Categorías
CINE CHILENO VALDIVIA 2009

VALDIVIA 2009: «Mitómana» y el retén sin pacos

«Mitómana», la película de José Luis Sepúlveda y Carolina Astorquiza Adriazola (realizadores de ese combo en la cara que era «El pejesapo»), tuvo una función de preestreno ayer en Valdivia. Los directores subieron al escenario a anunciar que era un segundo corte, de dos horas, sin postproduccion de imagen (se veía deslavada) ni de audio. Quizás debieron anunciar otras cosas: que «Mitómana» es una versión femenina (y quizás por eso, recargada) de «El pejesapo»; que lo que veríamos incluiría exámenes ginecológicos frontales, duchas obligadas de una mujer a otra, un hombre adulto que se pasea desnudo ante su madre con ella con los ojos vendados (y luego le saca la venda), rapados de pelo, disparos al aire, vacas callejeras y todo esa intrincada acumulación de imágenes de pobreza (no me atrevó a llamarlo necesariamente marginalidad, porque este mundo no puede reducirse a una palabra -marginal- que también tiene la acepción de «menor») que pueblan cada segundo de la película. No es, digamos, una oda a la basura, a las calles de tierra ni a los consultorios insalubres; es más bien una apuesta alterada y efectiva de que todos esas imágenes son efectivamente poéticas, que en su desmembramiento y su vulnerabilidad radica su misterio, pero con la clara conciencia del peligro de hacer una película sobre esto, de «glorificar» o «embellecer» (en el fondo, «enmascarar» y finalmente «aprovecharse de») la pobreza.

«Mitómana», de alguna manera, se trata de eso: de la lucha de acercarse a la pobreza para «insertarse» en ella (para ayudar a combatirla o para representarla) y del fracaso de ese proceso burgués, bien alimentado y paternalista. La película de hecho, documenta ese fracaso inicial: la protagonista inicial es una actriz que vocifera en las calles de la ciudad, que en la primera secuencia alecciona y critica a un payaso callejero que se hace llamar Tilusa, lo que a la mujer le parece inaceptable, en especial, por estar jugando con una figura emblemática de la dictadura: el verdadero payaso Tilusa, que vivía y trabajaba en peñas de los ochentas y que no sobrevivió bajo ninguna manera a la transición; jamás halló su espacio. Este falso Tilusa, entonces, es la primera alerta: no juguemos a ser quienes no somos, no armemos una figura patética fundamentada en las buenas intenciones. Los muertos muertos están, y hasta los homenajes les hacen daño.

Pero esa mujer, luego, renuncia a ese proceso: no está dispuesta a que le rapen el pelo. Entonces, entra una nueva actriz a escena (Paola Lattus, la misma de «Ilusiones ópticas», lo que confirma que está en un gran año) a filmar la película que veremos dentro de la misma película. Entonces, la película documenta el fracaso de la misma película, el fracaso de la interpretación de un mundo que probablemente jamás puedas entender ni siquiera si deseas ser parte de él, que es el proceso en el que se interna esa segunda actriz.

El paseo por las poblaciones, por su calles con vacas callejeras, llenas de tierra, recorridas por camiones de basura, con sus casas a punto de caerse, sus relaciones familiares descompuestas (la madre y el hijo desnudo son película aparte), es el hilo conductor de la película. Quizás la mejor secuencia está cerca del final cuando la actriz que ya ha avisado por teléfono, en calles de Providencia, a su madre que ha fracasado su proceso de hacer este papel, se acerca a una inquietante niña de unos 12 años quien le muestra, nuevamente, la verdad de esta desolación: el retén sin pacos, las pistolas de juguete que disparan balas de verdad, los hoyos donde hasta las vacas se caen. Esta niña es el fantasma definitivo de esta imposibilidad de retratar y empatizar con la pobreza, un rollo que -me imagino- los mismos directores comparten y descubrieron con la realización de «El pejesapo».

Es impresionante que nuestras películas emprendan desafíos de esta magnitud, y que lo hagan con una clara conciencia de que, a pesar de todo, a pesar del dolor y la suciedad y la hediondez, sin poética no hay retrato posible, y quizás ahí está la llave secreta para llegar a la dignidad tan ansiada.