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BUÑUEL: Perro sarnoso, agujero negro (5)

Esta serie de textos acompañan la retrospectiva de Luis Buñuel que se presenta hasta el 31 de marzo en el Centro de Extensión de la Universidad Católica.

PosterEn cada país donde Buñuel hizo sus películas (España, Francia y México) se ha levantado alguna como la más emblemática, aquella de la que se escribe más a menudo y se agrupa en el esquivo conjunto de las llamadas ‘obras maestras’. En el caso de Buñuel, los españoles no pueden resistirse a “Viridiana”, los franceses a “Belle de jour”, y los mexicanos a “Los olvidados”. Puede entenderse que la condición de megaestrellas cinematográficas que tienen Francisco Rabal y Fernando Rey en España, y Catherine Deneuve en Francia tengan algo que ver con la ecuación.

El caso de “Los olvidados” es distinto. Es, digamos, la película que hace visible a Buñuel en el escenario mundial. Con ella es invitado por primera vez a Cannes en 1951, donde tiene el premio al mejor director. La película, que había sido rechazada y despreciada en México al momento de su estreno y duró apenas unos días en cartelera, vuelve a estrenarse después del reconocimiento europeo y –muy típico de América Latina- ahora sí que pueden verse sus atributos. Se lleva casi todos los premios Ariel del cine mexicano de ese año.

(No es menor que el éxito en festivales tiene peso para que los países abracen ciertas películas: Buñuel ganó su única Palma de oro en Cannes con “Viridiana” en 1961, y su único León de oro en Venecia con “Bella de día” en 1967. Más premios en festivales importantes Buñuel no tuvo).

Sin embargo, “Los olvidados” es más atípica que emblemática en la filmografía buñueliana, quizás por se adentra en la pobreza, tal como lo hace en “Las Hurdes: Tierra sin pan” y en “El río y la muerte”. Es el retrato de un grupo de niños que viven en la miseria en Ciudad de México, absorbidos por la delincuencia y empujados a la tragedia. No es que sea un director sin conciencia de clase: los empleados, sirvientes, mayordomos y camareras son muy importantes en las películas de Buñuel, sobre todo en la manera en que interactúan con sus patrones burgueses, enfermos de obsesión y reprimidos. Pero la diferencia social en esteos personajes es parte del paisaje, no el asunto central de sus películas.

Por eso, es raro que se quiera leer una vocación social en esta película, o peor, la adscripción al naciente movimiento del neorrealismo en Italia. En lo formal, “Los olvidados” tiene poco de neorrealismo, o menos del que se quiere ver en ella. Y más que la denuncia social, que es el ropaje con el que se viste la película, su visión –tal como en “Las Hurdes: Tierra sin pan”– está más interesada en la animalidad, el salvajismo y la carroña depredatoria de los necesitados. Un mundo donde los mendigos son la monstruosidad máxima: el ciego Don Carmelo y un hombre sin piernas son las víctimas más claras de los ataques de los niños, que los ven un escalafón más abajo de ellos.

El mundo de “Los olvidados” es una selva, a medio camino entre una convivencia con la naturaleza y el desprecio natural de la vida que surge en una gran ciudad. Así, no es raro que Ojitos, el niño del campo que sirve de lazarillo a Don Carmelo, el mendigo ciego, calme su hambre bebiendo leche directamente de una burra, o que Meche ocupe la misma leche para mejorar el aspecto de sus piernas; que los pollos y gallinas en la casa de Pedro sean casi como una familia de allegados; que los dolores en la espalda de una mujer enferma solo puedan calmarse con las refriegas hechas con una paloma viva; que el único espectáculo de diversión sean un perritos bailarines que hacen acrobacias en la calle.

El Jaibo, el veinteañero delincuente líder del grupete de niños, viene saliendo de la cárcel y quizás por ello es un agente activo de la carencia: la hace presente en cada una de sus apariciones. “Si hacen lo que yo les digo a ninguno le faltará un centavo” es la frase con la que se presenta. Luego, cuando ataque a quien él considera el traidor, involucra crecientemente en su crimen a Pedro, lo maldice con su presencia: hace que lo acusen falsamente de un cuchillo robado, que caiga en un reformatorio y que se hunda en uno de los destinos más crudos que uno haya visto para un niño en la historia del cine. «Yo quisiera portarme bien», le dice Pedro a su madre, «pero no puedo». Cuando más tarde Pedro escapa de su casa, no encuentra demasiado; a lo más, un vejete que le ofrece protituirse en una excelente escena muda y tenebrosa.

«Uno menos, unos menos», celebra el ciego en los últimos minutos. «Así irán cayendo todos, ojalá los mataran todos antes de nacer». Esta expresión más que un deseo o una maldición es una esperanza muy buñueliana. Un delirio de muerte, no muy distinto de el del Jaibo: «Perro sarnoso, agujero negro, estoy solo, estoy solo. Como siempre, mijito, como siempre».

«Los olvidados» se exhibe nuevamente hoy jueves 12 de marzo, a las 16, 19 y 21:30 horas. Más detalles del programa acá.

Por Gonzalo MAZA

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