le importaba. No es un ataque, en todo caso, a mí me parece que esa cosa claustrofóbica y paranoica de la película está bien.
Por eso Cofralandes o Días de Campo -que yo considero chilenas como lo que a mí me cuadra como shileno- se veían tan raras al lado de esas otras películas. Que son en algunos casos bastante buenas, pero que, la verdad, están conectadas estrictamente sólo con Santiago y la forma que su gente tiene de hablar, vestirse, caminar y relacionarse.
Lo apunto porque solemos ver en la tele o los festivales -es un aborrecible subgénero de los documentales y los reportajes televisivos supuestamente culturales- cómo los habitantes de algún pueblo de Chiloé o Atacama o la cordillera o alguna caleta de pescadores en la miseria son exhibidos como si fueran pandas del National Geographic y como si sus estilos de vida fueran versiones pasadas de lo que nosotros tenemos. Pero se olvida que la vida en Santiago se ve igual de rara desde fuera y no debería volverse tan rápidamente el centro desde donde se mira al resto.
Y claro que 21 gramos no es mexicana. Mi punto con Ripstein es este orgullo tontón en decir «algunos nos quedamos, los vendidos se fueron a Hollywood». ¿Y?
Bueno, todo depende de la tolerancia a la sutilezas (o a la falta de ellas) que uno tenga. Yo no estoy seguro de entender hasta qué punto a una película (no digamos ya «un cine») puede marcársele «denominación de origen». «El terroir», para hacer el paralelo con el vino.
¿El cine chileno (del último tiempo) es, en rigor, cine santiaguino? Buena pregunta. Quizás habría que ver qué cine se hace fuera de Santiago para por lo menos poder hacer una comparación seria. Hay productoras fuera de Santiago (Jirafa en Valdivia, De Reojo en Viña del Mar, Adriana Zuanic en Antofagasta, Daniel Evans en Copiapó y Atacama) que han consolidado en el último tiempo nuevas regiones geográficas para la producción audiovisual. Hasta el momento han hecho documentales y programas de televisión. Jirafa es la más adelantada: en el corto plazo Valdivia podría producir sus primeros largometrajes («Ilusiones ópticas» de Cristian Jimenez, «El cielo, la tierra y la lluvia» de José Luis Torres Leiva). Cuan distintas sean esas películas de las películas «santiaguinas» ya nos dará una pista.
Y si queremos complicar las cosas: ¿cuan identificables son esas regiones en el cine? Recuerdo una breve sinopsis de Jonathan Rosenbaum a «Play» de Alicia Scherson. Recordaba que Alicia Scherson había estudiado cine en Chicago. Luego la nombró en su listado de las mejores del año pasado. ¿Sentía Rosenbaum que la película tenía algo de Chicago? ¿Algo familiar? ¿Algo que haya visto en otros directores de ese lugar? Vaya a saber uno. Pero a mí me tinca que sí. ¿Eso hace que la película sea menos chilena o santiaguina? No lo creo. La nacionalidad, o denominación de origen, es una hebra difícil de seguir: está muy mezclada, muy atravesada por diversos factores medio imposibles de separar. A lo más, uno puede acusar «sensaciones».
Lo más raro de todo es que muchos fondos y coproducciones se entregan y se concretan a partir de, o gracias a, las nacionalidades de las películas. Hecho el acuerdo, y entregado el premio, esa nacionalidad se diluye. Gracias a Dios, si me permiten. Prefiero esas películas capaces de despertar emociones sin que importe desde uno la mire. Generalmente, la nacionalidad se ocupa «peyorativamente»: películas demasiado gringas, demasiado francesas, demasiado argentinas, demasiado chilenas.
Buena tu analogia Rosenbaum – Play, Estoy investigando la posibilidad de generar alguna conclusion (abierta, valga la contradiccion) entre lo que «ve» el publico extranjero en estas pelis chilenas recientes (play, sagrada familia, en la cama, obreras saliendo de una fabrica), y lo que «ve» el publico chileno. Existen puntos de coneccion? o es una refraccion inevitable dada por la diferencia cultural y la expectativa de un cine del extranjero?
El tema de la nacionalidad de las películas importaría nada si no fuera por la gran cantidad de mulas y engaños, ya sea para fines políticos (como apunta Ripstein) o económicos (la venta de exotismo «con onda»). Lo primero es demasiado burdo, pero lo segundo podría dar para más si consideramos fenómenos como la apuesta de Miramax de filmar cintas que pretenden al mismo tiempo hablar desde un lugar local, pero siempre pensando en complacer y llegar (legítimamente a mi parecer) a un público mundial -del primer mundo, en rigor- con una factura y un despliegue familiar al público del primer mundo.
Considerando esos factores (la procedencia, el público al que va y la factura; debe haber más), se producen combinaciones múltiples donde la «nacionalidad» de la peli es una cuestión de grados. ¿Es deshonesto vender Ciudad de Dios como una película brasileña? ¿La película rusa de los demonios tiene algo de ruso aparte del idioma? ¿Son menos chilenas las películas de Wood por apuntar principalmente al mercado internacional?