No sé si es suerte, o mala suerte, o coincidencia o estrategias editoriales subterráneas, pero el hecho es que tres amigos que conozco por más de diez años compartieron hace poco la misma experiencia: publicaron su primera novela. En la misma semana. Bisama, Ortega y Ayala. O Ayala, Bisama y Ortega, si respetamos el orden alfabético. Más curioso aún, Andrea Palet y la diligente Gabriela Precht de Ediciones B tuvieron la gentileza de enviarle de regalo a este blogger los libros de Ayala y Bisama, y aproveché de leerlos el fin de semana pasado. El libro de Pancho Ortega todavía no lo leo, pero su historia me causa curiosidad desde que alguna vez el mismo Pancho me mostró páginas y me contó algunos datos de la historia.
Yo no soy crítico literario. De hecho, soy lector impaciente, la mitad de las novelas que leo las abandono en la página cincuenta, y la verdad, hace rato que la literatura no me entusiasma como lo hacía cuando estaba en la universidad. Así que, además de impaciente, soy un lector ignorante, conservador y mañoso. Entendido eso, puedo decir lo siguiente: las novelas de Bisama y Ayala las devoré en un par de días.
«Caja negra», la del Comelibros, es un relato obsesivo compulsivo. Bisama tiene tantas historias metidas en su cabeza que «Caja negra» más que libro es una vía de escape. Después de terminarla uno se queda con la sensación de que o Bisama escribía esta novela o se volvía loco. Bisama utiliza lo más diversos mecanismos para poder contar -echar afuera- esas historias. Aunque más que contarlas, Bisama las enumera, las presenta, las anuncia. Las vende. Quiere que nos entusiasmemos como él se entusiasma. Como un William Castle chileno.
Ya su nombre le ayuda. Bisama se escribe con B de barato, bastardo y bajo presupuesto. Y el libro tiene una obsesión con esos conceptos. Es la foto de un planeta repleto de monstruos que toman las más diversas formas: monstruos nazis -harto nazi-, profesores fachos, escritores locos, un rockero japonés glam y dos hermanos que hacen películas de terror en los tiempos de la UP. Bisama tiene una debilidad por las enumeraciones, y arma personajes que hacen películas o escriben novelas con el solo propósito de embarcarse en contarnos de qué se tratan esas novelas y esas películas (hay todo un capítulo bolañesco dedicado a un improbable cine B chileno). El suyo no es, digamos, un libro realista, pero tampoco es surrealista: más bien, es un libro-protesta ante los formalismos, los puritanismos, los siutiquismos que, me huele, Bisama desprecia de las novelas chilenas. La verdad, «Caja negra» no es una gran novela, y creo que a Bisama tampoco intentó hacer una gran novela (ya la expresión huele a añeja). El libro, más bien, es un baúl de ideas para tirar por el acantilado, para quemar en la fogata y dejar empacado en las experiencias para partir de cero en un futuro cercano.
Eso me tranquiliza.
Bisama va por el camino correcto y siempre he pensado, desde que leía sus cuentos en la universidad, que sería el mejor escritor de su generación. Bisama no cree eso -menos mal- y tiene la soltura y cierta madurez para escribir nada definitivo, para tomarse su tiempo, para ensayar procesos. En ese sentido, creo que se quedó corto con su «Caja negra»: estoy seguro que por pudor dejó afuera muchos de esos monstruos literarios que tenía en su cabeza, y deben seguir rondando por ahí. Y me gusta pensar que quizás «Caja negra» debió haber sido un libraco de 1200 páginas, con tapas duras, un ladrillo punkie para lanzar por los aires y noquear malos escritores.
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El de Ayala, «Examen de grado», podría estar en el otro extremo literario de Bisama, pero decir eso es producto de una ilusión óptica: Ayala y Bisama tienen más cosas en común de lo que parece. Y eso que tienen en común, a mi humilde gusto, es la literatura de Kurt Vonnegut Jr. Es como si ambos lo hubieran leído desde veredas opuestas: Bisama se queda con cierta demencia, la sátira, los mundos imposibles y cercanos del escritor indiano. Ayala, en cambio, comparte con Vonnegut esa capacidad de envolverlo a uno con un relato imparable, donde la palabras desaparecen para acompañar al protagonista, y vuelven a aparecer en los momentos inspirados.
Ayala es mi amigo, y me siento orgulloso de él y de ser testigo de cómo su escritura se hace cada día más solida. En cada relato de su libro anterior, «Trescientos metros», y ahora en esta novela, Ayala es capaz de condensar sentimientos en escenas que se arman como fotografías. Ayala construye sus relatos a menudo a partir de los recuerdos, de los momentos que se fueron, como tarareando canciones de discos que ya no tenemos. En este caso, el relato es a partir de los recuerdos de un cuarentón respecto a una relación que el protagonista habría tenido con una mujer 13 años mayor a comienzos de los noventas, cuando precisamente estaba estudiando para su examen de grado.
La novela es un bólido, un acelerado page-turner, y una emocionada y emocionante historia de amor y de sexo, con diálogos que a cualquiera le gustaría escuchar en un cine. Ayala cree en el poder de las ideas simples, y construye estupendos secundarios, y pinta el cuadro de una época con sensatez y detalle callejero. No me pareció que fuera una novela melancólica, como podría esperarse: Ayala sabe saltarse los clichés literarios con precaución, con cuidado y sin torpezas. Tengo mis críticas, claro: el final de la novela no está a la altura del resto del libro, y hay ahí ciertas durezas a las que le faltó lima. Pero los personajes que construye están vivos, se desgarran y siguen de pie, caminando calmos sobre el mapa de su propio destino, medio desarropados por esas decisiones que se toman y ya no tienen vuelta.
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Hasta el momento no he leído demasiadas críticas de estas novelas. Alguien en LUN descarta demasiado rápido a mi gusto la novela de Bisama; Camilo Marks hace pebre la de Pancho Ortega en Revista de Libros (aunque sospecho por lo que dice que ni la leyó entera) y Ayala es entrevistado en la misma revista. Además, Christian Ramirez entrevista a Bisama y Ortega en Capital, y estos dos abrieron blogs para sus libros («El número Kaifman» y «Caja negra»), concepto que no sé si entiendo por completo. Pero lo que yo entienda da lo mismo. Ustedes lean.