«No quarto da Vanda» es de esas experiencias cinéfilas radicales, en mi recuerdo, solo comparable con «La muerte del señor Lazarescu» de Cristi Puiu o «Letter from a yellow cherry blossom» de Naomi Kawase, por nombrar dos películas de la última década. Pero más radical todavía: no se trata solo de la crónica de un desceso o el mapa de ruta de un final; es también una intensa exploración del encuadre documental. No es para sentarse a verla un sábado en la noche, digamos. No es que uno ande recomendando al primero que ve en la calle un documental de tres horas que sigue a una yonkie de los suburbios de Lisboa, drogándose infinitamente y teniendo conversaciones con sus amigos en su habitación, mientras afuera de su casa unos bulldozers echan todo abajo. Sin embargo, es de las experiencias cinéfilas más intensas que he tenido este año.
Como hace ver Christian Ramírez en una nota publicada hoy en Artes y Letras, «No quarto da vanda» es, efectivamente, un remake. Pedro Costa ya había visitado el barrio de Fonthainas en Lisboa (habitado en su mayoría por inmigrantes africanos que viven en la pobreza) en su película anterior «Huesos», pero no habría quedado conforme con el resultado. Dice Ramírez:
Arrepentido de «glamorizar la pobreza» al poner focos, filtros y equipo técnico alrededor de sus habitantes, decidió regresar y registrar durante un año la vida diaria del sector sólo con una pequeña cámara digital. Nada de luces, ni micrófonos ni nada.
Los resultados que logra Costa con la cámara digital son impresionantes, y marcan la pauta de lo explorable con el formato. Podrían hacerse tesis universitarias estudiando las fuentes de luz en cada plano de «No quarto da Vanda», el uso de la profundidad de campo y del fuera de cuadro: la luz de un televisor mal sintonizado comparte presencia con la de una ventana abierta al fondo de una habitación y el encendedor que mantiene caliente una gota negra sobre el papel aluminio que Vanda ocupa para drogarse. La cámara de video de Costa, vaya a saber uno cómo, escapa con destreza de la sobrexposición digital, esa que revienta todo en blanco y deja extensos territorios del plano virtualmente sin información.
Pero las razones para entusiasmarse por la película (que a medida que pasan los días después de haberla visto crece dentro de mí) no son solo asuntos de prodigio técnico o contemplación acertiva: quizás su mayor misterio radique en su, digamos, «narrativa aventurera». Uno bien puede salir de la función pensando: «Perfectamente podría durar una hora menos». No porque la película se repita en exceso (aunque es un tema discutible) sino más bien su exhibición es pesada. Pero decir algo así no deja de ser injusto. A mí me entretiene, por decirlo de alguna manera, «la prosa» de Costa. Uno puede leer cada plano suyo como una carta. «Miren este fuego saliendo de este tarro… y al fondo, ese niño que no puede dejar de mirarme»… «Miren esta grúa orquilla, ensañándose con esta pared que hace un rato vimos impecable». «Miren la pobreza, la negrura de esta habitación con las paredes rasguñadas, pero también escuchemos las cosas lúcidas que tiene que decirle esta mujer a este ex drogadicto».
Aunque esta es una película de difícil digestión, exploratoria y sin demasiada claridad acerca de «los logros» de esa exploración, me cuesta decir, por ejemplo, que sea aburrida. El término es demasiado pedestre para describir su pesadez. No es, digamos, una película que presente resultados, arme una tesis y presente conclusiones (elemento fundamental de la narrativa documental) o que cuente una historia (fundamento de la narrativa de ficción). Es, más bien, el triunfo de la intuición. Hacer una película que pretenda escapar de ambos fundamentos es una tarea titánica y con mínimas posibilidades de llegar a puerto, y sin embargo, Costa, como todos los grandes cineastas que recuerdo, cree en el poder magnético de las imágenes, a veces, cuidadosamente dispuestas para empezar a abrir, junto con varios otros, en diversas partes del mundo, una puerta que no teníamos idea que existía.
Esa puerta es la que empujan los cineastas lúcidos, y la que seguimos los cinéfilos impacientes para ver a donde cresta nos llevan.
Jero Rodríguez, otro de esos cinéfilos impacientes por ver que hay allá, entrevistó a Costa para un programa de televisión comunitaria que tiene en Nueva York, y puso dos videos de esas entrevistas en su blog «El nuevo canon». Imperdible para ver después de la película, aunque ojalá alguien se anime en hacer una transcripción/traducción porque están en inglés.
4 respuestas a «Mundo grúa»
Me pasó algo parecido el miércoles en la peli, impactada, sobre todo porque no me había enterado hasta que salí que duraba tres horas.
El ritmo de planos-secuencia de cuatro minutos con cámara fija requiere amor por el documental.
Y sí, pasados los días la sigo asimilando. El jugo gástrico visual sigue trabajando eternamente cuando ves algunas cosas.
Me acordé harto también de Can Tunis, de Paco Toledo, vista el año pasado en Fidocs. La temática de la demolición, la droga, el suburbio…
A pesar de los distintos tratamientos y ritmos de las dos.
salu2
Shidi !
pedro costa es la hostia.
Es notable que exhiban a Costa en el ciclo, pero es infumable que -de nuevo- la organización del dichoso festival sea como las pelotas.
Fíjense: No quarto da Vanda está programada para el miércoles a las 19 horas en la sala. Dura 178 minutos. A las 21.30, en la misma sala, anuncian El Tiempo, de Kim Ki Duk.
¿Habrá una segunda sala? Entiendo que no. ¿Dejarán la de Costa a la mitad? Quizás. Creo que va a pasar lo de años anteriores: gente que llega a funciones desfasadas una hora antes o (peor) una hora después.
En un ciclo de cine francés donde daban La mamá y la puta tuvieron un problemazo porque esa película duraba tres horas aprox. y para ajustar la siguiente función empezaron a darla una hora antes sin avisar ni cambiar ningún horario. «A esta sala vienen puros estudiantes» se quejaba la otra vez un señor del lugar. Por qué será…
la única vez que vi una peli de costa («juventud en marcha») fue un sábado a las 10 de la noche y era la cuarta película del día. al final de la función quedamos 4 en la sala. no puedo negar que se me hizo pesada, pero notable a la vez. y radical, sin duda.