El premio Goya para «La buena vida» es celebrada en los diarios de hoy: en El Mercurio se preguntan por qué las películas chilenas están ganando tantos premios afuera y no llevan publico a las salas, y en La Tercera (no linkeable directamente, p. 41) Daniel Villalobos analiza que la película es incómoda para las audiencias más masivas porque «desde la perspectiva de los negocios el cine es principalmente evasión y ‘La buena vida’ es más bien lo contrario: una película que sentenciaba ‘así es como vivimos, así es el Santiago que habitamos y esto es lo que nos ofrece’ ¿Estamos contentos?». Sin embargo, el análisis más particular es el de Pablo Perelman, presidente de Directores y Guionistas de Chile, ADG, quien en carta a La Tercera (p.2), dice:
«Ha llegado el momento de que los medios se pongan la camiseta del cine chileno y, juntos, reencantemos a nuestro público. Hablar de cine chileno como una marca depreciada, por ejemplo, denota un gran prejuicio. En su lugar el público se merece una crítica que ejerza con autoridad y compromiso su misión de orientar y educar, ayudando a ver los productos de una cinematografía necesariamente distinta a la de Hollywood»
La carta, que retoma un argumento que insistentemente expone Silvio Caiozzi en cuanto foro público existe -sin importar el tema del que se hable- le hace un flaco favor a las películas chilenas. El cine chileno está empezando a cosechar lo que se sembró en un largo proceso de producción e internacionalización, y estos premios recientes (y estoy seguro que vendrán más en los próximos meses) son solo el resultado de ese trabajo. Es incomprensible la petición que se deduce de la carta de Perelman: ¿qué está diciendo? ¿Que traten con más cariño a las películas chilenas para «acabar con el prejuicio de marca» que tiene «el producto»? Lamentablemente, Perelman, eso es imposible. Es como que La Piccola Italia le pidiera públicamente a los críticos gastronómicos de los diarios que atinen, y empiecen a comentar mejor sus platos, porque ya no es la chanchería insalubre de los últimos años, porque ahora mejoró mucho, y que los críticos vayan, coman y que -sin importar lo que realmente les haya parecido el restaurant- digan que está rico porque han trabajado duro y lo están haciendo bien.
La petición peca de ingenuidad. Si los chilenos le están dando la espalda a las películas chilenas (aunque yo creo que no es tanto, son solo los mismos espectadores repartidos en más películas nada más), son las mismas películas chilenas las que tienen que ganarse nuevamente su preferencia. Los críticos no somos el Estado: no damos subsidios. No deberíamos darlos, por lo menos (a diferencia del Estado, que con estos premios también se gana más legitimidad para los fondos, que año a año ha ido perfeccionando, aunque aún falte más trabajo). Lo mejor que puede hacer la crítica es ser seria: valorar el riesgo por sobre la condescendencia, encontrar la llave que conecta a una película frente a sus pares y al mundo, y sobre todo, establecer el diálogo (y de alguna manera representar al interlocutor) que la película abre con sus espectadores.
Seguir pensando que la crítica solo sirve cuando pone cinco estrellas y es mala cuando pone una, primero, es ofensivo como argumento, pero segundo, está entrampado en una retórica donde la autocrítica se ve como un país extranjero. Yo soy un fan de las películas de Perelman («Imagen latente» y «Archipiélago») y creo que -si bien representa a sus pares- con su carta está yendo por el camino viejo, el camino más feo e impresentable de las peores películas chilenas: el camino de la súplica, el compañerismo mal entendido y, de alguna manera, el ego descontrolado.
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