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EN CARTELERA POLEMICA EN EL BAR

«El código Da Vinci»: Ahora existe la crítica de cine

Ayer vi una nota muy poco común en «24 horas». Se instalaron con una cámara a la salida de la privada de «El código Da Vinci» para preguntarle a los críticos qué les había parecido la película de Ron Howard. Como sabrán la película es el mega tanque: en Chile se estrena con casi 80 copias, y recién hoy es su premiere mundial en el Festival de Cannes. Los tres consultados concordaban que la película era algo cercano al bodrio. Ana Josefa Silva (de La Segunda, diario que desde hace un tiempo ya no publica sus críticas en el papel, solo en internet) decía algo así como que la trama era poco creíble, y Antonio Martínez (de Wikén que siempre sale arrancando rápido de las privadas para no tener que dar esta clase de opiniones), decía que era una película menor, y el testimonio de Jorge Morales (de Mabuse) no era muy distinto, pero su presencia validaba la nota. Por un segundo pensé que todas estas críticas anti-«Código» eran un montaje del Opus Dei para desacreditar la película, pero cuando vi que Morales también la encontraba maoma no más, tirando para mala… respiré más tranquilo.

Por supuesto, con críticas tan enfáticas, ahora sí que dan ganas de ir a ver la película. Y encontrarla buena, por esa vocación tan de uno de verle el ojo a la papa, encontrarle la quinta pata al gato, nadar contra la corriente, y sobre todo, por ese afán justiciero que tiene todo cinéfilo, esa ansia compensatoria de nivelar la balanza porque, bueno, la realidad y las películas son complejas, y no resisten definiciones de tres palabras, que son las únicas que se pueden decir cuando a uno lo agarran a la salida del cine.

Pero más importante que esto, me llama la atención este sorpresivo interés por los críticos. Cuando llega una película tanque, repentinamente, los críticos de cine vuelven a ser escuchados. Se les pregunta la opinión. Es raro, ¿no? Considerando que ningún noticiario ni programa de tele en Chile tiene un crítico de cine en funciones (excepto, doña María Ines Saez en Mega, claro) y apenas un par de diarios publica críticas de cine en forma regular (El Mercurio, Las Ultimas Noticias, y tengo entendido, Diario 7), y otros no han hecho más que reducir sus espacios al mínimo (La Tercera, que en este sentido ya es vergonzosa, y como decía, La Segunda).

En El Mercurio de hoy de adelanta algo de la crítica de Martínez del Wikén del viernes, y Pablo Marín publica una extensa crítica en La Tercera, algo bien inédito para ese diario. Yo no había leído críticas de cine de Pablo Marín (solo de DVDs, pero en cine, lo que escribían era Rafael Valle y Rodrigo González), y este parece ser su debut.

Ahora, esto no es una defensa corporativa ni mucho menos. No es que la crítica de cine sea tan importante. Por Dios. Pero la crítica de cine es un espacio de reflexión que ha sido desaparecida de los medios masivos, con su consecuente florecimiento en medios virtuales (ya saben, Mabuse, La Fuga, Fuera de Campo, Voraz, Civil Cinema, etc). Quizás no sea tan curioso que en los medios grandes a la crítica se le haga a un lado (o se decida publicar críticos tibios, o reducir los espacios de crítica al mínimo de caracteres, donde la mitad de la crítica se va a contar una pequeña sinopsis de la película). Lo curioso es que estos mega-eventos como «El código Da Vinci», con polémica religiosa, chanta pero polémica al fin y al cabo, finalmente hace que los borregos mediáticos que son los editores, repentinamente se interesen por los críticos, y salgan a buscar sus opiniones. Los mismos críticos que ellos han marginado, que ellos ni leen, y desprecian, bueno, si se trata de «El código Da Vinci»… hay que descifrar el código. ¿Usted que la vio antes: es buena o es mala? Y los críticos, impactados de que una vez cada dos años, repentinamente, las luces de las cámaras les lleguen a las caras, y les pregunten con cierto interés qué les parece la película, bueno… hacen lo que pueden.

¿Qué quiero decir con todo esto? Que esto es una completa paradoja. Solo una película rotunda y mega-evento como «El código Da Vinci» tiene la fuerza para desempolvar a los críticos y traerlos del exilio… solo para escucharlos decir que la película es una basura. Porque, quizás, después de todo, se echa de menos la conciencia crítica, aunque sea al nivel de las películas. Quizás esa llamita no está del todo apagada, aunque se trate de tres palabras dichas al voleo, a la hora de las noticias.

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ADDENDUM / MIÉRCOLES 17 MAYO / 18:42 HRS: Esto lo escribí en la mañana, y cuando salí a la calle, me encontré con esto:La secta de los críticos

Para LUN, la privada de los críticos del miércoles es casi una secta ocultista, «un selecto grupo de 40 chilenos» que vio en exclusiva el filme. Insólito, por decir lo menos. ¿Qué pasa si me quedo mirando los posters gigantes que están en el frontis del Hoyts La Reina? ¿Seré un adorador no confeso de Dan Brown? Y si compro mi entrada, ¿soy un financista de movimientos anti-Vaticano?

LUN festeja con los invitados de la privada, a quienes llama «los elegidos»… Y luego, recolecta las opiniones, de nuevo, que van desde Antonio Martínez a Tonka Tomicic.

Creo que este será el ultimo post de la historia de este blog. Después de leer algo así, tantas preguntas sobre la crítica de cine, y las reflexiones, visto esto, solo me hacen quedar en ridículo. Gracias por todo. Adios.

Por Gonzalo MAZA

22 respuestas a ««El código Da Vinci»: Ahora existe la crítica de cine»

Sí, tienes razón, los críticos aparecen de vez en cuando de las catacumbas ante un blockbuster como este, pero…

¿Influirá la crítica en el público, más que la curiosidad y el morbo del «respetable»??

Creo que la crítica, y aunque suene in-creible, funciona más a nivel de películas menores. Son los críticos los que inician el mentado «boca-a-boca», y eso con las grandes producciones no sucede. La consideren buena o mala, igual se van a llenar las salas.

Sí, los críticos sacan la voz en este tipo de eventos cinematográficos, pero ¿cuánto verdaderamente sirve para subir o bajar la película en cuestión?

Espero el comentario de Maza sobre la pelicula!

Un abrazo
C.

Big condoro. Mis disculpas entonces al señor Marín. Nunca leí Qué Pasa, pero no es su culpa. Es lo que se llama un blind spot.

¿A qué o a quién, Polo? A nada ni nadie en particular, y a todos: si la crítica no critica, no es crítica. Es una cosa tibia. Con esa frase no intento disparar a la bandada: se trata de mantener vivo el espíritu crítico. Y autocrítico, por cierto. Yo escribí en diarios, y creo que la mayoría de mis críticas eran tibias: los medios a menudo empujan a eso. Está el apuro, está el malabarismo de estructurar argumentos demasiado parecidos con el de la semana pasada, y el mes pasado, y el año pasado. Como todo acto de escritura, la crítica exige frescura, cambiar el ángulo de la perspectiva en cada escrito, y sobre todo, ingeniárselas para ser punkie sin ser insoportable, y correcto sin ser latero. Y dar cuenta que hablamos de películas como una buena excusa para hablar de tantas otras cosas. Creo yo. De otra forma, la cómoda tibieza invade el ambiente. Y puede quedarse por mucho tiempo.

Maza, tú has mencionado varias veces el tema de que las críticas se jibarizan por el espacio, pero tengo un reparo en ese sentido: un texto -no sé si llamarlo crítica- periodístico sobre un filme puede ser igual de efectivo y digno y filoso en pocas líneas. En Chile lo probó Pedro Labra en su buena época en la Cosas y Soto en los destacados de la Capital. Afuera están las cápsulas del Chicago Reader o las de Canby y Lane en el New Yorker.
Hago la observación porque creo que el asunto no es el espacio per se, sino lo que los editores suelen esperar del tipo que reseña (¿que oriente? ¿que promueva la asistencia al cine? ¿que diga lo que piensa?, hay de todo). Yo soy de la opinión que esos mini-textos son útiles si se piensan bien y sin pretender contarte lo que uno ya sabe mirando el afiche o viendo el trailer.
Lo que está aplastando no sólo las reseñas de cine sino cualquier texto de cierta profundidad y alcance en la prensa escrita es esta obsesión cagona de los últimos años por escribir «clarito», «cosas que todos entiendan» y «que no sea denso», juicios que uno considera si te los dice un tipo con seso, pero que suelen estar en boca de pelmazos a los que no les dejaríamos limpiarnos la pantalla del pc si no fuera porque trabajamos con o para ellos.
Un editor en Chile, lo sabemos, suele ser un lameculos cuyo gran mérito es su capacidad de identificar el mínimo común denominador en términos de gusto y guardar que no vayas a ofender o espantar a ese ignoto arquetipo del lector común.

Gonzalo, estoy de acuerdo contigo, de adónde salió este interés por los críticos? Extraño
Hoy voy a ver la película, después te comentaré.

Otra cosa: tengo un blog con un tema nada que ver al cine, pero podrías ponerlo en tus destacados?

Gracias, es unionensantalaura.blogspot.com
Prometo escribir sobre Fernando Larraín como hincha en la serie, jajaja.

Durante años ejercí el oficio de lameculos y borrego y el problema no era, al menos en micaso, ideológico, sino el de una exigencia editorial que venía dada por la jerarquía: liberar espacio porque «la gente» no lee las críticas largas. No sé la verdad o la mentira de esto, pero creo que es mentira (sólo creo) y el gol que me interesaba pasar era mantener la crítica larga -o mediana-. Como en todas las cosas, depende de si uno escribe para dentro o para fuera del club. Quintin dixit last week, y me iluminó al decirlo, que en el fondo estas películas están hechas para gente que va al cine una vez al año (y el libro «El Código Da Vinci» está hecho para gente que lee una vez cada diez años), entonces es público fuera, por decirlo de alguna manera caricaturesca, del club. Las críticas «largas» son para el club, nos guste o no. Ahora: viva el club! Así como la medicina acumula experiencia humana y no porque sea «cerrada» debe renunciar a lo que sabe, el «club» acumula experiencia cinéfila, o de comprensión narrativa, que otros no tienen. Para mí, ese es el queso del problema.
PD. Yo fui de los «elegidos» para «La Pasión de Cristo» y ahí estuvo la tele también a la salida. Claro que Stock no logró sacarme palabra, ja ja.

Bueno, bueno, no porque estemos hablando de «El código Da Vinci» vamos a transformar esto en un Muro de los Lamentos. El borreguismo y lameculismo son expresiones fuertes para referirse al trabajo editorial, lo admito. Ese fue un trabajo que también hice, y claro, acordémonos, otra cosa es con guitarra. La pelea se da todo los días, y se pierde el 90% del tiempo. Y quizás hay días en que la pelea a uno lo agota y ya no quiere darla. Pero esto no es «Mea culpa» ni yo soy Carlos Pinto.

No nos perdamos, Polo, Alf, cualquiera que se sienta tocado con estas expresiones porque hace, hizo crítica en algún diario: la situación puede ser mejor. Como dice Villalobos, no sé si va por «la extensión en caracteres» de la crítica. Se puede ser elocuente y breve. Pero, qué clase de elocuencia es el tema. Qué clase de reflexiones hacemos. Llevo varios meses recolectando todas las críticas que encuentro en diarios, revistas y blogs. Y esa es la evidencia del caso. Échenle un ojo. Hay de todo.

Respecto al segundo punto, no sé si la dicotomía está en escribirle «al club» o «no club». Hay una crítica implícita de parte de editores y no cinéfilos a los críticos: «Oye, pero escribe para todos, no pa’ tus amigos». Lo que me parece injusto. Se supone que esta es una opinión especializada, y se le exige que no sea demasiado especializada, fijaté. Es como pedirle a Pato Tapia que no hable de taninos, siendo en la fascinación que le producen a un neofito del vino es precisamente está en que habla de taninos. No se queda en que el vino es «suave o fuerte», «fome o entretenido», «rico o malo». Pato Tapia no escribe para sus amigos: escribe y está validado porque sabe de lo que habla. Al crítico de cine (y no así al crítico gastronómico, literario, de arte, etc) le achican la cancha. Es «24 horas» saliendo de la privada: «rápido, es fome o güena». Puedo entender que una nota de tele así le importan otras cosas… pero el texto escrito admite más registros, más sutilezas, más reflexión. Eso es todo. Si cuando escribimos de cine no nos empujamos a hacer esa reflexión, entonces… pa qué darse la pega de escribir de cine, digo yo.

Y en fin. Parece que estamos de acuerdo: ese es el queso.

Sepúlveda tiene un par de puntos interesantísimos: el tema de las críticas de cine en medios escritos (y la de críticas en general) es que los jefazos no se terminan de poner de acuerdo en hacia dónde apuntan. ¿Qué sacas con poner a escribir en un diario a alguien que te gustó en un fanzine ultraespecializado, si lo que le exiges es que sea lo más masivo posible? Para eso mejor copia el press-book.
Por otro lado, concuerdo con Sepúlveda en que no tengo claro que los «ladrillazos» y los textos largos o medianos no tengan cabida en un diario regular. Que los textos especializados, de hecho, no tengan lugar. Es cosa de ver las páginas de deportes, que para mí son chino. O los suplementos del agro, aunque sabemos que muchos de esos se financian con toda clase de acuerdos e intercambios y etc.
Si le preguntas a un distribuidor, te dirá que le conviene que existan críticos respetados, pero que odia que destruyan las películas. En el fondo, quiere RP con buena pluma.
Si le preguntas a los directores, te dirán que OK, que la crítica bien hecha es necesaria (miren lo que está pasando con los libros y con el teatro). Si le preguntas a los periodistas, te dirán que hacen lo que pueden. O que no les interesa.
En todo caso, esto es general y pasa en todos lados. En Inglaterra se cerraron dos revistas de cine. En Francia, la Positif está quebrada. Y en USA echaron a varios críticos históricos de sus medios en los últimos meses.
La web es la cosa.

Una idea que siempre me ha parecido interesante es que para ser crítico hay que estar ejerciendo el oficio «de facto». Me ha pasado que por laspsos de tiempo he estado fuera del circuito y durante dicha época (paso por 24 horas TVN) no me consideraba como tal, porque mi opinión y análisis en términos formales no se proyectaba más allá que la de un periodista que cubre el área de cine y espectáculos.
Qué es la crítica y ser crítico de cine se descubre con los años, muchas veces resulta muy diferente (no mejor ni peor) a la ilusión que nos impulsó a escribir de películas. Y lo más sorprendente para el EGO, es que a pesar de ser un proceso personal va más allá del YO al ser calificado por los lectores y colegas.
Creo que cuando se generaliza se empaña aún más la búsqueda de certezas. No me siento ofendido Gonzalo pero si mencionas que los críticos de los medios masivos (léase Lun, El Mercurio)son «tibios», hay que especificar… porque sino es como decir «la gente de la tele se droga…» o » no creo en la política, todos son corruptos»…Y ese prisma es poco fértil para avnzar en la discusión.
No creo que la crítica deba ser»tibia» o «fría», «dura» o «blanda». Ser crítico de cine no dista mucho de constituirse en un boxeador intelectual, que con trivia y miradas ligeras pretende convencer a través de K.O.
Creo que lo poco que se puede hacer por lo pronto es ENSEÑAR. Vale decir a partir de una mirada particular, sustentada en las imágenes vistas en la pantalla, ampliar los horizontes de referencia para que el público saque sus propias conclusiones. Sino para qué… para autoexcitarse con los «epifanías» que nadie más captó? Siempre hay alguien que sabe más y que -sobre todo- entiende mejor. Para eso existe el debate, para alimentarse de aquel saber que no está a la mano y qué sólo podré percibir a través del «otro». A título personal en dos ocasiones mis juicios se vieron derrumbados por la brillante argumentación de colegas. Y después de eso volví a ver las películas («Casino» fue una de ellas) para comprender lo que había pasado invisible a mis ojos.
Para qué nos sacamos la suerte entre gitanos: sabemos el «who is who» de la crítica criolla, otro tema es poder decirlo en voz alta.

Fe de erratas: el texto debe decir «El crítico de cine dista mucho de constituirse en un boxeador intelectual»

Si hay algo que me interesa dilucidar en este blog, y que es una idea bien pajera, pero que a mí me tiene intrigado, es saber por qué nos gustan las películas que nos gustan. Descubrir donde reside el goce secreto, esa sensación que deja ver una buena película (y aquí voy a ser cursi) solo comparable a estar enamorado.

Yo sé, yo sé… Es ramplón decir algo así. Pero las películas que a uno le gustan te dejan así: prendido, envuelto, golpeado y feliz.

Antes de ser malinterpretado, quiero decir que la búsqueda de este sentimiento quizás pueda explicar la popularidad del cine hoy en el mundo. La búsqueda colectiva de esas emociones no está basada en un razonamiento intelectual. El cine, como el amor, es caótico a pesar del aparente orden que esperamos que nos transmita. El amor nos hace sentirnos importantes, que pensamos cosas y decimos cosas que hacen pensar o hacen reir a otro. Porque le importan a otro. El amor nos completa, y esperamos que el cine también.

Y claro, como dice el bueno de William Goldman (y en esto también podría estar hablando de las relaciones de pareja) «nadie sabe nada».

Quizás por eso el acercamiento puramente intelectual al cine me entristece. Este blog se llama ANALIZAME no porque yo desee ser analizado, sino porque creo con fuerza que el análisis de las películas está empujado por una fuerza interna similar al desentrañamiento de la experiencia humana que hace que unas personas pinten, otras escriban ficción, otras hagan películas, por cierto.

Son las películas las que esperan ser analizadas. Cuando hablamos de películas estamos tratando de establecer qué momentos cinematograficos (escenas, diálogos, fotogramas, silencios) son los nos llevaron a esa sensación tan emocional que despiertan dentro de nosotros.

Cuando me encuentro frente a esos momentos, quedo en silencio. Es una experiencia personal, ya esta dicho. Es personal, pero compartible. Los cinéfilos gustamos de ir solos al cine porque nos angustia que otros no compartan esa sensación. La ira en la crítica de cine (hacia películas que nos molestan, o hacia otros críticos) está empujada por esa pasión, porque se niega a la idea de que nadie más la comparta. «Cómo ese tonto puede dejarse llevar por esa mentirosa». «Cómo ese tonto no es capaz de llenarse de sensaciones como yo cuando la veo».

Entendido así, el diálogo entre cinéfilos es un diálogo de ciegos. Ciegos que quieres hacer ver a los otros. En definitiva, un diálogo de ilusos.

Una pelea por una película que nos gusta nos transforma en seres irracionales. Ese «gusto» no solo está dado por una emoción «positiva» (felicidad, goce, alegría). Nos gustan también las emociones «negativas» (melancolía, desamparo, rabia, inestabilidad). Sentir esas emociones con el cine nos lleva a sentir, aunque sea por un par de horas, de que estamos más vivos, de que la vida va para algún lado, y que el futuro quizás nos tenga deparada una sorpresa que no debemos desestimar.

Ahora la crítica me interesa solo en términos de que es una manera de expresarle a otros esos sentimientos. Son cartas de amor extraviadas. Algunas están escritas con rabia, cuando nos han engañado, cuando nos hicieron creer una cosa y descubrimos que detrás había malos sentimientos. Recordando, en mi caso, las películas que desprecio las recuerdo con desdén, como esas manipuladoras, o esas que se me presentaron de una forma, y luego resultaron ser de otra, esas que me mintieron, y nunca fueron claras. En serio: sigo hablando de cine.

De ahí, Polo, que la tibieza sí que es que preocupante. Hay que buscar dentro de uno esa fuerza y buscar transmitirla para que este trabajo tenga algún sentido, si es que acaso tiene uno.

Respecto a enseñar, concuerdo. Pero no en el término pedagógico de la palabra (acaso hay que ser muy soberbio para enseñarle a alguien que es estar enamorado, y creo que ahí radica la «mala» de los espectadores a la crítica: qué se cree este huevón). A mí me interesa enseñar (y que me enseñen) en terminos de mostrar aquello que a uno le llena el aire los pulmones y lo deja enmudecido. A ver si tenemos suerte y encontramos allá afuera alguien más allá con quien conversar sobre esas imágenes, esos momentos cinéfilos, que nos dejan así, tan ilusionados.

Concuerdo con la idea del amor por el cine, que eso es de lo que se trata todo a fin de cuentas. Y bueno, como ni siquiera en la ciencia se puede hablar de la «realidad», en el cine creo que habría que convenir que tampoco. ¿Qué es lo «real» de una película? Tal vez no ande tan perdido Cavallo con su cronómetro y su giroscopio, pues se me ocurre que lo único medible o pesable en una película son cosas que a nadie deberían importarle, como la duración de los planos con segundos y centésimas, los colores, la suma de los movimientos de cámara, el número total de personajes, etc.

Más que de ninguna otra cosa, en el arte se parte de afirmaciones o teoremas que no se pueden demostrar, sino que requieren de un salto de fe. A alguien le puede parecer que la emoción o la reflexión o el juego consciente con las reglas del medio son la regla de oro y que si la película logra emocionar o hacernos pensar o es consciente de su naturaleza en tanto obra ya estamos al otro lado. Pero entonces aparece la última de Tom Cruise y alguien en la audiencia de verdad se emociona y reflexiona y cree descubrir que la obra juega con las reglas de la ficción, y no importan las toneladas de argumentos que se le puedan echar encima, no hay caso de convencerlo de que era una mierda. Lo mismo si nos encanta una pelicula. A lo mejor alguien, con cuidado y buena letra, llega a demostrar que todos nuestros argumentos para querer u odiar una pelicula no son válidos, son incosistentes, se caen, no pasan el test de la blancura. ¿Y qué? ¿va a hacer eso que la película me guste o me deje de gustar? Ya le he dicho varias veces a Pinto, por ejemplo, que si el arte se pudiera medir con una vara hace mucho tiempo que personas muchísimo más inteligentes que todos nostros juntos hubiesen descubierto esa vara y la hubiesen puesto en práctica. Pero esa vara no existe pues el arte tiene la gracia de traspasar todos los coladores y teorías y máquinas detectoras de mentiras que queramos ponerle delante, como si el arte pudiera llegar mucho más allá no sólo de su creador, sino también del que con calma y varias lecturas trata de entenderlo y domesticarlo.

Tal vez eso explique porqué se puede seguir hablando hoy de El Quijote igual que se hablaba hace 100 años, aunque en rigor no igual que hace 100 años, porque hace 100 años se pensaba que era magnífca por otras cosas y en 100 años más se pensará que es igualmente magnífica pero por razones totalmente opuestas a las de hoy.
Hablar de una película es como hablar de una religión, y para el converso esa dicusión será enriquecedora tal vez, un complemento para su fe, pero para el que no cree en ese dios serán puras habladurias, que en el mejor de los casos lo único que podrán arrancarle será una especie de «debe ser interesante ese dios que con tanta pasión habla esa persona de él, pero es curioso que crea que en verdad existe». O como una mujer, para seguir el ejemplo maziano, esa que conocemos y que nos cae malísimo y que encontramos fea y antipática y arribista, pero que un amigo nuestro (que no es ni tonto ni ciego ni snob) ama con pasión.

Ahora bien, hay ciertos consensos y a veces se termina por llegar a algunos acuerdos. Por ejemplo, que los Dardenne son magníficos y que Gente Decente es impresentable. Pero igual, convencer a Viereck de que hizo una basura será imposible, tan imposible como convencer a mi vecino (que no es nada de tonto) de que Rosetta es una obra maestra. Pero los acuerdos son pocos y se dan en los extremos (los genios casi inapelables y los esperpentos igualmente obvios) y entremedio queda un enorme universo de opiniones encontradas. Y en este sentido hay que pensar en los argumentos (sean estos cuchillos filosos como los de nuestros narradores chilensis o caricias simpaticonas como las de las «críticas» de los medios) como ideas que se tiran a una piscina y que otros a lo mejor van a recoger o a lo mejor no.

En fin, que al igual que a Maza a mí el cine me sorprende y me intriga todo el tiempo y mi interés o amor hacia una película nace de ese misterio, que para mí es la clave de todo arte. Y luego es un salto al vacío, un tratar de descifrar ese secreto y ese misterio, que es al final como el salto del artista (si ni Bresson, cabezón como él sólo y que tiene miles de reglas escritas, seguía una fórmula para sus películas y decía -y le creo- que cada vez se arrojaba «al instinto»). Tarea inútil es pensar que por tratar de argumentar de manera perfecta, sea lo que sea que se entienda por perfecto de acuerdo a la filosofía predilecta del que piensa, se logrará abarcar todo y dar una respuesta definitiva y determinar una verdad de una película. Aunque a veces sí se encuentra una hebra, porque allí donde nosotros vemos algo otros ven otra cosa, allí donde uno escucha un solo de Lester Young y se emociona por un conjunto casi indiferenciable de notas, Miles y Charlie Parker descubren que usa una nota «incorrecta» y se les abre la cabeza. Y a lo mejor si alguien nos explica cual es esa nota incorrecta descubramos que eso era lo que nos provocaba tanto deleite, pero no será lo único, no falataba más. Y menos mal, porque en el momento en que deje de sentir ese vértigo de estar frente a algo que me supera y que jamás podré entender del todo, y que tal vez nadie logre nunca descifrar por completo, no importa cuanto tiempo se piense y se estudie y se hable, no sé que gracia podrían tener las películas.

Admiro al Critico desnudo de prejuicios, que enorme tarea y trascendente es ser de oficio especialista en cine.
Mas lleva ensimismo el valor de su historia personal que deberia quedar ajena a la hora de emitir opiniòn sobre el rollo.

Me pregunto que tan influyente es nuestro contexto social para favorecer o desafavorecer con el comentario si nuestra humanidad se nos sale por
los poros.

Hay muchos que se guian por el critico, pero aun no se la diferencia de un buen o mal critico..
Espero alguna vez entenderlo. Saludos.

Carolonline, desnudarse de prejuicios a mi me suena a jugar a Dios. Los prejuicios y la historia personal vienen con uno, y uno las asume y las presenta sobre la mesa (para que el que lee sepa quien le está hablando) cuando escribe de una película. Jugar a la objetividad, a la mirada imparcial es a estas alturas un sinsentido: la calidad del crítico no se mide en su mirada «fría», sino que en la capacidad de reflexionar, y en poner por escrito esa reflexión con la mayor claridad posible. Eso sería, creo yo.

AFA, está dicho. Este misterio que son las películas se complementa con el misterio que provocan en nosotros. Escribir de cine es el tejido al que nos dedicamos. Y me parece que tejer es un placer. El acto en sí mismo es gozoso, más allá de la calidad del tejido resultante.

Ahora, creo, que entendiendo el avance de las nuevas tecnologías, quizas el puro texto escrito cada vez sea menos relevante al momento de hablar de cine. Quizás ya es hora que, como Scorsese y sus documentales cinéfilos, pongamos la evidencia sobre la mesa, y hagamos ese tejido mezclando los comentarios y las secuencias de las que hablamos. Con fotos, con videos, con audio. A mí me tinca que para allá va la cosa. Es curioso que no se haga tanto. Hay que probar. Quizás ese sea el camino para reproducir, aunque sea con torpeza, la fascinación y el vértigo.

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