Es de noche, sigo trabajando, pero no puedo evitar ver por internet los premios Condor (sí, sí, los Oscar del cine argentino) que transmite el Canal 7 de Buenos Aires, el mismo canal de Peter Capusotto y las películas que elige el señor Alejandro Fernández Moujan (que ha dado «Salvador Allende» y «Arcana»… ¡en la tele argentina antes que la chilena!). Es decir, un canal con cierto respeto. Televisión pública, menos fea que TVN, pero igual televisión. Y la premiación es un desastre: el tipo que reparte los premios es un patoso y, para remate, ofensivo, sobre todo cuando intenta definir lo que es un director de arte («es el que hace los escenarios») y se gana las pifias del público. El animador es un tarado, y el programa está constantemente musicalizado con un tanguito tecno insoportable, y cuando van a entregar un premio de Mejor Sonido, llega otro tipo medio humorista que hace sonidos con la boca que vuelve todo en algo surreal. Tan realista que es surreal. Y me produce algo raro todo esto, porque es una ceremonia que entrega premios a las mejores películas… ¡del 2007! Y se parece tanto a esas malas ceremonias de premios de artistas que se entregan en televisión como los Altazor en Chile.
Pero el título de esta entrada no tiene nada que ver con eso (o quizas sí… ya lo sabremos más tarde). Es más bien una idea que lanza al aire Quintín en su blog de La Lectora Provisoria, que leo después de mucho tiempo sin visitarlo, mientras sigo escuchando los discursos de los premios. Quintín escribe sobre Lucrecia Martel, sobre «La mujer sin cabeza», y por el tono del texto, entiendo que es una apología, lo que no deja de sorprenderme, porque después de ver su película en Sanfic no pareciera que fuera necesaria tanta defensa: digamos, la película se defiende sola. Y seguirá haciéndolo en el futuro. Y uno puede leer cómo en los comentarios los «lectores provisorios» se entrampan en una discusión respecto a su cine, en términos muy feos y ciegos.
Y luego, más adelante, el señor Q hace una distinción en la que no puedo dejar de pensar. Dice que no es lo mismo tener talento que tener grandeza. De hecho, son categorías distintas. El punto de Q es que Martel es tan perfecta que no es grande. O bien, el día que deje esa perfección alcanzará la grandeza.
Martel es un excelente ejemplo, a mi juicio […] de cineasta de talento pero, por ahora al menos, sin grandeza. De hecho, me parece que talento y grandeza no suelen ir de la mano. Por supuesto que hay excepciones. Se me ocurren dos: Keaton y Welles. Pero uno no diría que Ford, Godard, Bresson los Straub o Drreyer son gente “talentosa” como Billy Wilder o Spielberg, cineastas talentosos y más bien pequeños. Ni tampoco Pedro Costa es “talentoso”, ni Bela Tarr, ni Hong Sang-soo. En cambio, Apitchapong es talentoso, igual que Tarantino, igual que Martel.
Es un tema raro, de todos modos. No tengo ninguna certeza al respecto pero es una hipótesis que se puede discutir.
Claro que se puede discutir. ¿Qué cineastas chilenos son grandes? ¿Y cuáles son talentosos? ¿Tenemos algo así?
Gracias por escuchar. Ahora puedo seguir trabajando. Ya vuelvo.