((Hola, soy AFA y aclaro que escribo esto así porque lo estaba escribiendo en un comment y para variar me quedó más largo que la xuxa, así que pensé que mejor utilizar la prerrogativa que mi amigo Maza me dió hace años pero que nunca usé hasta ahora, todo para que los que lean no tengan que darle a la ruedita del mouse como locos y quemarse los ojos con el amarillo infame de los commnets.))
Los juimos.
Lo primero es que creo que todo el lío de abajo es parte de una de las más viejas polémicas de este blog y de otros lados como Mabuse, es decir, que todo parte porque un crítico escribe algo negativo de una peli chilena, un director le responde, lo ningunea, lo acusa de ser un cineasta frustrado, de querer hundir el cine nacional, de no saber nada, de que la opinión del panadero es tan válida como la del más grande «crítico» o «experto».
Lo divertido es que basta que Piñera diga lo mismo para que todos «en el medio» estén de acuerdo en que sí hay expertos. Pero si esos «expertos» dicen algo en contra mío ya dejan de ser expertos. Es lamentable el comentario de Gaviola en su Facebook, pues se pone al mismo nivel de Piñera, ninguneando a gente que sí sabe de cine. Poner en duda lo que sabe Maza de cine, o para el caso Martínez o Soto o Morales o Pinto o yo mismo, etc. independiente de que se opine como ellos o como moi o no, me parece que ya no corresponde. El que crea que un crítico sabe tanto de cine como la señora Juanita es porque piensa igual que Piñera en materia cultural, y punto. Y yo no vi olas de artistas apoyando al empresario. Así que ya saben chiquillos, el doble estándar no es patrimonio exclusivo del Opus Dei. Hemos dicho hasta el cansancio en este blog que no hay nada más triste que un director llorón, pero cada semana parece salir uno nuevo, si no es López y su triste espectáculo con el Polo, es Gaviola o es Viereck o es cualquiera, hasta Almodóvar pisó el palito del ego herido y la emprendió contra El País, por lo mismo que acá han alegado muchos. La verdad ya me tiene chato el llantito lastimero de los «artistas». Si no se quiere ser criticado por gente injusta y mal intencionada e insensibles a la belleza pura del arte más elevado del universo, hay que puro hacer lo que recomendaba Jorge González hace casi 30 años, mandarse cambiar del país, y chau. Aunque mi recomendación sería no irse a España, que ahí también hay almas malévolas.
Segundo (chuta, me piqué parece) es el tema de que de ciertos círculos críticos más bien académicos se trata de imponer como única crítica válida aquella que no emite juicio de valor, sino que como plantea Bruno, Cubillos et al (ver Cubillos, comentario en Analízame, miércoles 24 de junio, 12.47am) pone el foco en contextualizar la obra, dotarla de dimensiones sociológicas, perfiles políticos, estrategias de aparición u ocultamiento metalinguística -entendidas como el vinculamentamiento de la donación sonora y visual no gramatical sino poética autoconsciente de la fenomenología cinematográfica- vértices al vacío de la experiencia sensorial, etc. etc. etc.
Para mí toda esta crítica «docta», ampulosa y finalmente casi siempre estéril (a mi juicio los «teóricos» del cine están tan lejos de su objeto y tan perdidos en su búsqueda como yo lo estaría en la crianza de canguros) tiene un sólo fin: conseguir pega en universidades mediante el oscurecimiento de conceptos que escritos en buen español no tienen casi nunca nada de novedoso y mucho menos de lúcido. Pero como se domina un lenguaje y unos códigos de argumentación propios, deudores de una manera para mí inexplicable de disciplinas tan lejanas al arte como la filosofía o las ciencias sociales, aprender esta técnica de acercamiento toma tiempo, tiempo que los alumnos pagan y tiempo que una universidad debe pagar a un académico para que «investigue». Lo mejor de este análisis neutro es que no es cuestionable en el tiempo, es decir, que nunca podrá ser rebatido. Si no digo que una película es buena o mala, cuando pasen los años y el valor de esa película quede asentado o bien anulado, ese análisis «neutro» seguirá intocable, y la pega, segura.
Obviamente hay veces en que un texto más «docto» arroja luces interesantes sobre una obra, pero la mayor parte del tiempo para mí es paja molida que no habla ni de cine ni de filosofía ni de nada. Ya, salten, Cubillos et al. jejeje.
Curiosamente, cuando uno ve el devenir de los críticos venidos a cineastas, uno casi siempre encuentra en sus textos juicios de valor muy tajantes (ya quisiera ver a Gaviola contra la furia de Truffaut). Tal vez sea algo indispensable el poder definir desde el propio lugar lo que debe y no debe ser, y por lo tanto el juicio tendría valor no tanto como herramienta de análisis de la realidad o el objeto en sí, sino simplemente como un mecanismo que permite elaborar una serie de principios que guíen el quehacer cinematográfico. O como decía Godard, “escribir crítica es sólo una forma más de hacer cine”, o algo así (ver cita de memoria de un texto leído hace muchos años. et al.). Considerar que ese tipo de crítica no es tan valiosa como la más docta o neutra o contextual es un poco absurdo, pues sería como decir que lo importante de la investigación y el estudio de la medicina no está en formar buenos médicos, sino en hornear buenas empanadas de queso. El cine es una profesión y es un arte, y como tal es algo eminentemente práctico, que se aprende en el hacer y en el pensar sobre ese hacer, que creo, debe ser un pensar concreto, dogmático casi, y como tal, muy alejado de esa supuesta «neutralidad». Además, déjense de joder, sinceremos las cosas. Yo he oído mil veces a gente que defiende a ultranza el neutrismo crítico, por ejemplo al fugado Iván Pinto, hablar (y a veces hasta escribir) pestes de una peli, así que el que diga que puede escribir de cine sin emitir juicios de valor, que pase adelante, please.
Y llego así al tercer punto, que es lo mismo que dice Maza, que el valor de una critica está en la crítica en sí, en el texto, en la forma en que logra hablar (o no) de algo que siendo la película, está mas allá de la película. Pero eso no implica dejar de lado el juicio de valor. Es más, yo diría que una crítica tiene casi el deber de plantear un juicio respecto de una obra. Juicio que obviamente incorpora elementos del «contexto» y aristas que van mucho más allá de la película en cuestión. Si aplicamos conceptos muy comunes en la crítica de cine a la crítica en sí y no a las películas, podemos decir que una crítica desde su origen implica un juicio y un punto de vista. Creo que hasta los más Cubillos de los Cubillos están de acuerdo en que un encuadre, por el sólo hecho de existir y ser de una forma y no de otra, implica un punto de vista. Del mismo modo, hablar «neutralmente» de una cinta sería imposible, pues hablar de ella y no de otra YA ES un juicio de valor. El que crea que por hablar de manera intencionalmente “neutra” no incluye en su texto “acrítico” o “a-valórico” juicios de valor, creo que está dejando fuera algo bastante inevitable y obvio.
Y si entendemos que no puede existir un texto que no implique un juicio de valor (pensemos, por ejemplo, en un libro de la PUC sobre Che Kopete, o uno de Deleuze sobre Mansacue ¿no serían -por el sólo hecho de existir- una especie de negación de valor cinematográfico de esas cintas? Además no olvidemos que hasta los más inmaculados de los doctos inmaculados, al final defienden algunas películas con dientes y uñas, es decir, que sí se permitiría emitir juicios de valor positivos, pero no negativos) creo que hay que volver a centrar la atención en el texto en sí, tal como dice Maza. Y si por otro lado el que escribe el texto hace cine, al momento de analizar sus películas me imagino que todos estamos de acuerdo en que sus textos no tendrían nada que ver. Es decir, me puede gustar una crítica, pero eso no valida una película, ni viceversa.
Finalmente quiero decir que aunque entiendo perfectamente a Maza, y a la luz del cariño que le tengo, lo compadezco profundamente si quiere arrojarse tan noblemente a las brasas de su defensa de la independencia y derecho de decir lo que le salga de los cojones. Esto, porque creo que hay al menos dos cosas que hacen imposible salir bien parado de esta empresa, especialmente en el Chile de hoy. Una, que tal independencia entre la crítica y la labor creativa nunca será entendida por sus pares, pues, como dice Jiménez, el hecho de ser crítico en un medio que a muchos de sus pares importa de manera superlativa (la Tercera) contamina la lectura y la llena de sospechas, que no tienen sentido, es cierto, pero que existen y existirán por siempre. Y la otra es que el ego de los cineastas es enorme y en muchos casos lleva a la ceguera más absoluta respecto de la obra propia. Esa ceguera no es sino falta de distancia, que lleva a muchos a creer que sus “obras” son ellos mismos, o apéndices de ellos mismos, y como tales no quieren que nadie las toque ni les diga nada feo de ellas porque son tan bonitas como su amo. Y por eso hablar mal de una peli será entendido siempre como hablar mal de la “persona” detrás de la peli, y esa persona dirá que el que habla lo hace porque es, precisamente, una “mala persona”.
Yo, de hecho, soy gallina y no comento más películas chilenas porque siento que no hay forma de descontaminar la lectura, y que diga lo que diga y explique lo que explique nunca lograré sacarme las sospechas de encima, de que uno lo hace por picado, de fracasado, de envidioso, de… de… de hecho estoy seguro de cargar con varias de esas sospechas encima, y por ahora no tengo ni la energía ni la convicción de tener más peleas de este tipo. Mi salud me lo agradecerá, eso sí es seguro. Y con lo años, ya se sabe, uno cuida la salud.
En resumen: pienso que en 100 años o 200 años más aquel que encuentre un pendrive perdido tras el holocausto ecológico con la crítica de Maza junto con una copia de Teresa, podrá juzgar si alguna de las dos cosas, crítica o película, tienen algún valor más allá de la anécdota que hoy nos convoca. La idea es que cada uno trabaje porque así sea, ¿onofre? La crítica no lucha contra las películas. Lucha, al igual que las películas, por decir algo medianamente lúcido y bello como para que valga la pena haberlo dicho.