Categorías
OBITUARIOS

Richard Fleischer (1916-2006)

Hay una razón muy importante para hacer muchas películas: puede que quizás, en alguna de ellas, uno toque la gloria con la punta de los dedos. Richard Fleischer hizo muchas, un poco más de sesenta, y tuvo la vocación B para no hacerle asco a nada: desde «20 mil leguas de viaje submarino» (1954) hasta «Sonja, la guerrera» (1985), pasando por «Tota, Tora, Tora» (1970) o «Doctor Dolittle» (1967). Cuando estaban de moda las películas bíblicas, hizo «Barrabas» (1962), cuando aparecieron los asesinos en serie le encargaron «El estrangulador de Boston» (1968). Cuando la revolución era parte de la dieta del desayuno, le puso una boina a Omar Sharif para interpretar al «Ché!» (1969, apenas dos años después de su muerte), una versión tan ofensiva de la vida del argentino que fue recibida en Chile y en Argentina con bombas molotov afuera de las salas (Fidel Castro era interpretado por… ¡Jack Palance!).

Richard Fleisher fue director de dos delicias cinéfilas, excesivas, medio sobreactuadas pero inolvidables: «Viaje fantástico» (1966, replicada con honores por Joe Dante en 1987 con «Viaje insólito»), una aventura al interior del cuerpo humano donde los linfocitos y los ácidos estomacales son los protagonistas (además de Raquel Welch, Arthur Kennedy, Stephen Boyd, Donald Pleasece, y hasta James Brolin, todos de la monarquía B); y «Mandingo» (1975), una especie de «Raíces», sobre el trato a los esclavos negros en norteamerica, pero incorrecta y con mucho sexo (como correspodía a la época en que fue filmada). Es famosa por una fogosa escena de sexo entre un semental afroamericano y una blanca.

Pero dentro de todo ese cargamento de películas malas, menos malas y maravillosas, Fleischer se fue tranquilo a la tumba el sábado pasado solo por haber hecho «Cuando el destino nos alcance» (Soylent green, 1973), una impresionante historia de ficción futurista, con Charlton Heston, en la que el mundo no tiene otro alimento que comer que una galletas verdes llamadas soylent, que nadie sabe mucho de qué están hechas. Clásico del cine fantástico mezclado con el noir, filmada una década antes de la impecable «Blade runner», contiene una de las más bellas secuencias finales de la historia del cine, con Edward G. Robinson despidiéndose de este mundo enfrentado a una especie de pantalla de super cinerama en el que un centro de eutanasia del futuro le muestra todos los momentos más bellos de la Tierra. Robinson murió 9 días después de terminarse la producción de «Soylent green», y en esa secuencia final, de último aliento, Fleischer alcanzó el destino que siempre le fue tan esquivo.