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DIRECTORES ENTREVISTAS FESTIVALES DE CINE

Mundo grúa

Aquí no se construye
El miércoles pasado fue la primera función. Esta semana vuelve a repetirse el miércoles 30 y jueves 31 de enero. Y no hay que faltar. Según mis registros, «No quarto da Vanda» («La habitación de Vanda», 2001, 178 minutos) se trata de la primera película de Pedro Costa que se exhibe en Chile (por lo menos, la primera en 35mm, porque la anterior «Huesos» fue exhibida en video, en octubre de 2006, como parte de las películas del impresionante ciclo del Cine Club del Centro Cultural de Providencia que desde hace dos temporadas son organizados por los amigos del sitio Fuera de Campo: Udo Jacobsen, Sebastian Lorenzo et al).

«No quarto da Vanda» es de esas experiencias cinéfilas radicales, en mi recuerdo, solo comparable con «La muerte del señor Lazarescu» de Cristi Puiu o «Letter from a yellow cherry blossom» de Naomi Kawase, por nombrar dos películas de la última década. Pero más radical todavía: no se trata solo de la crónica de un desceso o el mapa de ruta de un final; es también una intensa exploración del encuadre documental. No es para sentarse a verla un sábado en la noche, digamos. No es que uno ande recomendando al primero que ve en la calle un documental de tres horas que sigue a una yonkie de los suburbios de Lisboa, drogándose infinitamente y teniendo conversaciones con sus amigos en su habitación, mientras afuera de su casa unos bulldozers echan todo abajo. Sin embargo, es de las experiencias cinéfilas más intensas que he tenido este año.

Vanda en acción
Mientras la veía el míercoles pasado, invitado como jurado de la selección de preestrenos que hizo este año el Festival Cine UC (junto con Maite Alberdi, Pablo Corro y Javiera Contador) recordaba que Costa es de los cineastas preferidos de José Luis Torres Leiva, y no me costó entender por qué: el documental es el resultado de un largo proceso de seguimiento de un territorio más que de un personaje. Me recordó mucho su documental «Ningún lugar en ninguna parte» y sentí que era el resultado de una operación similar. ¿Qué pasa si un cineasta decide instalar su cámara por largos momentos frente a un encuadre que sea de su gusto y luego esperar a que «la realidad» dance frente a sí? Es una labor de dedicación y paciencia, similar a la pesca: el director puede estar varias horas grabando un mismo encuadre para después, en la sala de montaje, quedarse con el «momento documental» que ha capturado (y que sea de su gusto) que puede durar solo unos segundos. La estrategia de cineasta documental, entonces, comienza a parecerse a la estrategia del fotógrafo documental (que puede tomar varias veces una misma foto hasta encontrar la que le agrada), la cual, al mismo tiempo se parece a la de algunos animales cazadores: más que perseguir a la presa, el cazador se queda agazapado esperando a que se le cruce en su camino.

Como hace ver Christian Ramírez en una nota publicada hoy en Artes y Letras, «No quarto da vanda» es, efectivamente, un remake. Pedro Costa ya había visitado el barrio de Fonthainas en Lisboa (habitado en su mayoría por inmigrantes africanos que viven en la pobreza) en su película anterior «Huesos», pero no habría quedado conforme con el resultado. Dice Ramírez:

Arrepentido de «glamorizar la pobreza» al poner focos, filtros y equipo técnico alrededor de sus habitantes, decidió regresar y registrar durante un año la vida diaria del sector sólo con una pequeña cámara digital. Nada de luces, ni micrófonos ni nada.

Los resultados que logra Costa con la cámara digital son impresionantes, y marcan la pauta de lo explorable con el formato. Podrían hacerse tesis universitarias estudiando las fuentes de luz en cada plano de «No quarto da Vanda», el uso de la profundidad de campo y del fuera de cuadro: la luz de un televisor mal sintonizado comparte presencia con la de una ventana abierta al fondo de una habitación y el encendedor que mantiene caliente una gota negra sobre el papel aluminio que Vanda ocupa para drogarse. La cámara de video de Costa, vaya a saber uno cómo, escapa con destreza de la sobrexposición digital, esa que revienta todo en blanco y deja extensos territorios del plano virtualmente sin información.

Pero las razones para entusiasmarse por la película (que a medida que pasan los días después de haberla visto crece dentro de mí) no son solo asuntos de prodigio técnico o contemplación acertiva: quizás su mayor misterio radique en su, digamos, «narrativa aventurera». Uno bien puede salir de la función pensando: «Perfectamente podría durar una hora menos». No porque la película se repita en exceso (aunque es un tema discutible) sino más bien su exhibición es pesada. Pero decir algo así no deja de ser injusto. A mí me entretiene, por decirlo de alguna manera, «la prosa» de Costa. Uno puede leer cada plano suyo como una carta. «Miren este fuego saliendo de este tarro… y al fondo, ese niño que no puede dejar de mirarme»… «Miren esta grúa orquilla, ensañándose con esta pared que hace un rato vimos impecable». «Miren la pobreza, la negrura de esta habitación con las paredes rasguñadas, pero también escuchemos las cosas lúcidas que tiene que decirle esta mujer a este ex drogadicto».

Aunque esta es una película de difícil digestión, exploratoria y sin demasiada claridad acerca de «los logros» de esa exploración, me cuesta decir, por ejemplo, que sea aburrida. El término es demasiado pedestre para describir su pesadez. No es, digamos, una película que presente resultados, arme una tesis y presente conclusiones (elemento fundamental de la narrativa documental) o que cuente una historia (fundamento de la narrativa de ficción). Es, más bien, el triunfo de la intuición. Hacer una película que pretenda escapar de ambos fundamentos es una tarea titánica y con mínimas posibilidades de llegar a puerto, y sin embargo, Costa, como todos los grandes cineastas que recuerdo, cree en el poder magnético de las imágenes, a veces, cuidadosamente dispuestas para empezar a abrir, junto con varios otros, en diversas partes del mundo, una puerta que no teníamos idea que existía.

Esa puerta es la que empujan los cineastas lúcidos, y la que seguimos los cinéfilos impacientes para ver a donde cresta nos llevan.

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Jero Rodríguez, otro de esos cinéfilos impacientes por ver que hay allá, entrevistó a Costa para un programa de televisión comunitaria que tiene en Nueva York, y puso dos videos de esas entrevistas en su blog «El nuevo canon». Imperdible para ver después de la película, aunque ojalá alguien se anime en hacer una transcripción/traducción porque están en inglés.