Aún convaleciente de mi apendicectomía, lo primero que hice luego de mi alta clínica fue entrar a ver «Escondido» [Caché, 2004] de Michael Haneke, ayer estrenada en cartelera. Mientras transcurría la película, pensaba en tres cosas:
-Uno, en «La profesora de piano», la única otra película de Haneke estrenada en Chile y que agarré hace un par de años, y cuya frialdad me dejó con dientes castañeteando (no solo eso: me dejó un amargo sabor en la boca y cierta concepción respecto a las motivaciones de Haneke que solo podría llamar «sadismo»).
-Dos, en Natasha Kampusch. El timing del estreno de la película en Chile fue perfecto: «Escondido» tiene mucho que ver, quizás demasiado, con el reciente caso de sucuestro de esta niña de ocho años en Austria, Natasha Kampusch, cuya entrevista fue emitida por televisión esta semana en todo el mundo. Haneke, como saben, es austríaco. La conexión entre estos dos puntos, entre este caso y la película, tiene que ver con (¿más coincidencia?) un mail que recibí esta semana, mientras estaba en cama, de parte de Angela Precht, mail que -dicho sea de paso- aún no le respondo. [Sorry Angela por hacer público lo que ahí dices, pero no revela nada personal y tiene mucho que ver con lo que voy a decir sobre la película]. En el email -además de recomendarme «Grizzly man», de Werner Herzog, como la película que hay que ver a partir de lo ocurrido con Steve Irwin (Q.E.P.D.) y su mantarrayas vengadora- Angela hace referencia al caso de Natasha Kampusch, y me da pistas, un poco, acerca del carácter nacional de los austríacos.
Los austríacos son gente muy pudorosa. Especialistas en mirar hacia al lado aunque, extrañamente, son muy mirones. Tanto así que les hacen campañas para «coraje civil» y atreverse a denunciar o a involucrarse con sus vecinos o con «the little person». No sé si recuerdas que el año pasado pillaron a otra que mataba a los hijos que paría y los enterraba en los maceteros. ¡Y mató a 8! Y los vecinos que la vieron 8 veces embarazada no se preguntaron nada. Curioso y oscuro país.
Mirones que no se meten. Pero mirones.
-Tres, algo que leí por ahí acerca de que Haneke finalmente fue tentado por Hollywood… para hacer un remake de «Escondido» en EE.UU., con Tim Roth y Naomi Watts… remake que al llegar a mi casa y meterme a internet finalmente descubrí no era tal: Haneke filmará nuevamente una película suya en EEUU, pero no es «Escondido», sino que «Funny games», pero para efectos de mi experiencia con la película da lo mismo, porque la cinta hace un comentario sobre la actualidad (y sobre Estados Unidos) del cual hablaré más adelante.
En fin. Esas tres cosas tenía en la cabeza.
Y estas tres cosas me hicieron disfrutar la película a tres niveles.
-El primero, el del prejuicio. Como venía de alguna manera condicionado a ver una película de un director frío, y de alguna manera, sádico, «Escondido» es una sorpresa y un tapabocas a esas ideas. O por lo menos, es una ampliación de los conceptos asociables a Haneke. Efectivamente, las escenas climáticas de «La profesora de piano» (la gillete, y luego, el suicidio) y «Escondido» (ya saben cual, los que la vieron), son rotundos, sangrientos, autoinmolatorios como el resultado de un camino que ya no tuvo salida. Pero en «Escondido» queda claro que Haneke no es Lars Von Trier, quien se solaza con utilizar sus talentos narrativos en favor de su propio goce megalomaníaco y de las fuerzas del mal, cual pequeño belcebú contemporáneo. En estas dos películas, Haneke tiene comentarios y reflexiones sobre cierta angustia europea, urbana, cierta desafección en las relaciones personales de la cual no existe mucha escapatoria. Esas reflexiones van más allá de la simple denuncia. La inquietud vital tiene ciertas raíces gruesas que se enredan debajo de las casas más ordenadas y limpias. Me llamó mucho la atención en «Escondido» cómo Haneke pinta la manía del protagonista: en esos miles de libros que tapan las paredes de su casa, libros que parecen haber sido leídos, recolectados y mostrados con cierto orgullo, pero que denotan cierta histeria. La bella escenografía del programa televisivo que conduce Daniel Auteuil, una especie de «La belleza del pensar» pero con muchos invitados, repite esa dinámica de esos libros, pero esta vez son libros de utilería, de lindos colores, sin letras ni lomos reconocibles. En fin: nuestra histeria nos hace infelices, desgarradamente infelices, aunque pretendamos tenerla en control. Hay más prejuicios rotos, pero de eso hablaré en la parte tres.
-En un segundo nivel, sobre Haneke y su condición de austríaco y la niña secuestrada. Ahora, recién, creo que tiene sentido contar la trama de la película. «Escondido» parte con largo un plano fijo de una casa, sobre la cual se ponen los títulos iniciales. Desde ya, imaginamos, y luego confirmamos, que lo escondido está en esa casa. En esta calle. Precisamente, ese plano corresponde a un video anónimo que reciben Georges (Auteuil) y su esposa Anne (Juliette Binoche). Algún loco los graba desde fuera de su casa, cuando salen por la mañana al trabajo. Y les manda el video. Luego reciben otro video, con un dibujo de un niño que le sale sangre de la boca. Se frikean. Van a la policía (o por lo menos, Georges dice que va), pero la policía no se interesa en el caso si «el loco» no los ataca. Llegan más videos. No solo eso: llegan más dibujos al trabajo de Georges, y al colegio de su hijo Pierrot. Y un hombre llama a la casa sin identificarse, preguntando por Georges.
Esta sensación de vacío de la película es inquietante, y aunque podría estar en cualquier thriller, Haneke la maneja con una precisión impactante.
Luego, discurre la narración a un thriller más tradicional, cuando Georges comienza a atar cabos respecto a quien podría saber tanto de él y podría estar hostigándolo. Esta es la parte más floja de la película.
Luego, «Escondido» se vuelve una película Haneke, en su climax y su resolución. Lo que de alguna manera es esperable.
Para no salirme del tema, es interesante esto de los austríacos, su doble condición de «respetuosos» y «voyeristas». Miran, no se meten, pero no pueden dejar de mirar. Que alguien nos mire, nos vigile, sin saber quién ni por qué, y sobre todo, que no se manifieste de una vez por todas, es una estupenda pesadilla urbana. De alguna manera, esa sensación de vacío hitchcockiano no estaba en el cine, para mi gusto, desde «Búsqueda frenética» de Roman Polanski. Pero Haneke no está para homenajes. El asunto de la niña secuestrada, del mail de Angela, me hizo pensar en que quizás esos vecinos del secuestrador (o de la mujer que mataba sus hijos) no es que nunca no se hayan preguntado qué pasaba en la casa de al lado. Más bien, en su comportamiento manifiestan cierta histeria ante la criminalidad, la bestialidad del vecino. ¿Quién soy yo para juzgar sus salvajismos, si yo mismo soy un salvaje en secreto?
Haneke nos pone a nosotros como los vecinos. Miramos, no nos metemos, y temblamos ante la idea de que nos estén mirando de esa manera. Todos somos un poco austríacos. Solo que ellos son los mejores austríacos del mundo.
-En un tercer nivel, me llamó la atención el comentario político de Haneke. Encontré esta entrevista a Haneke, antes de que siquiera comenzara la producción de «Escondido» pero en la que habla de la película que quiere hacer. [La traducción es mía]:
-¿Puede hablar un poco de sus próximos proyectos?
-Estoy haciendo «Escondido», que es sobre la ocupación francesa en Algeria a un nivel amplio, pero en términos más personales es una historia sobre la culpa, y sobre la negación de la culpa. El personaje principal es un hombre francés, enfrentado a otro personaje, un árabe, pero sería incorrecto verla estrictamente como una historia sobre el pasado, más que como una historia política que se relaciona con la culpa personal. Así que podría ser vista más como una historia filosófica que política.
Como les decía más arriba (a los que siguen leyendo), mientras veía la película yo pensaba que Haneke iba a hacer un remake gringo de «Escondido» y no dejaba de interesarme la idea. El comentario político de la película está bien presente: de alguna manera, lo escondido es aquello de lo no nos hacemos cargo, ni como personas ni como sociedades. Ese «no hacerse cargo» en «Escondido» hace referencia a una matanza de árabes ocurrida en el mismísimo río Sena.
Luego, mientras la televisión está encendida, vemos en las noticias de EuroNews algo respecto a Irak, y el apoyo italiano e inglés a la invasión, y uno puede adivinar que miles de historias como las que estamos viendo podrían multiplicarse en el futuro solo con Irak. Esta reflexión de Haneke es muy sutil, y es muy llamativo que él la haya considerado como uno de los motores iniciales para hacer esta película. Más aún, un remake americano de «Escondido» era, en mi cabeza, un interesante artefacto haciendo tic-tac antes de explotar en el corazón del imperio de las imágenes.
Más allá de mi error, la voluntad de Haneke de hacer una observación así de sutil de los sucesos históricos también me sorprendió, y volvió a dejar de rodillas mis juicios previos. Esta supuesta frialdad de Haneke, además, queda desactivada cuando vemos al padre romper en lágrimas en la cocina, antes de prepararse un sandwich; y momentos después, cuando vemos la amable conversación entre madres en la entrada del edificio.
En fin, «Escondido» es una película muy potente, pero sobre todo, una reflexión muy interesante de esas raíces que cualquier día de estos nos van a botar la casa. Estos ya son suficientes caracteres como para no partir a verla y comentarla.
7 respuestas a ««Escondido»: sin meterse, pero sin dejar de mirar»
Autiuil de nuevo en cartelera es un regalo del cielo (para mi más que un ídolo es mi fetiche). Te comento que de puro fan de La Profesora de Piano (esa madre era simplemente adorable) me compré la banda sonora que la pongo de cuando en cuando sobre todo para tomar decisiones como qué ropa me pongo. Anyway, el caso es que eso escondido tiene mucho que ver con la idea de los impresentable en países con conciencia de hiper civilizados. Una idea que desde mi modesto punto de vista tiene extensiones insospechadas: Desde el colaboracionismo francés durante la ocupación Nazi del que nadie habló nada sino hasta hace muy poco, hasta la transición española que fue más alegre porque los vecinos eran ricos y el rey muy moderno, hasta el episodio Gunter Grass de «uy, se me olvidaba contarles algo». Sin contar con el fascinante fenómeno de las ONGs para el tercer mundo, cuando los europeos tienen sus propio tercer mundo en casa (pero es africano y no tiene permiso de residencia).
Disculpa la lata. Como me gusta Auteuil (y esa mirada de cachorrito triste)
Gonzalo, creo que el vínculo cinematográfico era justo lo que necesitaba para poder decantar las infinitas discusiones con mi austríaco ad hoc sobre su patria y la señorita Kampush. La verdad es que se agradece.
Fe de erratas: En el fragor de las discusiones dupliqué las guaguas asesinadas y al revisar la noticia eran cuatro. Harto menos que 8 pero bastante terrible igual.
me siento culpable porque recuerdo haberte dicho que haneke es austriaco.
en realidad es aleman.
lo se. i suck.
Lo sé. Nació en Alemania, pero fue criado desde pequeño y casi toda su vida en Austria. Lo que tampoco es una gran diferencia, pero él mismo se considera austríaco. Más culpable deberías sentirte por decirme que «24» era mala. Ahora todos me odian. 🙂
la verdad, tampoco he visto tanto 24 como para poder decir con propiedad que es mala.
lo se. i suck.
Un detallito. La «amable conversación de madres» también es fría y contenida. Ellas se sienten incómodas, parece que se quieren abrazar, pero nunca lo hacen. Gran película «Caché».
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