Alejandro Fernández Almendras, colaborador habitual de este blog, tiene algo que decir sobre un columna escrita por el escritor y editor Matías Rivas hoy en La Tercera. Yo, en FIDOCS (parte el martes, compren abonos). Pero como siempre en este blog, por muy ocupados que andemos, no le vamos a hacer quite al debate. –GM
En un virulento artículo publicado hoy en la página 64 de La Tercera, titulado «La miopía de nuestro cine», Matías Rivas, crítico literario y editor, se tira en picada contra el cine chileno por lo que según él es su ceguera para reconocer el valor de la literatura nacional y no adaptar para la pantalla grande una serie de cuentos o novelas que según él harían perfectas películas. De paso acusa a los directores de no leer, pues a su juicio sólo eso justificaría que ellos -nosotros- no hayamos sentido deseos de adaptar una serie de textos que según él serían grandes obras cinematográficas. En su nota, Rivas explica que el valor del cine se mide de acuerdo a su vínculo con la literatura. Si una película es una adaptación de un libro o es “literaria” (sea lo que sea lo que eso quiera decir) es buena, si no, es mala. ¿Porqué? Bueno, simplemente porque lo dice él.
Por lo contundente de sus opiniones, uno pensaría que Rivas es un destacado entendido en la historia, corrientes, evolución y posibilidades del cine, un experto capaz de descifrar el sentido o apreciar la belleza de un plano de Bela Tarr, de Apichatpong o la complejidad del uso de la profundidad de campo de Hou. Sin embargo, dudo que eso sea así y apostaría a que lo que sabe Rivas de cine lo sabe fruto de una afición mediocre, parcial, prejuiciosa y poco constante, sin método ni reflexión ni estudio ninguno. Algo más o menos equiparable a lo que sé yo de botánica. Diferencio una planta de un árbol, pero eso no me hace experto en nada, menos aún para llegar al punto de sentirme capaz de ir a dar lecciones a un agricultor de cómo sembrar y qué plantar en qué época del año y en qué suelo.
La arrogancia de Rivas llega al extremo de reconocer que no ve muchas películas chilenas porque no le gusta cómo hablan los actores y que de muchas ve sólo una parte. Pese a ello se atribuye el derecho a señalar con el dedo los directores y películas que merecen ser salvadas de la hoguera y las que no.
Este sui generis artículo de opinión viene acompañado de una nota no menos tendenciosa de Rodrigo González en la que se destaca un supuesto reencantamiento de algunos directores con la literatura chilena y en la que convenientemente se cita a un par de ellos apoyando la misma tesis que en el fondo es la que sustenta la arrogancia ignorante de Rivas y de buena parte del mundo literario en lo que respecta al cine: el cine es un arte menor, bastardo de la literatura.
Independiente de las opiniones que uno pueda tener respecto de La Tercera, hace tiempo que noto una tendencia clara de menosprecio del cine en desmedro de un arte “superior” como sería la literatura. Es cosa de ver el enfoque, la extensión y la cantidad de artículos dedicados a uno y otro como para darse cuenta de que para el periódico es más importante una reedición de un libro intrascendente o las opiniones triviales de un escritorcillo de medio pelo, que, por ejemplo, el estreno en Cannes del último documental de Patricio Guzmán, en medio de un enorme reconocimiento del público, la críticas, y hasta del palmarés del festival.
Sería inexplicable que un crítico de cine saliera a atacar a la literatura chilena de la forma en que Rivas ataca el cine. Sin argumentos más que sus prejuicios, sin conocimiento más que el de haber viso unas pocas películas (muchas de ellas por sólo unos pocos minutos) y sin mayor experiencia en el área que la de –tal vez- haber filmado a un pariente en un cumpleaños, Rivas se arroga el derecho a decidir lo que debemos hacer, lo que debemos filmar, las historias que nos deben interesar, y finalmente y por sobre todo, lo que sin dudas hará al cine chileno grande como su literatura.
La que exhibe Rivas es la clásica arrogancia del literato mediocre, del frustrado ratón de bibliotecas, del insoportable poeta autoeditado que llega a molestarnos a la mesa del restaurante para ofrecernos sus versos sin destino ni gloria. La clásica arrogancia del escritor sin talento que se escuda en una supuesta superioridad de género –el de los escritores, a la que él se suma sin vergüenza- para desde ahí mirar al resto de las artes –en este caso el cine- y decir sin un pelo de ironía: “uf, con un brazo atado a la espalda y ciego de un ojo podría hacerlo mejor”.
Por eso, señor Rivas, si sabe tanto de cine y conoce tan bien lo que hace buena o mala una película, si reconoce tan claramente los elementos que hacen de una narración cinematográfica valiosa, si encuentra inconcebible que no se haga una película con ese libro que le quita el aliento, hágala usted. Hágala y después hablamos. Por ahora, guarde sus opiniones junto a sus premios literarios, que de seguro tiene muchos y muy valiosos.