Vengo del estreno de «Infamante electra», la esperada obra de teatro escrita por Benjamín Galemiri, especialmente para que Raúl Ruiz la dirigiera, según leí en algún lado. Ruiz aceptó el desafío, o la invitación, o el honor, o la jugarreta y se vino a montarla. El estreno fue hace unas horas en el Teatro Camino de Héctor Noguera, en Peñalolén. Partimos con mi mujer muy abrigados (ya saben como es el teatro) y llegamos justo a tiempo. Nos invitó el gran Rodrigo Bazaes, quien estaba a cargo de la dirección de arte del montaje.
Debo confesar que soy un aficionado muy malo del teatro. A lo más veo unas tres o cuatro obras por año, y casi siempre salgo decepcionado de lo que veo. El teatro me parece aún más complejo que el cine: la autoría es una estrella con varias puntas. Pero creo que más que el teatro, me desagrada el público del teatro, que en Chile por lo menos tiene un tic muy feo: cada vez que entienden una referencia, o una idea, o una ironía, se ríen. Quizás es una risa nerviosa, o una risa falsa, o una risa honesta, pero esas risitas me ponen de muy mal humor. Me sacan de la obra. Además, a la salida de la obra todo el mundo habla de cualquier cosa menos de la obra.
Imaginen cómo estos dos defectos se acentúan en el estreno de una obra de teatro dirigida por Ruiz. A sala llena. Con caritas fascinadas viendo la obra.
Veamos, entonces, si se puede decir algo de la obra. Uno, es un montaje muy simple, con tres protagonistas en escena, y otros tres actores-muebles que están vestidos de garzón, o verdugos, según el cuadro. Los tres protagonistas son: Joshua Halevi, un comerciante judío, que es una mezcla de muchas cosas: torturador y torturado; politico de la Concertación; negociante inescrupuloso y mal padre. Ese es Héctor Noguera. Luego está su hija, Dafne, quien es una especie de fiscal de la reforma procesal penal, y juzga a su padre por corrupción, pero especialmente, por nunca mostrarle afecto verdadero de padre, por lo menos hasta hace muy poco. Esa es Amparo Noguera. Y hay un narrador en escena, una especie de señor Corales y narrador de cine negro, que nos presenta comenta todos los episodios en escena. Ese es el cuando-lo-vean-lo-reconocerán Oscar Hernández.
Dos, a mí se me hizo difícil reconocer la puesta en escena de Ruiz. No estoy muy enterado de la obra de Galemiri, aunque sé que es un director teatral cinéfilo (o por lo menos, ha visto algunas películas), admirador de Woody Allen y de Ruiz. Como esta fue una obra escrita para Ruiz, muchos de los temas ruizianos están presentes (fantasmas, discurso enrevesado para ocultar una profunda emoción, constantes trucos para desviar la atención, exploración en el lenguaje chileno y las costumbres de restaurant, etc), pero… ¿dónde termina Galemiri y donde comienza Ruiz? Quién sabe. Aunque a la salida de la función estaba Ximena Rivas, la actriz, y nos decía que era perfectamente claro qué era de Galemiri y qué era de Ruiz. Lo que me dejó muy impresionado, porque para mí en esta obra son una mezcla salina más o menos indisoluble. Sin embargo, gasté $3.500 y me compré el libro con el texto de la obra de teatro, que vendían a la salida de la función, y que viene con prólogo de Ruiz, para determinar un poco mejor qué es qué. Por lo menos en esta obra.
Tres, el escenario, circular, es lo suficientemente ambiguo para ser todo lo que tiene que ser en la obra: pista de circo, celda del anexo cárcel Capuchinos, centro de torturas (que en la obra, son con cosquillas), sala de juicio y sinagoga.
Cuatro, los mejores momentos llegan cuando aparece la inquietante música de Jorge Arriagada. Y cuando vuelan por el escenario partes mutiladas de cuerpos humanos (que es un poco lo que han hecho con los cuerpos de los muertos en los últimos años en Chile: jugar con ellos), y cuando Oscar Hernández y Héctor Noguera juegan cacho y hacen competencia de payas. O cuando un kiltro cachorro entra a escena.
Cinco, según dice Ruiz en el prólogo del librito, lo que le interesa es el lenguaje chileno, el hablar oblicuo del huaso ladino. Según nos enteramos después, Ruiz le sacó al montaje la sexualidad (que era más fuerte en el texto escrito) y agregó cosas, como los textos de payas de los jugadores de cacho. «En la lengua de Chile», dice en el prólogo, «se puede decir una cosa por otra, se puede hablar una cosa por otra, se puede hablar sin verbos y sin sujetos, es decir, se puede hablar sin que se sepa de qué se está hablando». Esto está muy presente en la obra: «Un discurso de abejas».
Seis, no estoy del todo seguro que la obra sea tan de Ruiz. Podríamos decir más bien que es una especie de ensamblaje, una obra de piano a cuatro manos, una manta tejida por uno, teñida por otro. Una declamación patética, pero muy poco emotiva. En eso, me pareció ajena a las películas de Ruiz. Puede que también haya sido la primera función, con el estrés habitual del estreno. Pareciera que es un montaje que le hace falta asentarse, encontrar su lugar. Está tensa. Pero es otra pieza del engranaje del código. A ver si de aquí en un par de milenios logramos sacar algo en limpio.
Un juego de cacho con la muerte. Los fantasmas son testigos.
4 respuestas a «Ruiz & Galemiri & Noguera & Arriagada»
Hoy en la noche iremos a ver esta obra de teatro dirigida por Ruiz.
Y la verdad es que tengo mucha curiosidad y más aún después de lo que escribes.
En todo caso y lo digo por experiencia propia, siempre los estrenos son tensos, las obras tienen que madurar, pasar y pasar funciones, ahí llega realmente a cuajar el montaje teatral, es parte del proceso creativo. Una de las cosas mágicas que tiene el teatro, es que cada función es diferente y a medida que pasa el tiempo la obra va transformándoce, tomando calidades, energías y fuerzas diferentes.
Te comentaré después de verla.
Un abrazo.
EN DEFINITIVA CREO QUE DA IGUAL QUIEN ES MAS «AUTOR » DE UNA OBRA EL TEATRO ES UN TRABAJO COLECTIVO. EN ESTE MONTAJE EN PARTICULAR LO QUE DEBE ESTAR SUCEDIENDO ES QUE EL «EGO» DEBE ESTAR MAREANDO A LOS ACTORES…LA VANIDAD ES LA PEOR ALIADA DE UN ACTOR. SALUDOS..
La puesta en escena de Ruiz te invita a viajar por la catarsis del ser humano, por el no realismo, es un verdadero transitar por los tiempos…y estalla la magia teatral con la música compuesta por Jorge Arriagada, acompañada por una dirección de arte excelente creada por Rodrigo Bazaes.
Se funden las artes y nace un nuevo hijo que cambia función a función.
Una vez más me sorprende la mirada de Ruiz y me hace enamorarme aún más de la gran magia teatral.
la verdad es que me desdigo de lo que dije respecto a la vanidad de los actores de «infamante electra», ayer fui a verla y me dieron una lección de imaginario tanto en la actuación como en el texto y en la puesta en escena total. pido disculpas por mi soberbia y mis prejuicios…felicitaciones a los actores , a Galimiri y muy especialmente al sr. Raul Ruiz.
LUIS WIGDORSKY.