Alvaro Bisama recuerda a los hermanos Paul y Leonard Schrader en Revista de Libros de El Mercurio. «He pensado en los Schrader estos días: ¿por qué a los Schrader les apasiona Mishima?, (…) ¿tenía Paul Schrader a Mishima en mente mientras escribía las escenas finales de «Taxi driver», cuando el héroe se entrega a un vértigo apocalíptico intentando salvar al mundo?».
****
A propósito de la publicación del segundo volumen de «Querida familia», libro que recopila las cartas que Manuel Puig enviaba a su familia mientras viajaba por el mundo, el cada día más implacable Quintín comenta: «Tal vez lo más discutible del gusto cinematográfico de Puig no sea el cholulismo sino su apuesta al entretenimiento, a la eficacia y el profesionalismo, los valores de la crítica más reaccionaria». Sus columnas aparecen en Perfil, el diario dominical de Argentina, recientemente en la web.
****
Ah, el pensamiento del recientemente fallecido Milton Friedman aparece en los extras del documental «The Corporation»… interpretado por un coro musical. La ironía del coro (que a menudo dan la idea de estar dando a conocer la «palabra de Dios») hace mucho sentido si recordamos que ayer el ex ministro de Pinochet Carlos Cáceres lo trataba de «peregrino» en El Mercurio. Consejo del día: quizás sea algo refrescante recordar qué barbaridades instaló en Chile (y en el resto del mundo) el señor Friedman con su mirada económica. Y no olvidar ni por un minuto que a veces la gente más inteligente es la más dañina.
****
Y otro online viewing tip: David Lynch decide promocionar «Inland Empire» sentado en la calle, en una silla de playa, con un gran cartel de una película y… una vaca. Via The Time Out Movie Blog.
****
[*AVISO DE SPOILER: No seguir leyendo si no has visto «Los infiltrados»*] Sobre «Los infiltrados» de Scorsese, dos cosas: el bueno de Daniel San nos envía este link con el guión original de la película [.pdf] y afirma: «La aparición final de la rata es, en el papel, aún más ridícula». Yo vi la película el sábado y aparte de la rata, me llamó la atención ese montaje hecho intencionadamente al lote. No fui el único: Jim Emerson cita a David Bordwell para analizar el tema. «Los infiltrados» es mil veces mejor que «El aviador», pero no alcanza a ser ni un décimo de «Buenos muchachos» (y la verdad, mientras escribo estas comparaciones ya me parecen ridículas, porque esta obsesión por las «mediciones cinéfilas» son las que terminan por matar el deleite de ver películas), pero tiene algo más raro todavía que la rata y el montaje atolondrado: me quedé con la sensación de que la película tiene un solo gran momento (Mr Sheen cayendo desde los cielos), y que todo el resto de la cinta está ahí, girando en torno a ese eje. Esa sensación puede ser un pequeño aviso de lo que la película resulta ser después de todo: un disco en movimiento, con personajes y diálogos y estrellas y chistes y secundarios que orbitan de las maneras más diversas en el universo autoral de un cineasta. Mr Sheen cayendo desde los cielos en «Los infiltrados», en retrospectiva, me recuerda a secuencias igualmente atractivas en películas «menores» de otros grandes directores del pasado: la secuencia del auto sin frenos de «Family plot», y el baile y sus referencias homosexuales en «La vida privada de Sherlock Holmes», por solo nombrar dos directores que admiro mucho (Hitchcock y Wilder) y que también me han decepcionado en varias de sus películas. Las que nombro no son sus mejores películas ni sus secuencias más admiradas, pero en ellas sigue vivo su toque, su cine, su astucia narrativa en el mejor estado. Son sus películas para descubrir. Tienen todo lo que uno admira de estos directores sin ser en sí películas tan «redondas». Quizás «Los infiltrados» sea la película de Scorsese que los cinéfilos jóvenes del futuro estén dispuestos a descubrir y ver varias veces. A mí ya me gustaría volver a verla en DVD. Si acaso esto sea algo a favor, esa es una sensación que no tenía con una de Scorsese desde hace mucho rato.