Me pidieron de La Tercera que comentara mi mejor recuerdo sobre películas y salas de cine, y podría hacer nombrado 10, pero nombré estas dos…
Hay dos salas que recuerdo con mucho cariño y que me formaron como cinéfilo. Una es el Cine Arte de Viña del Mar, ciudad donde pasé toda mi infancia y adolescencia, y donde todos los años en el verano se daba una selección de las mejores películas del año del Festival Cine UC. Recuerdo que día por medio me escapaba al cine a ver una película, y recuerdo con claridad ahí funciones que marcaron mi vida para siempre, como «Buenos Muchachos», «Los imperdonables», «Crímenes y pecados», «Susurros en tus oídos», «Sobreviven»… Recuerdo con claridad los programas impresos alargados, y en los que marcaba las películas que quería ver, y las críticas pegadas en una especie de diario mural, y al salir del cine recuerdo caminar por la galería comercial donde estaba el cine y pasar por una disquería y mirar las bandas de sonido de películas que me hubiera gustado escuchar pero no tenía dinero para comprar. Siempre he disfrutado mucho ir solo al cine porque me gusta no tener que conversar a la salida, sino que seguir pensando en lo que acabo de ver, y en el Cine Arte de Viña pasé buena parte de mi adolescencia y fue de alguna manera mi segundo hogar.
La otra sala que me formó como cinéfilo ya viene de mi época universitaria, cuando pasé un año completo como estudiante de intercambio en la Universidad de Texas en Austin, y ahí existía el Alamo Drafthouse, una sala a la que uno llegaba despues de subir una larga y angosta escalera, como si uno fuera a entrar a un salón de pool, pero lo que había era una sala de cine con anchos pasillos entre los asientos y una pequeñas mesitas porque en el Alamo no solo tenían la mejor selección de películas de culto y de terror y cinearte, sino que además uno podía tomarse una cerveza y comer. Era como una versión extensa y mejorada del Cine Arte de Viña, y además a veces invitaban a guionistas o directores que pasaban por la ciudad a hablar de las películas que se mostraban. Yo estuve ahí en 1999 y como espectador me tocó ir a una especie de festival de cine que hacía Quentin Tarantino mostrando sus películas, pero no las que él había dirigido, sino que sus copias de películas en 35mm de cintas de Cine B setentero y blaxploitation. Tarantino no solo iba y presentaba las películas, sino que las veía con el público y se reía fuerte a veces y era una experiencia evidentemente cool y algo extraña donde todos eramos extraños y tratábamos de comportarnos cool. Recuerdo esas sesiones cinéfilas con mucho cariño, y creo que lo que quiero decir acá es que la experiencia de ver películas con extraños y disfrutar de lo mismo en comunidad es algo que no solo no debemos perder, sino que además debemos ser proactivos en proteger. Ver cine no se trata solo de las películas: se trata de los espectadores y lo que pasa en sus cabezas y en sus vidas después de ver una película. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcane para que eso no se pierda.