Cuando era chico, y la comedia televisiva era algo blanco y tontorrón, Ana González era única. Yo me acuerdo de la teleserie «Los Títeres», una de las primeras telenovelas que vi en mi vida, escrita por Sergio Vodanovic, nada menos, y ahí Ana González era la dueña de una pastelería («Las Tucas») capaz de juntar lo afable con lo querendón, una que idealizó para siempre a la abuela chilena, un tipo de abuela preocupada, risueña, buena cocinera pero también metiche y opinadora de todo. Después descubrí que ese personaje era una variación (envejecimento, si se quiere) de La Desideria, quizás el mayor personaje cómico de Chile, una nana de provincia con ambiciones de artista, y que tan bien quedó reflejada en la delirante «La dama de las camelias», una comedia metatextual sobre la obra original de Dumas y el mundo del cine en Chile en los años 40s.
Por favor lean el completo y merecido obituario publicado hoy en El Mercurio (que, yo sé, como todos los medios, habla de «su amiga de toda la vida» para referirse a su pareja «Lute» Sotomayor, pero ¿qué quieren?).