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OBITUARIOS

Las líneas de la comedia

Solo con días de diferencia se murieron Jorge Franco (1947), Ricardo Espalter (1924) y Jorge Díaz (1930) y las tres no dejan de ser pérdidas lamentables. Ahí deben estar, haciendo cola en el purgatorio: un comediante de marca mayor, un comic relief con estilo y un dramaturgo del absurdo. La muerte de un comediante siempre tiene algo de grotesco, y quizás por ello hacen tantos chistes sobre velorios y funerales (la muerte es la institución sagrada que nunca se enoja pero siempre los hace callar). Franco nunca perdió la dignidad, ni siquiera cuando estuvo enfermo, y resguardó la ley sagrada del humorista de jamás llorar frente a su público. Pocos humoristas en Chile tienen esa gracia. Solo el magnífico Fernando Alarcón, nuestro propio Peter Sellers, tiene suficiente clase para estar en esa liga. Espalter, por su lado, fue de tan bajo perfil que hasta su nombre parecía un misterio. Era el gordo de Los Jaujarana que recibía las cachetadas, mandaba los pases gol para el lucimiento de sus dos compatriotas (el calvo y enojón Eduardo D’Angelo, y el tontorrón Enrique Almada) a quienes conocimos en Chile en esos sketch rituales que hacían en los ochentas en Sabados Gigantes. Díaz, si bien no fue comediante, hizo vibrar en Chile el absurdo, una fuerza del humor que tuvo tal intensidad que sus ramificaciones tocaron directa e indirectamente en el Ictus, y con ello, alcanzaron a dos proyectos televisivos de humor que marcaron época, como “La Manivela”, e incluso, “Medio Mundo”. Celedón, Jung y Rillón fueron las personificaciones del humor de Díaz. El humor del abogado, del hombre correcto en el mundo convulsionado, el barbero disfrazado de Buster Keaton.

No quiero decir mucho más. No tengo nada divertido que agregar. Pero a veces escribir sirve para recordar y dar las gracias. Gracias a todos ellos, donde quiera que estén.