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¿Para
qué sirve la crítica de cine? ¿Para recomendar películas y ponerles
estrellas? ¿Para decirle a la gente lo que es bueno y lo que es
malo, de acuerdo al gusto exquisito de alguien exquisito?
La pregunta se responde si uno primero se responde otra peor:
¿para qué sirve el arte? ¿Sirve realmente para algo?
Esta
serie de artículos escritos por el periodista Ascanio Cavallo
a finales de los noventas (y publicados originalmente en Artes
y Letras de El Mercurio) son los primeros aprontes por responder
algunas de estas preguntas, especialmente aquella que tienen que
ver con el cine.
Después
de analizar el culto hacia las películas en las últimas
décadas (por un lado, el friquerío por endiosar las películas
de culto y el cine B; por el otro, los sesudos estudios académicos
escritos desde los años sesentas, que nadie se dignó
en leer en mucho tiempo), la primera respuesta es una sola: "El
arte no sirve para nada de lo que tantas buenas personas habrían
querido", escribe Cavallo. "No sirve para la ideología, ni para
la moral, ni para la religión, ni siquiera para el crecimiento
personal. Cuando más nos ayuda a oírnos a nosotros mismos, nos
interna en el yo profundo del que solemos ausentarnos o huir,
por convivencia o por tranquilidad".
Y
sigue: "Lo que nos conmueve del arte, y de las películas muy en
especial (...) se relaciona con el hallazgo perpetuo de nuestras
honduras más remotas".
La
buenas películas, las grandes películas, iluminan en nosotros
parte de esas honduras. Y las críticos de cine, sólo los grandes
críticos de cine, se deleitan con mostrarnos lo que, irónicamente,
ya hemos visto.
De ahí la importancia de estos artículos. Porque, mientras vivimos
en una época en que existe la tendencia de pensar que todo da
lo mismo, que las películas puede medirse con estrellas y puntos,
Cavallo clava el cuchillo en la mesa de discusión. No todo
da lo mismo. No todas las películas son iguales. Existe
un canon, no impuesto desde otras artes, sino que desde
el mismo cine. Solo viendo películas, muchas películas, se
hace evidente ese canon. Es el momento sublime en el que nos
rendimos ante el peso de la evidencia, en el que, como dice Cavallo,
"la superioridad y la inferioridad en el cine (se miden en el
arte como) la diferencia entre aquello que está ganando la lucha
contra la muerte y aquello que lo está perdiendo".
Esta serie de artículos, pensados originalmente para ser editados
en un libro, aun esperan ver la luz. De momento, los recogí en
esta página como una forma de hacer accesible unos textos que
yo mismo me he visto leyendo y releyendo varias veces, porque
tienen la rara cualidad de ser esos escritos que dan ganas de
ver más cine.
El
canon del cine
(20/4/1997)
"Un filme de..."
(25/5/1997)
Los malditos y los serios
(6/7/1997)
John Ford: "¿Qué
clase de hombre es, madre?"
(10/8/1997)
Orson Welles: "Uno
debe ser lo que parece"
(31/8/1997)
Martin Scorsese: "Quizás
estoy pagando mis pecados, Joey"
(19/10/1997)
Buster Keaton:
La invención de la mujer demencial
(23/11/1997)
Howard
Hawks: "Soy difícil
de lograr, John T."
(28/12/1997)
John Ford/Howard Hawks:
No se muere sin decir adios
(22/2/1998)
Stanley Kubrick: "Dave,
detente, ¿quieres?"
(18/4/1998)
Alfred Hitchcock:
La última frontera del ser
(1/11/1998)
Akira Kurosawa: "Como
un sucio ángel..."
(6/12/1998)
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