La obra de Kubrick es única
y canónica no por su frugalidad (12 largometrajes en
45 años), sino por dos razones: la megalomanía
y la poderosa capacidad de anticipación,
de la que 2001 es un compendio y una metáfora.
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LA LENTA EXTINCIÓN DE HAL 9000,
el supercomputador de 2001, odisea del espacio, es una
de las grandes muertes de la historia del cine; y sus desvariantes
súplicas a Dave Bowman, el astronauta sobreviviente en
el Discovery, merecen un lugar eminente en cualquier antología
de agonías.
La
frialdad aparente de Kubrick no procede de su estilo fílmico,
que más bien dispone de una imaginación visual
capaz de recoger las emociones más intensas, sino
de que su tema, a fin de cuentas, es la inteligencia, un
motivo en
el que lo anteceden muy pocos cineastas |
Y sin embargo, se trata literalmente de una muerte
cerebral, un viaje hacia el grado cero del conocimiento y de
la inteligencia, donde no hay paraíso ni redención
posible. El alma de HAL viaja hacia el infinito convertida en
un montón de chatarra por obra de un destornillador implacable.
En realidad, 2001, la película más ambiciosa
que jamás se haya filmado, es un compendio de pequeñas
y sutiles ironías de este tipo, lo que puede ser una
de las claves de su inaudita vigencia, que ha resistido durante
30 años el paso de la Guerra de las galaxias,
Viaje a las estrellas, Alien y otros mogoles de
la ciencia-ficción.