El bueno de FF sigue contándonos qué pasa en Buenos Aires. ¡Y eso que este no blog no tendría cobertura! Si me mordiera la lengua cada vez que me equivoco… -Maza.
Hola, nuevamente Felipe Fernández desde Buenos Aires. Hoy el día empezó muy bien. Aparentemente le estuve siguiendo los pasos a Quintín, pero ya hablaremos de eso. Primera función, Princess Racoon de Seijun Suzuki en la función de prensa. La película es una suerte de musical u opereta, absolutamente maravillosa. Suzuki es un viejo realizador japonés que empina sus 84 años. La historia es un cuento de hadas, una suerte de Romeo y Julieta ambientada en el Japón medieval, donde un joven príncipe es exiliado por su padre del feudo de la familia por amenazar la condición de «El más bello de todos» que este último ostenta. En su vagar se encuentra con la princesa de la familia Tanuki, enemigos de su propia familia, de la cual obviamente se enamora. La historia en si misma, es de hadas como cualquier otra, pero lo maravilloso tiene que ver con la originalísima puesta en escena de este film. Suzuki hace un despliegue escénico magistral utilizando herramientas de la mas variada procedencia. Tal vez la mejor forma de describirla sea diciendo que es como ver «La Troppa» hecha cine, utilizando elementos del teatro kabuki, del comic o anime, filmando sobre fondos digitales, aunque cualquier cosa que diga será poco. Es de una ligereza abosolutamente seductora y no por eso se convierte en algo prescindible. Confirma plenamente la cita de Cioran que usa Cristián Sanchez: Solo los espíritus superficiales tocan las ideas con delicadeza.
Más allá de la forma innovadora de la película y la fábula me arriesgaré con una pequeña interpretación alegórica, viendo una suerte de enfrentamiento religioso encarnado en los dos reinos en competencia. Los padres del protagonista profesan la religión católica, probablemente a consecuencia de los misioneros españoles y portugueses que llegaron a Japón en la edad media. Mientras que los Tabuki, caracterizados como espíritus mapaches que tienen la habilidad de transformarse a voluntad, provienen de China (la princesa Tabuki habla la lengua de Catay y la actriz que la encarna es la famosa actriz china Ziyi Zhang de 2046 y Memorias de una geisha), igual que el budismo que llegó a Japón desde China algunos siglos antes. De hecho en una parte hay una pequeña escena muy graciosa para los hispano-parlantes cuando una par de misioneros español y portugués respectivamente, comentan en sus lenguas las bondades del vino. Con esta premisa, podemos ver en el destierro e intento de asesinato del príncipe por su padre el rey, celoso de la belleza de su hijo, una feroz sátira de la religión católica en que Dios manda a Jesus a la tierra para luego crucificarlo. También hay una secuencia hilarante de la madre del príncipe regocijándose en poder ser para siempre una vieja virgen solterona tal como la Virgen María. Los Tanuki por su parte son seres ligeros que disfrutan de la belleza, la música y el baile y por supuesto salen triunfadores.
Un último comentario, encuentro digno de un análisis que las únicas dos películas importantes que conozco en las que se han utilizado escenarios digitales hayan sido hechas por cineastas mayores de 80 años, La inglesa y el duque, de Eric Rohmer y esta película de Suzuki. Si alguién conoce otras, que por favor se manifieste.
En la tarde asistí casi empujado por algunos entusiastas a ver los dos mediometrajes que se presentaban de Pawel Pawlikowsky (realizador polaco que hizo carrera en la BBC), From Moscow to Pietushki (45′ 1991) y Dostoevsky’s Travels (45′ 1992). El primero es un documental sobre un famoso escritor ruso de la era de Kruschev, Vyenedict Yerefeyev y su novela del mismo nombre que la película. La novela según el catalogo de BAFICI, «transcurre en un momento histórico en que las expectativas de liberalización dentro de la URSS se habían esfumado, arrastrando a una generación entera a buscar refugio en el alcoholismo». La novela se arma a partir de reflexiones y conversaciones de su autor alcohólico mientras viaja en tren de una ciudad a otra a ver a su amante e hijo. El documental hace un paralelo con la vida del autor, el mismo un instalador de cables telefónicos que tenía que desplazarse en tren entre estas ciudades. Me queda la impresión de una suerte de Charles Bukowsky ruso, desencantado, extremadamente lúcido y aún más borracho. En algún momento le había sido extirpada la laringe por lo que en el documental el escritor hablaba a través de uno de esos extraños aparatos vibradores, lo que le daba un extraño humor.
El segundo documental tenía una premisa un tanto más excéntrica. Esta vez se trataba de las aventuras de del tataranieto de Dostoevsky en occidente, Dimitri Dostoevsky, un conductor del tranvía de San Petesburgo quien es invitado a la inauguración de una «sociedad de amigos» del escritor. Dimitri, tiene un solo objetivo, aprovechar al máximo su visita a occidente y volver a San Petesburgo conduciendo un Mercedes Benz. Como no tiene mucho dinero, se dedicará a explotar de cualquier modo posible su vínculo familiar con el famoso escritor, dando conferencias sin tener mucha idea, repitiendo hasta el infinito su par de reflexiones triviales, vendiendo dibujos hechos por él mismo de escenas rusas relacionadas con la vida de Dostoevsky y finalmente la televisión, la farándula y la publicidad. Dimitri es un personaje adorable, un pillo bonachón con quien uno rápidamente empatiza. El documental es muy gracioso y a ratos hilarante. Incluso más, logra ese tono preciso y delicado en que uno empieza a dudar si lo que se esta viendo es ficción o documental, algo notable para cualquier cineasta. Sin embargo me quedo con la sensación que Pawlikowsky con todas sus virtudes, la corrección formal y narrativa, la ironía, el humor y la chispa, no es más que un buen exponente o heredero de la escuela documental de la BBC. Y en este nivel, opino, no es capaz de hacerle el peso, por ejemplo, a un Peter Watkins, de quién vimos una retrospectiva en BAFICI el año pasado, quién a todas las virtudes mencionadas agrega cuotas de riesgo e innovación significativas. En cualquier caso, quedo con ganas de ver más cosas de Pawlikowsky, especialmente como se maneja en las «grandes ligas» del largometraje de ficción.
Para terminar el día, lo que prometía ser el plato gordo y resultó bastante magro, casi espinudo, aunque de alto impacto. Me refiero a Autohystoria (95′ Betacam, 2006), la tercera película Raya Martin, jovencísimo cineasta filipino que arrasa en los festivales. Con solo 22 años y tres películas se hace acreedor de una muestra especial (Foco) en el presente BAFICI. Resumiendo lo ocurrido en la función, la película había generado gran expectativa y varias figuras de la inteligentzia festivalera y público general repletaban la sala (lo que ha sido la tónica del festival en todo caso). Para dar una idea, el primer plano secuencia, filmado de noche en B&N en betacam, de un hombre caminando en segundo plano por la vereda de una avenida transitada y que dura cerca de 35 minutos, simplemente echó de la sala a parte importante de la audiencia. Para una descripción del film y la copucha en extenso de lo ocurrido, revisen el post que Quintín publica en su blog. Lo que Quintín no cuenta en su blog es su propia participación en el barullo cuando a los 80 minutos del film proclama a viva voz y fuerte acento porteño «que bueeeno, muy bueeeno» para que nadie tuviese ninguna duda de su opinión. Quintín la califica de obra maestra y aparentemente Variety hará lo mismo, al mismo tiempo que «el gran público» (lo que sea que eso signifique) reaccionaba indignado, incluyendo algunos de mis acompañantes a la función.
Es probable que Quintín y Variety tengan toda la razón, si seguimos un razonamiento netamente cinematográfico. La desorientación y confusión del espectador no es más que el efecto análogo a la del hombre detenido o secuestrado y llevado a un destino incierto, tal vez la muerte. No se trata aquí de una película inaccesible por su alta intelectualidad y referencias arcanas, como por mencionar algo, podrían ser algunas películas de Raúl Ruiz (pienso en La hipótesis del cuadro robado) y tantas otras. Lo único que la película le exige al espectador es paciencia de aguantar y compartir por 95 minutos la experiencia temporal, la desorientación y la incertidumbre de aquél semejante, par, hermano, humano que está siendo secuestrado y tiene un destino incierto y tal vez, abrir una puerta a la reflexión histórica (lo que sería lo abstracto que pueda tener esta pieza). Su trabajo en 11 planos (10 según Quintín) es propiamente cinematográfico.
Me queda sin embargo una sola espina atravesada. Si dije anteriormente que el plato resultó magro, me refería a que es un film despojado, árido, sin virtuosismos visuales ni «eye candy», y, al menos en apariencia, ridículamente barato. Y esta espina tiene que ver con la sensación de que tal vez alguien aquí este tratando de pasarse de listo. Muchos concuerdan en que es probablemente la película más arriesgada que se ha visto en el festival (Quintín dice «audaz»). El punto es si este riesgo fue real o si jugó a ganador con una película creada para la aclamación (o polémica) de la crítica. A pesar de todas sus virtudes cinematográficas, la película también apuesta a un más allá político y esta apuesta aún quedará pendiente. Solo el tiempo podrá decir si Raya Martín hace un aporte valioso a la reflexión histórica o si en cambio es un artista más que construye su fama a costa del sudor y la sangre de los marginados del mundo.
*Nota: los hechos mencionados en este post ocurrieron el día Sábado 7 de Abril de 2007