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DOCUMENTALES FESTIVALES DE CINE

Sobre In-Edit: La música documental

Escribí este artículo para la revista Ronda de este mes. Es sobre In-Edit, el festival de documentales musicales que se presenta hasta este domingo en el Centro Mori, el Cine Arte Alameda y el Cine Pedro de Valdivia… La nota no está en el sitio web, así que decidí copiarla acá. A ver si los implacables lectores de este blog me disculpan el prolongado silencio de las últimas semanas… ¿Tendré perdón?

La Música Documental

Un festival de documentales dedicados a la música tiene mucho sentido: el documental es rocanrol. Rock y documental comparten mirada contestataria, independencia y actitud. Diciembre es el mes de In Edit, el ya tradicional festival de documentales centrados en el mundo de la música, y la selección de este año es un excelente retrato de este matrimonio.

Gonzalo Maza

Bob Dylan mira serio. Nunca ha sido tan serio en toda su vida. Está dando una conferencia de prensa en Londres. Responde pesadeces a preguntas vacías. Responde palabras vacías a pesadeces. Más tarde le toca una entrevista con un periodista de la revista Time y lo hace pebre. El tipo, un regordete que decidió dedicarse al periodismo de espectáculos para nunca tener que lidiar con estas honduras, ahora está atrapado: tiene a Dylan por delante, enojado, que no para de increparlo. Se defiende como puede. Se defiende mal. Suda y tartamudea. Sonríe nervioso y patético. “Don’t look back”, el inimitable documental musical de D.A. Pennebaker marca un antes y un después. La pega por encargo, oye, ¿por qué no te vienes a Londres con nosotros a una gira con Bob Dylan?, termina destruyendo un mito y fabricando otro. Los mitos mueren y nacen todos los días. Los grandes documentalistas lo saben. La gracia es estar ahí para captarlo.

Los documentales musicales siempre son mirados como un subgénero de segunda clase, parecen entretenciones menores en parques donde crecen grandes arboles importantes. Pero los grandes documentales no se definen por la importancia de los temas que tratan: los grandes documentales sobreviven el tiempo cuando tienen las fiereza de estar en el momento justo en el lugar apropiado. Por prender la cámara cuando todos la tienen apagada. Por apuntar con el dedo un mundo que parece olvidado o que está a punto de olvidarse. Los grandes documentales, a menudo, se hacen grandes con el tiempo. Envejecen con nobleza. Impactan en retroactivo. Iluminan nuestros deseos. Dylan nunca fue tan Dylan como en “Don’t look back”, ni los Stones fueron tan Stones como en “Gimme shelter” dirigido por otros autores imprenscindibles del direct cinema: los hermanos Albert y David Maysles.

Los documentales musicales juntan lo mejor de los dos mundos: la reflexión y la entretención. La letra y la música. La densidad y el espíritu adolescente. “Kurt y Courtney”, sin ir más lejos. O si quieren, Lennon y McCartney. La música misma vive en ese vaivén vital: Estructura y armonía, ruido y melodía, desorden y progreso, estridencias y pausas.

Para entender por qué existen los documentales musicales, quizás haya que entender por qué existen los documentales a secas. Los documentales son tierra fértil para excéntricos y desadaptados, pero también para esos seres maravillosos que nunca seremos. Los documentales se maravillan ante la realidad inalcanzable, y apuntan con el dedo lo cotidiano de nuestras debilidades. Los documentales, los grandes documentales, escudriñan los recovecos menos visibles de la codición humana, la desnudan, la celebran, la exacerban.

Subimos y bajamos con los documentales, y cuando se acercan a esos seres mitológicos que agarran guitarras y paletean tambores, o mueven perillas con precisión, o desgarran sus voces ante multitudes, nos vemos asombrados por esos momentos puros de belleza provocados por los vaivenes de sus personalidades inasibles, extraordinarias.

Entre este 12 y 16 de diciembre próximo se realizará una nueva versión de In-Edit, un festival de documentales dedicados exclusivamente a captar los sentimientos arriba convocados: la emoción de crear música y no consumirse en el intento. Es la cuarta vez consecutiva que se presenta en Santiago, y aunque parezca un festival especializado (lo es), es también un encuentro amplio de excéntricos y solitarios, esa raza de seres cuyo ritmo vital esta marcado por la música.

En mi vida he visto grandes documentales musicales. Y la mayoría de ellos se han exhibido en las versiones anteriores  de In-edit Santiago. “LoudQUIETLoud” sobre los Pixies, “I’m trying to break your heart” encerrada en el estudio con Wilco, “Fearless freaks” acompañando a The Flaming Lips, y “The devil and Daniel Johnston” como comparsa de otro freak temerario, Daniel Johnston; todas esas sumadas a “Joey Ramone, a wonderful life” o “Nico Icon” son todos ejemplos de lupas gigantescas tratando de escudriñar entre los sucesos y los excesos de artistas en acción.

Los convocados de este año arman un line-up impensando: Blondie (“Blondie, one way or another”), Kurt Cobain (“About a son”), Franz Ferdinand (“Rock it to Rio”), Daft Punk (“Electroma”), Joe Strummer (“The futer is unwritten”, un imperdible dirigido por el inigualable Julien Temple, el mismo de otro documental legendario, “The filth and the fury” de The Sex Pistols), Sigur Rós (“Heima”), Sonic Youth (“Sleeping nights awake”), Love (“Love story”), Bebo Valdés (“Old man Bebo”) y hasta La Ley (“Chasing the law”).

Pero no somos vamos a ver persecuciones de camarines, entrevistas atolondradas y risueñas, presentaciones en vivo en Dolby Stereo o reflexiones crepusculares; en el subgenero del documental musical siempre caben también aquellas obras que intentan revivir movimientos, o explicarlos, o reconstruirlos en su infinita complejidad. Henry Chalfant, por ejemplo, de quien en In-edit 2004 vimos sus dos versiones de “Style wars” (el mundo grafitero de Nueva York visitado en 1984 y revisitado en el 2002, codirigidas con Tony Wilson), trae ahora “From mambo to hip hop”, cuya tesis es inapelable: establece que el sur del Bronx, con su resumidero de culturales musicales negras, latinas y africanas, es nada menos que el epicentro del Big Bang musical de las últimas décadas. Para Chalfant, hay que entender el sur del Bronx para entender todo.

“Bling, a planet rock” es una especie de experimento documental medio malévolo: la directora Raquel Cepeda, algo escandalizada por el culto a los diamantes que encarnan los artistas del hip hop colgando de sus cuellos, decide llevar a un par de ellos (Raekwon de Wu-Tang Clan, al reggaetonero Tego Calderón y al diseñador de joyas Paul Wall) a visitar nada menos que Sierra Leona, ese infierno en la tierra maldito precisamente por ser un lugar de diamantes, sumido en el caos y la violencia ilimitada, y devastado por más de 10 años de guerra civil. El efecto “una cucharada de tu propio chocolate” se transforma en lección moral.

Otro que pretende derribar mitos es Sam Dunn, un antropólogo fanático del heavy metal (si me permiten la disgresión, una mezcla más común de lo que parece) que decide emprender un  “viaje épico al corazón del rock pesado” con una misión clara: por qué esta musica se ha estereotipado, es rechazada y condenada por la comunidad musical. Dunn se toma su trabajo como si estuviera trabajando para la Unicef y recopila entrevistas con Lemmy, Slipknot, Dee Snider, el chileno Tom Araya, Bruce Dickinson, Alice Cooper, Rob Zombie y otros monstruos similares.

Quizás lo más sorpresivo de la edición local de In Edit de este año sea la presencia masiva de trabajos chilenos. Aunque “sorpresivo” sea un adjetivo un poco injusto con la escena musical de los últimos años, tan revuelta como inspirada, no podemos decir que era obvio que este año se exhibirían casi quice documentales locales, y de ellos, más de diez terminados en el último año. Todos caben en In Edit: el trabajo de las orquestas juveniles (“El valor de seguir tocando” de Ricardo Carrasco y Debora Gomberoff), de una orquesta de mujeres que mezcla ritmos caribeños con Mozart (“Cuba mía, retrato de una orquesta de mujeres” de Cecilia Domeyko), un retrato de los clubes de jazz de Santiago (“Sincopado” de Cristian San Martín), y del rock de Valparaíso (“Ruidos molestos” de Viviana Sepúlveda), un festival de música mexicana en Chanco (“Chile mexicano” de Alejandra Fritis), una cumbre de rock independiente anti APEC (“Contrapulso” de Paulo Flores), y el seguimiento y entrevistas a cinco bandas/artistas locales: Gepé y Javiera Mena (“Al unísono” de Rosario González y Pablo Muñoz), Manuel García (“Catalejo” de Ronnie Radonich), Exsimio (“La lucha apenas se inicia” de Héctor Pozo) y Lalo Meneses (“Las Panteras Negras” de Andrés Mardones).

Por si fuera poco, a eso hay que agregar tres trabajos del pasado que dan cuenta que nada de esto se improvisa: tres documentales del colectivo Teleanálisis de los años ochentas estarán presentes en el festival: uno sobre los orígenes del hip hop en las poblaciones (“Estrellas de las esquinas” de Rodrigo Moreno), otro sobre una banda de san Miguel que algún disco grabó y luego se volvieron mitos vivientes (“Los Prisioneros” de Cristián Galaz) y un registro del festival de Amnistía Internacional en Mendoza de 1988 (“Canciones de libertad” de Rodrigo Moreno).

No es que uno quiera abrumar con listados de películas, pero la verdad es los documentales viven de la urgencia, y si consideramos que tenemos una televisión que casi 20 años en democracia aún es incapaz de llevar esta clase de obras a audiencias más amplias, instancias como In Edit alcanzan su verdadero sentido: ver aquellos que de otra forma no podríamos ver. Ni escuchar.