Los lectores de este blog son muy exigentes. Piden de todas las formas la cobertura de este servidor de Bafici. Me llegan correos, dejan mensajes, siento la presión. Me alegra que así sea. Pues les diré algo sobre este Bafici: que los que no vinieron se pueden quedar tranquilos. No son tantas las sorpresas increíbles de este año (comparado, no sé, con los documentales de André Laberthe de año pasado, por ejemplo). Sí, es un gusto ver las de Cristian Sánchez, y no sé, la de Nicholas Ray, pero me he quedado un poco consternado con la selección de este año. ¿Seré yo?
Les mando todo lo que he visto hasta anoche. Un texto largo, infinito, interminable. A ver si alguien se anima a llegar hasta el final. Sobre la competencia y cómo le va a “La sagrada familia” (que hoy tiene su primera función), en la próxima entrada. Lo prometo. Un abrazo.
“The forsaken land”, de Vimukthi Jayasundara: Terminada la guerra en Sri Lanka, en un despoblado camino del interior del país, un guardia caminero (ex militar de la guerra) pasa tranquilamente sus días mirando el paisaje por la ventana. Le pasan cosas: un grupo de militares que lo secuestra y lo humilla dejándolo desnudo en un pozito natural; su joven y sensual mujer, su hija y su hermana transitan por la naturalidad, hasta que un violento hecho empuja al guardia a inmiscuirse en un crimen. Jayasundara es discípulo de Tsai Ming Liang y reconoce admirar a Tarkovski, pero estos nombres son solo referencias: el tono contemplativo, a ratos bello, no asegura intensidad. Sin embargo, como me comentó acertadamente Cristian Leighton, la película hace un muy inteligente uso de los espacios físicos: hace familiares lugares que nunca antes hemos visto.
“Pont de Varsovia”, de Pere Portabella: este catalán es la estrella perdida de este año del festival. Muy recomendado por Quintín, Portabella es un artista experimental y un sátiro profesional: el primer tercio de la película es el seguimiento a unos excentricos y antipáticos jurados de un premio de novela. Un premio que ya está cocinado de antemano, y no precisamente por las cualidades literarias del autor. Este comienzo de película está condimentado por la presencia de un director de orquesta que dirige a sus músicos sin que estos salgan de sus departamentos, tocando sus instrumentos por las ventanas, vestidos de frac, recibiendo las instrucciones del director por unas pantallas de televisión; y una fiesta de alta sociedad, de la entrega del premio, donde los invitados tienen conversaciones que revelan su burgués futilidad, y donde los garzones son los verdaderos intelectuales. El escritor ganador, que vendría a ser un resumen de los escritores españoles de todos los tiempos, responde preguntas con respuestas ingeniosas sobre los premios literarios, las mujeres y la vida. Luego de media hora así, vienen los créditos iniciales de la película, la cual, ahora sabemos, se llama como la novela ganadora: “Pont de Varsovia”. La digresión llega ahora más lejos. Las pantallas de televisor vuelven al protagonismo, lo mismo que personajes encamados y más disgresiones. Por choque con otra función, tuve que dejar esta a mitad de camino. Ahora me arrepiento. Volveré a Portabella.
“Keane”, de Lodge Kerrigan: Qué puedo decir: escuché mucho hablar esta nueva maravilla del cine independiente norteamericano (de quien en Bafici están mostrando sus tres películas) pero luego de verla, solo puedo decir que tanta felicitación me parece en extremo exagerada. Keane, el protagonista, es un enfermo, o un excéntrico o un solitario muy triste, nunca sabemos muy bien. Dice haber perdido a su hija pequeña en una estación de buses. Su desesperada búsqueda del comienzo es una interesante partida, pero a medida que se desenvuelve la narración y el trabajo actoral de Damian Lewis se hace más reiterativo en sus tics, y las buenas impresiones comienzan a desdibujarse. La peli es independiente por los cuatro costados: la estrategia narrativa (los primeros planos cerrados, el montaje, el audio ambiente) recuerda al cine más indie de los setentas, y la soledad de los hoteles baratos no está lejos de la de un campo de refugiados. Por si fuera poco, Steven Soderberg aparece entre los productores de la película. Pero la búsqueda de este sentimiento mayor (la soledad universal) hace un forado en los personajes, que en rigor, son las bases que sustentan esta búsqueda, y todo termina desmoronándose en el camino. Con final abierto y todo.
“El zapato chino”, de Cristian Sánchez: Esta joyita del circuito alternativo chileno (es decir, las salas de clases de las escuelas de cine) es cine “negro”, pero entendido de una manera generosa: no es un policial, pero hay un misterio muy oscuro encerrado en la historia. Hay una femme-fatale que es una pobre adoslescente que es el objeto del deseo de un taxista cincuentón y el hijo del jefe del taxista. Las conversaciones en la pieza de motel son de antología. Y el humor es muy, muy negro. Tal como Ruiz, Sánchez lleva lejos el descubrimiento que hizo el cine de los sesentas en nuestro país: la gramática del habla de los chilenos es tan poética como humorística, tan disgregada como directa, tan inocente como malvada.
“William Eggelston’s Stranded in Canton” de William Eggeelston y Robert Gordon: Me arrepentí de ver esta película a los 15 minutos de haber comenzado la función. Se trata de las películas familiares grabadas por el fotógrafo profesional William Eggelston en 1973, cuando tuvo en sus manos una de las primeras cámaras de video del mercado. Eggelston trata la cámara de video como si fuera una de fotos, sus enfoques parecen enfoques fotográficos, y eso, al cabo de un rato, es agotador. Más de cuarenta personas salieron de la sala en la función. La galería de excéntricos a los que graba en video Eggleston sirve para marcar las diferencias entre el trabajo de la imagen fija y la imagen audiovisual: ver a los locos que se ven tan bien en foto-fija, pero gritando y en movimiento, es un espectaculo que raya con lo patético. Sin embargo, días después de esa función sigo recordando los barridos en blanco y negro de una imagen de video tan pura como borrosa.
“Il canto dei nuovi emigranti” de Felice D’agostino y Arturo Lavorato: Documental ganador del Festival de Turín, a partir del retrato de un poeta de culto Franco Costabile, arma el relato de la emigración calabresa en Italia, un poblado donde nadie se mantiene quieto. Nada especial.
“Shadow” de Naomi Kawase: Para los asistentes habituales de Bafici, Naomi Kawase es a estas alturas algo así como una celebridad. Su largometraje “Shara” caló tan hondo entre quienes lo vieron en un Bafici hace un par de años, que litros de tinta corrieron para hablar de ella y su cine, oculto, casi desconocido. “Shara”, fui testigo, apareció en el listado de las 10 mejores películas de la vida de varios críticos en El Amante. Así las cosas, la exhibición de este corto de 28 minutos era un evento esperado, y fue exhibido a sala llena con un lindo programa doble con la última de Kossavovsky. El punto es que “Shadow” es una rara, bella, intensa pieza de cine sobre el cine, o para ser más exacto, del video sobre el video. En un solo espacio, en un departamento de cualquier ciudad, en una tarde en que podemos escuchar por la ventana abierta cómo juegan unos niños en el exterior, un hombre graba a una mujer con una cámara digital. Conversan con cariño. Se ríen. Repentinamente el hombre, un cincuentón, le dice a la mujer, una treinteañera, que él es su padre. La mujer pasa con mucha naturalidad de la risa al descreimiento, del descreimiento a la duda, de la duda a la pena. El perverso juego de hacer esta confesión con una cámara en la mano se hace aún más raro cuando vemos que hay otra mujer en la habitación, al parecer, la misma Naomi Kawase. Hombre y mujer siguen conversando. La escena crece en intensidad, y logra transmitir quien sabe cómo un pena muy grande. Es difícil describir el origen de esta pena. No es a partir de la intimidad (hay otra cámara en la habitación, y otra persona que no hace mucho por ocultarse), y la actuación de la joven es muy fina, pero hay algo medio indescriptible que hace de estos 28 minutos los 28 minutos más intensos y raros y voyeuristas de este festival. Para buscar “Shara” y verla.
“Zizek!” de Astra Taylor: A Slavov Zizek lo definen como humorista, excéntrico, carismático. El autor de “Todo lo que siempre quiso saber de Lacan (y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock)” parece más el dueño de un restaurant de comida italiana que el influyente filósofo marxista-lacaniano que dicta conferencias en las principales universidades del mundo. Este documental hace muy poco para comprender la esencia del pensamiento de Zizek, y se fascina demasiado con sus visiones rotundas sobre el amor y la existencia, sobre la necesidad de la izquierda de un nuevo intelectual que llene sus expectativas de modelo utópico, y en especial, sobre cómo Lacan sigue teniendo la vigencia que otros intelectuales hasta el día de hoy le niegan. Zizek tiene algo de renegado, de motoquero, de playboy (actualmente vive en Buenos Aires, emparejado con una bella modelo de 20 años), y este documental es un retrato cariñoso, pero sobre todo, una mirada perpleja ante un hombre (mal que mal, un cinéfilo) que excede los bordes de la pantalla.
“The well” de Kristian Petri: Este alemán decide hacer lo que muchos otros debieron hacer hace mucho tiempo atrás: mirar a Orson Welles como si fuera Charles Foster Kane. Petri llega a España a seguir la pista de los últimos años de Orson Welles en ese país. Y su Rosebud, su misterio que lo hace movilizarse, es un detalle que según Petri ha sido mirado muy en menos por los biografos de Welles: el director pidió que sus cenizas descansaran en un pequeño poblado en España, en un pozo en la casa de uno de los toreros más famosos de su época. Un pozo, “well” en inglés. Más allá del obvio juego de palabras (The Orson’s well), Petri hace reflexiones cámara en mano y voz en off acerca del director de la tauromaquia, la abundante comida, los hoteles y los pequeños poblados de España. Una curiosidad cinéfila, sobre todo por el material de archivo que incluye los comerciales de champagne que hacía Welles en España para pagar sus siempre abultadas cuentas.
“David Holzman’s diary” de Jim McBride: La primera película del director de ese ochentero remake de “Sin aliento” con Richard Gere, tenía un genuino vínculo con Godard desde sus inicios. Esta película es el documento de prueba. Su opera prima es un diario de vida de un joven cineasta que decide filmar su vida, su barrio, sus vecinos. El acto es incomprendido por su novia, y bienvenido por una deslenguada y ninfómana vecina. Un fresco ejercicio de cineasta, para aprender haciendo, donde se ejercitan cámaras lentas caminando por las veredas, cámaras cenitales con lentes ojos de pez tomada con las manos en alto, y mucho humor. Muy candida.
“En el hoyo” de Juan Carlos Rulfo: Este documental sobre la construcción de una carretera en el DF mexicano ganó Sundance este año, y es una película muy simple, y no muy inspirada. Rulfo, hijo del gran escritor, se acerca a los trabajadores después de que ha visto que la carretera se está construyendo frente a su ventana, según el mismo ha dicho. Se acerca a los trabajadores con cierto paternalismo, y desde ese acomodado punto de vista, pareciera que los obreros no son más que tipos simpáticos que hablan chistoso, tienen costumbres campesinas, y se asustan con superticiones demoníacas. Rulfo se queda en la superficie, está más preocupado de “los sonidos” de la ciudad que de sus habitantes, quienes solo parecen ser entes que emiten otra clase de sonidos. Un documental infantil. Quizás por eso, el lindo plano secuencia aéreo sobre la larga carretera, con el que termina la película y que dura ocho minutos, es un plano vacío, desprovisto de un sentido duradero.
“Linda, Linda, Linda” de Nobuhiro Yamashita: Atención con esta: ¿Qué hace una comedia adolescente en un festival como este? Quién sabe, pero qué bienvenida es. Esta encantadora cinta cuenta la historia de tres amigas japonesas que tienen una banda de rock en el colegio, deben actuar en un festival, pero se quedan sin vocalista. Su unica salida es reclutar a una estudiante de intercambio coreana, que debe aprenderse las canciones, en japonés, desde cero. La historia está contada con mucho humor y mucho cariño, dos sentimientos que tanta película independiente parecen olvidarse. Sobre todo, está el punk rock onda Ramones que rebasa la película, y que parece ser ironía sobre ironía. Esta “música para niñitas” sigue llena de vida y frescura. Hay que ser una persona muy grave para tomarsela demasiado en serio, y una muy tonta para rechazarla.
“We can’t go home again” de Nicholas Ray: El viejo Ray siempre era solicitado por sus consejos. Jovenes actores y cineastas se le acercaban para pedirle consejos, rodearse de su onda, su parche en el ojo, su pelo de payaso yonqui. Esta película parace ser su legado definitivo, una manera de decir, “¿Quieren aprender algo de mí? Vean esto y dejenme en paz”. Con pantalla fragmentada, con proyecciones sobre proyecciones en una lona que parece ser una paleta de colores fílmicos, la película es un relato sobre un grupo de jóvenes que toma clases con Ray, y lo miran en menos. Una chica anda sin pantalones por la casa, los otros parecen un grupo de nerds con lentes y conciencia social. Dentro de esta experimentacion, vemos a Ray dando su consejo definitivo a uno de sus discípulos: “Nunca esperes demasiado de tus profesores”. Y luego, se suicida con una cuerda, no sin antes decir sus últimas palabras, las mismas que titulan su libro autobiográfico: “Fui interrumpido”. Experimental, pero de las inolvidables.
“Accio Santos” de Pere Portabella: Portabella, segunda parte. Este corto de 10 minutos es conceptual, a la John Cage y su “4:33”. Un pianista, Santos, habitual colaborador de Portabella, intepreta una obra frente a un piano, de comienzo a fin, por casi cinco minutos. La obra esta grabada con tres micrófonos, y filmada con solo tres cortes de planos. Luego, vemos a Santos acercarse a una mesa, escuchar lo que acaba de grabar en una cinta magnetica. Volvemos a escuchar la interpretación, hasta la mitad, cuando Santos enchufa los audifonos al reproductor, y todo queda en silencio, por tres o cuatro minutos. El silencio de la sala toma su propio camino. Película inconcebible para no ser vista en una sala, y definitivamente ajena al DVD.
“Play-back” de Pere Portabella: De nuevo Portabella, de nuevo corto y de nuevo con Santos. Esta vez el músico dirige a un coro de aficionados que tratan de seguirle el ritmo a su obra coral de cortes abruptos, gritos, y caminatas sobre el escenario.
“Vampir-Cuadecuc” de Pere Portabella: Los dos cortos anteriores antecedían a este largo de comienzo de los setentas. Se trata de making-of sobre la filmación de “El conde Drácula”, dirigida por Jess Franco, producida por la Casa Hammer, y protagonizada por un Cristopher Lee con bigotes. Portabella entiende el making-of como un cine vampiro, o bien, cine sanguijuela. Por lo tanto, decide aprovechar los actores y los decorados de la de Jess Franco, para filmar él mismo, en mudo, en un blanco y negro muy constratado, y con la música y los sonidos de Carlos Santos, una versión vampírica de la filmación de la película del vampiro. Como es un making-of, en medio de la trama también vemos como hacen efectos especiales de telarañas y puntitos de colmillos en el cuello de las actrices, o como los murciélagos de goma atraviesan las habitaciones colgados de un cable plástico. También vemos los jugueteos propios de los actores en estos making-of, pero incorporados al relato. Así, cuando Cristopher Lee le hace un juguetón manotazo a la cámara, puesto en un lugar apropiado y con un rugido animal de fondo, es para dar un salto de miedo. La mezcla ficción-documental-vampiros es muy interesante, y está filmada con un cuidado extremo.
“Troll” de José González Morandi y Eva Serrats Luyts: Otro documental sobre un marginado social, en este caso una yonqui de Barcelona. ¿Qué pasa con estos documentalistas acomodados, que estudian en escuelas de cine? ¿Tanto les sorprende la pobreza? ¿Tanto les fascina la podredumbre humana? Troll es una yonqui que no deja de inyectarse coca hasta en la última vena que le queda libre en el cuerpo (la película parte con Troll inyectándose en los pezones), que está a punto de que le corten un pie, y que tiene la capacidad de hacer lúcidas reflexiones sobre su condición. La película se disculpa diciendo que esto es una “idea original” del director y la yonqui. Pero, ¿qué es eso? ¿Una disculpa? ¿carta blanca para mostrar a la mujer roncando cuando duerme? ¿Con qué nos quedamos después de ver “Troll”? ¿Qué este es un mundo injusto? Vaya novedad burguesa. Una película muy molesta, como pueden ver.
8 respuestas a «Informe de BAFICI 1: Expectativas maltrechas»
Es que no tienes corazón, Maza. Aunque a lo mejor me gustó tanto Keane porque muestra un Nueva York de a de veras y un terminal de buses que he conocido bastante y un tipo de loco bastante común aunque siempre inexplorado, algo que siempre se agradece. O porque para mi el final no es abierto (logra vencer el demonio, aunque sea por última vez) y el tipo es claramente un bipolar con ataques sicóticos cada vez más fuertes (aunque en ningún momento aparezca un doctor que diga «señor Keane, usted tiene un serio trastorno bipolar y no debería de dejar de tomarse sus antisicóticos»… teoría esa que una vez le comenté al mismo Kerrigan, confirmándola), padre de una hija a la que al parecer ha hecho algo oscuro (tal vez abandonarla en el terminal?) como sugiere una llamada telefónica sin mayor explicación en medio del metraje… en fin, que si vale de algo un consejo mio, snif-snif, no te pierdas si la pillas «Pequeño Fugitivo», que tiene una escena que más tarde Truffaut copió igualita-igualita en los 400 Golpes. No es para decir que Truffaut es un copión, sino lo bella que es la peli del nió perdido en Coney Island.
a mi en el hoyo si me gustó, me pareció un buen retrato del méxico underground mediante personajes de la construcción de un «segundo piso».
el concepto de que para poder construir tamaña autopista/puente la empresa debió hacer un pacto con el diablo e intercambiar almas para lograr su objetivo con éxito es una muy buena observación. en las grandes construcciones siempre mueren los peones, pero a nadie le importa mucho.
puede ser que ando en mi fase de cine sonoro, pero me gustó su rollo con la música. no es fácil tener una banda de sonido y sonora de calidad. basta con mirar un par de películas ochenteras.
a ver si te pillo en el meeting point, que todavía no te veo.
Adelantándome al bueno de Maza, que debe estar con un incontrolable ataque de risa en estos momentos, anuncio la noticia más divertida del Bafici: La sagrada familia ganó ¡el premio de la Asociación Católica SIGNIS!
El premio principal, para disgusto de Maza y alegría de Sol, fue para En el hoyo.
no me extraña que «La Sagrada Familia» haya recibido el premio SIGNIS…sinceramente creo que es una película insoportablemente moralista y pacata…y de cine no tiene nada!!!.
Si se lo dieron como gesto irónico me parece genial, una performance de categoría. Por la misma razon le recomiendo a la Fundacion Augusto Pinochet que empiece a preparar un premio para el documental Salvador Allende. Esa sí es una buena manera de desacreditar al hereje.
Bueno, a mi de verdad no me sorprende que LSF gane un premio católico. LSF es la película más concientemente católica de nuestro cine desde Aldo Francia, hipotesis que desarrollaré en un proximo post. Campos, como Francia, tenía serios problemas con el catolicismo y el rol de la Iglesia en la sociedad chilena, pero a ambos dificilmente se les puede llamar que hagan un cine «ateo» o siquiera «laico».
Ya volveremos a eso. De momento, en la proximas horas les publico mi segundo y ultimo post de mi pobre cobertura de Bafici. Temas: la llamada «polémica Quintin-LSF» (que, según vi hoy en el avion de vuelta desde Baires, aparece hasta en El Mercurio, con el nombre Quintin mal escrito), una hipotesis sobre cuchillos y faltas de ideas, y las restantes peliculas que vi esta semana (siempre menos de las que uno quisiera). Manténganse en sintonía
comtan…
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lambda light chains
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Lambda light chains
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