Esta serie de textos acompañan la retrospectiva de Luis Buñuel que se presenta hasta el 31 de marzo en el Centro de Extensión de la Universidad Católica.
«Los paranoicos son como los poetas: Nacen así.», explica Buñuel en la página 239 de su autobiografía ‘Mi último suspiro’ (Plaza y Janes, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2000). «Además, interpretan siempre la realidad en el sentido de su obsesión, a la cual se adapta todo». Buñuel dice también, unas líneas más arriba, que «El» (1952, 92′, 35mm) es una de sus películas preferidas. Después de verla, no es extraño comprobarlo: esta es la historia de un fetichista, de hecho, un foot fetishist (tal como los protagonistas masculinos de «Bella de día», «Viridiana», «Diario de una camarera», «La joven»). En este caso, se trata de un respetado hombre de negocios que cae rendido antes los lindos pies de una mujer que descubre en la secuencia inicial de la película, en una iglesia, en la que un sacerdote hace la ceremonia de lavados de pies a unos niños. Don Francisco (Arturo de Córdova) descubre los pies de la mujer, sube la vista por las piernas y llega a su cara, momento en el que ya tiene decidido que está enamorado.
Confundir el amor con la obsesión es un defecto muy común entre los hombres formados por el catolicismo, y mientras yo veía esta primera secuencia de «El» pensaba en el magnífico programa doble que haría esta película con «Vertigo», de Hitchcock, otra historia de un hombre obsesionado ante la forma femenina. De hecho, es como si en «El» viéramos lo que pasaría con Scottie si se hubiera casado. Porque si Scottie (James Stewart) se obsesiona mortalmente ante lo inexistente, Francisco no demora demasiado en alcanzar su deseo.
Después de este encuentro, Francisco vuelve a la iglesia, se declara ante la desconocida desde su espalda. Ella escapa, él la sigue, descubre que ya está de novia con Raúl (Luis Beristain), un tipo más joven que él, que conoce, y por quien no tiene demasiado respeto. Así que Francisco inventa una fiesta como una artimaña para terminar de conquistar a la mujer (se llama Gloria [Delia Garcés], sabemos ahora) y la termina de besar en el jardín de su casa.
En una interesante elipsis, la película avanza unos años más tarde. Gloria y Raúl se encuentran casi por accidente. Ella ya está casada con Francisco, y él ya ha superado la ruptura. Pero Gloria no puede evitar contarle de las extrañas costumbres de su marido. «Nadie se imagina como es él en el fondo», le anuncia Gloria.
¿Y cómo es Francisco? Es, de primeras, un paranoico. Un hombre orgulloso, inseguro, egocéntrico (en sus paseos, sólo él se toma las fotos), megalómano y agresivo, un ser ahogado en su obsesión sexual. Se siente violentado por imaginar el pasado de su mujer («Calla tu pasado», le dice, «lo conoceré algún día»), y más tarde enferma de celos ante la presencia de un tipo que la conoce de antes. Es un machista, y por cierto, tampoco es muy dado a la autocrítica. En un momento, mientras juegan a ese juego de parejas del tipo «lo que más me gusta de ti / lo que me menos me gusta de ti», Gloria pisa el palito:
– Bueno, a veces eres un poquito injusto -le dice.
– Qué disparate -le responde él-. Conozco a pocos que tengan el concepto de la justicia que tengo yo.
Francisco no es digamos un tipo con el que se pueda conversar. El asunto se acentúa en el relato: pasa a la mentira, al maltrato, a hacerle creer a Gloria que se ha vuelto loca.
En un momento clave de la película (y quizás uno de los más bellos, gracias a la fotografía ensoñadora del inigualable Gabriel Figueroa), tras muchas peleas, Domingo intenta reconciliarse con Gloria, y la invita a un «lugar especial»: la torre del campanario de una iglesia. Él la lleva ahí, a las alturas, suben las escaleras, él arrastrándola.
«‘El’ fue filmada en 1952; ‘Vertigo’ es de 1956», me recordó Villalobos, sentado a un lado.
Pero ahí están las dos secuencias, intensas, reflejas, hermanadas, casi idénticas.
Domingo llega a las alturas y mira la gente que camina por las calles desde ahí.
«Ahí tienes a tu gente. Desde aquí se ve claro lo que son: gusanos arrastrándose por el suelo. Dan ganas de aplastarlos con el pie». «Eso es egoismo puro», le reprende Gloria. «¿Y qué? El egoismo es la esencia de un alma noble», le espeta. «Yo desprecio a los hombres, ¿entiendes? Si yo fuera Dios no los perdonaría nunca».
Justo entonces, Domingo intenta empujar a Gloria al vacío.
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No es muy justo seguir contando la película. Me sorprende eso sí cómo un folletin tipo Corín Tellado, con actuaciones exageradas y mundos de millonarios puede llegar a tener este nivel de intensidad. Me sorprende el momento «Vertigo» (según algunas publicaciones en internet, sería un «homenaje» de Hitchcock a Buñuel, pero es tan incomprobable algo así, un «homenaje», una «cita», en una película de Hitchcock, que necesitaría pruebas mejores para repetirlo), y más me sorprende un momento con hilos, una aguja y una larga soga, en el desquiciado propósito de Domingo de, bueno, de una vez por todas coserle la vagina a esta mujer. Me sorprende, cuando llego a la casa y googleo la película, el cameo desconocido de Buñuel: en el último plano, caminando en zig-zag, vestido con una sotana, como el monje loco que siempre quiso ser.
Pero quizás lo que más me sorprende es que «El» no tiene nada escondido: es todo tan evidente ante la mirada del espectador, está todo a plena luz, y al mismo tiempo, es tan evidente el asco de Buñuel, el asco fascinado del que mira y que se merece que alguien, al otro lado de la puerta, meta una aguja por la cerradura y acabe con la insanía. Es, de alguna manera, la película de un moralista que quiere ser castigado. ¿Son los años los que hacen que la película se vea así? ¿Es, digamos, Buñuel un cineasta ‘con contenido’, político, o bien, solo un torturado?
Nos quedan un par de semanas para seguir masticando la idea. O leer «Memorias de una mujer sin piano», el revelador libro sobre Jeanne Rucal… la esposa de Buñuel. Quizás ahí haya más pistas.
«El» se exhibe nuevamente el próximo sabado 14 de marzo, a las 19 y 21:30 horas. Más detalles del programa acá.