Acá de nuevo, tras un día de lluvia y dos de sol. Las calles están llenas de personas, aunque el lugar común del festival sea decir que hay muchas menos personas que otros años, producto de la crisis económica. Difícil saberlo para uno que viene por primera vez: a mí todos los lugares me parecen repletos y fascinantes. Después de reconocer un poco el territorio en el que estaba (credenciales, restoranes, fiestas, salas) ya me considero totalmente operativo en el festival. Como buen niño, me levanto temprano en la mañana, tomo mi desayuno, reviso el listado de funciones del día y me programo para caminar unas 30 cuadras, tomar dos botellas de agua, morder apuradamente un panini, tragar dos cafés y una cerveza con el amigo de turno que me encuentre en una función.
Ayer estuve con Jero Rodríguez, un cinéfilo de armas tomar que –como yo- se vino por su cuenta para vivir de cerca este festival por primera vez. Ayer Jero estaba desanimado: consideraba que sólo había visto malas películas. No le gusto la de Coppola, ni la Hong Sangsoo, ni la versión nueva de la de Naomi Kawase (“Hotaru”, una película que duraba tres horas cuando se presentó en Locarno hace casi una década, y acá se motró un nuevo corte de 106 minutos… ¿califica esto de “corte del director”?). Y ayer, cuando me lo encontré en la entrada de la función de “Politist, Adjective” la del rumano Corneliu Porumboiu (“Bucarest 12:08”) lo noté con ciertas esperanzas perdidas. Finalmente, a él le gustó mucho más que a mí: yo la encontré una película simplona y prosaica, digamos, una película de un solo chiste que, si se cuenta ese chiste, se arruina la película para cualquiera que vaya a verla, porque está en los últimos 20 minutos y –no me entiendan mal- es un gran chiste. (No se preocupen, acá no lo voy a contar, pero es una larga escena que tiene como protagonista principal un diccionario) Pero para eso, para entrar “en ambiente” la película se toma casi hora y media, sin demasiada economía, para entrar en ese estado de ánimo. Me imagino que debe ser volver a verla cuando ya se conoce el chiste: no me parece que resista muy bien una segunda mirada. Aunque, claro, Jero a la salida casi me convenció con sus argumentos de que esta era una película sobre el dilema de la justicia enfrentada al procedimiento policial.
¿Podemos contar algo de la trama? A un joven policía le asignan la misión de hacer el seguimiento de otro tipo joven que se junta a fumar pitos todos los días con amigos en una esquina. El policía está enredado con el tema, porque no está de acuerdo con detenerlo por consumo de marihuana, porque ya casi en ningún país de Europa está penalizado el consumo… excepto en Rumania. Y le parece que la única razón para detenerlo es efectivamente demostrar que es parte de una red de tráfico. Todo esto, muy simple, se cuenta en esos primeros noventa minutos, lo que a mí me pareció agotador. Hay un par de gags entremedio, un par de crowd-pleaser jokes tal como había “Bucarest 12:08”, pero no demasiado hilarantes ni demasiado elaborados para mi gusto. Pero ya saben (y Jero lo sabe mejor ahora): yo casi siempre estoy equivocado.
He visto más cosas. Ayer también estuve en la función de “Bak-Jwi/Thisrt”, la nueva de Park Chan-wook (“Old boy”). Es una mezcla de comedia de terror (en ese orden) que mezcla curas católicos con vampiros, lo que parece una cinta de Alex de la Iglesia que gracias a Dios –y los vampiros- no es. Los primeros 30 minutos son totales: un cura católico de un monasterio de ofrece como conejillo de indias para los experimentos que permitan encontrar una cura para una extraña enfermedad que afecta principalmente a los misioneros que vienen de Africa. A diferencia de otros voluntarios antes que él, el cura no se muere, si no que queda con un aversión al sol y un adquirido gusto por la sangre humana. El cura vampiro, con mucha culpa, no ataca a nadie, así que se alimenta chupándole la sangre a un gordo en estado de coma en el hospital donde es voluntario, a través de los tubos intravenosos. Todo esto hasta que conoce a una chica insatisfecha con su matrimonio que se engancha con él. El gran espectáculo se frena a mitad de la película, decae y vuelve a levantar hacia el final. Pero nunca se recupera del comienzo. Es lo que llama mi amigo AFA “entretenimiento de qualité”: películas de directores destacados que están enfocados en la entretención, con resultados diversos. Las películas en competencia en Cannes responden a ese parámetro en casi todas las elegidas de este año
“Lejos de Vietnam”, la versión restaurada de ese clásico de Godard/Varda/Marker/Ivens, en el que juntaron esfuerzos para denunciar y expresar su repudio por la guerra de Vietnam, se presentó en una sección dedicada al pasado y la restauración llamada Cannes Classics. El documental de 1967, como recordarán los que lo hayan visto, tiene dos episodios notables: el de Joris Ivens, cuando filma a los vietnamitas construyendo sus refugios de ataques aéreos, hechos de cemento y que van sumergidos en la tierra (“en la paz interior que se ve en el rostro de los vietnamitas”, dice la voz en off, “se les nota que van a ganar esta guerra”), y otra, bien famosa, creo que hecha por Chris Marker, en la que le preguntan a los norteamericanos de la calle su opinión de la guerra en medio de una marcha pacifista, y que para mi gusto es un antecedente directo de “La batalla de Chile” (recordemos que Marker colaboró directamente con Guzmán en “El primer año”, la película que dio origen a toda su labor de documentalista de la UP).
Aunque la película está a ratos avejentada (en especial, el flojo segmento de Godard) en otros sigue viva con mucha vigencia su testimonio y su reflexión, que sobrepasa la actualidad y termina retratando la violencia por omisión, como cuando entrevista a la esposa viuda de un norteamericano que se quemó a lo bonzo por Vietnam, quien, con sus hijos a cuestas, entiende perfectamente las razones de su esposo. Recuerdo haber visto un VHS muy gastado de la película en el Arcos hace un par de año, y esta versión restaurada es muy interesante: claramente, es un recusitado que vino a cerrar la era de documentales sobre George W. Bush, una especie de testamento desempolvado que terminó llegando rezagado pero –finalmente- siempre a tiempo.
Finalmente, también vi “Go get some Rosemary” de Joshua y Benny Safdie («The pleasure of being robbed»), una indie norteamericana muy poco interesante que pretende colgarse de la tradición Cassavetes sin entender un ápice de lo que es o significa Cassavetes. No daré más comentario más que decir que es la apología al egoísmo humano es una agotadora tendencia en los festivales de cine actuales. Más encima, aparece Abel Ferrara como un asaltante callejero que claramente le dio el pase para estar en la Quincena de este año. En Cahiers le dedicaron una pagina completa, lo que me parece una total exageracion.
Para el resto de mi relato de hoy, tengo un video. Los videos se demoran en cargar (las conexiones de internet gratuitas son casi inexistentes en Cannes, la del hotel no llega a mi pieza, la del Mercado de Cannes cobran 15 euros diarios, los locales que ofrecen “free wifi” son una estafa) pero creo valen la pena porque dan una idea del ambiente canino más allá de las largas descripciones.
Aca va un plano secuencia que corresponde a un emotivo momento de anoche, caminando por la Croissete, cuando caían una gotas de lluvia y estaban dando una película en la playa que va a reconocer de inmediato.