Cuídate del agua mansa. ref. Ten cuidado con los que parecen tranquilos, que pueden ser hipócritas. (Diccionario Breve de Mexicanismos)
«Cuídate del agua mansa» (1994) es el último largometraje que ha dirigido Cristian Sánchez hasta la fecha. El primero fue «El zapato chino» (1979) y lo vi por primera vez en una función en Hoyts del Abastos, en Buenos Aires, en abril de este año. No pude creer lo que estaba viendo. Luego de esa función volví a ver «El zapato chino» otras tres veces en los últimos meses. No volví a ver nada de Cristian Sánchez hasta hace media hora, que vi «Cuídate del agua mansa» dentro de la retrospectiva que le están haciendo en la Sala Helvio Soto de la Universidad Arcis (Huérfanos con Riquelme, a pasos del metro Santa Ana, los que quieran venir en las próximas semanas). Y sigo impresionado. Sigo preguntándome de qué planeta viene Cristian Sánchez y por qué nos hemos demorado tanto como país en reconocerlo. Qué digo como país: ni siquiera los cinéfilos locales ubican mucho a Cristian Sánchez. Yo me consideraba cinéfilo en abril de este año y, claro, lo ubicaba de nombre, pero nunca había visto una película suya. Es verdad: no es fácil verlas. Se exhiben siempre muy limitadamente, nunca en el circuito comercial… pero además se exhiben poco. «Cuídate del agua mansa» es de hace 11 años. ¡11 años! Y me imagino que en todos estos años se debe haber mostrado públicamente… ¿cuánto? ¿un puñado de veces?
Toda esta intro viene al caso porque, bueno, ya venía con la vara alta con «El zapato chino» y no esperaba que «Cuídate del agua mansa» anduviera en esos terriotorios. Pero resultó ser que ambas serían un programa doble perfecto. En corto, les cuento algo de la película (a la que con toda patudez, y mucha frustración, más encima, llegué veinte minutos tarde… ¡cómo habran sido esos veinte minutos!): la película cuenta las aventuras sexuales de un geólogo cuarentón de La Reina, con barba y poleras cuello polo, una especie de Pancho Mouat pero en versión sobresexualizada. Su mujer, loca de patio, contrata a unos detectives privados para seguirlo y lo hecha de la casa con abogados; al poco rato su amante lo patea. Su vida está por el suelo. Como todo recién separado cincuentón, el protagonista anda desesperado por sexo. Trata de agarrar minas en la librería Lila (con malos e hilarantes resultados), y en un asado fuera de la ciudad, pero no pasa nada. Finalmente termina quedándose en una casa en el Cajón del Maipo que un ex compañero de trabajo le pide que le cuide mientras él anda de viaje. Ahí se pasa bañándose en la piscina o espiando a una vecina hasta que llega al mismo techo Chantal, una universitaria estudiante de historia, algo cuica, pero sobre todo muy engrupida, que desde el primer momento marca distancia con el protagonista. Como podrán esperarse, las conversaciones son de antología, diálogos vivos en los que no se dice nada o se da a entender todo lo contrario de lo que se está diciendo. Por supuesto, es una película hilarante y muy sentida, muy rohmeriana, o quizás, muy como «El hombre que amaba a las mujeres» de Truffaut, pero en versión guatón de La Reina. Debo partir ahora, sigo digiriendo la película, me maté de la risa en cuatro o cinco momentos, pero sobre todo, me dejó muy atento a seguir explorando y conociendo las películas de Cristián Sánchez. Lejos, el cineasta vivo más interesante en Chile.